Vendimiar no es una actividad placentera. Es uno de las pocos trabajos agrícolas que sigue siendo en su mayoría manual: tranchete en mano (así se llama la navaja curva que se utiliza para cortar los racimos de uva) decenas de miles de temporeros han recogido en las últimas semanas toneladas y toneladas de uva, dejándose los riñones.
Para estos trabajadores, y para cualquiera que haya vendimiado alguna vez en su vida, el hecho de pagar por una actividad semejante puede resultar incomprensible. Pero es algo cada vez más habitual en muchas bodegas españolas, que han visto en este tipo de enoturismo un filón con el que redondear la cuenta de resultados (y, de paso, promocionar sus vinos).
Cepa 21, una de las bodegas del grupo Emilio Moro, fue una de las pioneras en ofrecer lo que ellos llaman Taller de Vendimia, una iniciativa que ha cumplido siete años en esta campaña, que finalizará el próximo fin de semana.
Así es el taller de vendimia
Como nos explica Alicia Herrero, responsable de enoturismo de la bodega, la idea de poner a vendimiar a los turistas no partió de las bodegas que, suponemos, tampoco podían imaginar que la gente estaba deseando pagar por vivir esta actividad. Fue una iniciativa del Ayuntamiento de Valladolid que, en 2012, pidió a algunas bodegas de la Ribera del Duero (entre ellas Cepa 21) que enseñaran cómo se hacía la vendimia a una misión comercial china.
“Los chinos no podían creérselo”, explica Herrero a Directo al Paladar. “Disfrutaron muchísimo, sobre todo pisando la uva, pero luego no querían beberse el mosto”.
El éxito de la visita inspiró a Cepa 21 para ofrecer una actividad muy similar a todo el que quisiera experimentarla. Y cada, año, aseguran, atrae a más gente. Obviamente, los turistas no hacen el trabajo de los temporeros, pero se dan un paseo por los viñedos, aprenden cómo se selecciona y recoge la uva y practican el tradicional pisado, del que extraen su propio mosto, que pueden probar. Si a esto le sumamos una visita a las bodegas (que están en plena efervescencia) y un picnic acompañado de vino y jamón ibérico, empezamos a entender por qué el taller es un éxito.
Para los chinos -que como explica Herrero fueron a vendimiar con paraguas, para protegerse del sol-, la producción de vino es algo completamente ajeno a su cultura, pero en España cada vez hay más urbanita ajeno por completo a las labores del campo. “Muy poca gente ha pisado la uva y alucina con nuestros talleres, pues es algo que no han visto en otras bodegas”, explica Herrero.
En solo un mes han pasado 400 personas por el taller, un 20 % de los cuáles eran extranjeros. Y podemos encontrar todo tipo de perfiles, tanto familias, como parejas sin hijos, e, incluso, grupos de empresa que realizan actividades de team building.
No es una actividad cara: cuesta 15 euros por persona, 25 euros con picnic, una opción que se ha introducido este año y ha sido todo un éxito. Los menores de 18 años, además, no pagan.
La vendimia real no es tan relajada
Experimentamos el taller de Cepa 21 acompañados por el mejor anfitrión, el presidente de las bodegas, y alma mater de la compañía, José Moro (en la foto de apertura).
No tiene su mejor día. Tras un mes de vendimia arrastra un buen resfriado, pero su entusiasmo es poderoso y, tras dos copas de vino, parece que está en plena forma. Ahora bien, reconoce que está deseando que se recoja el último racimo. “Cuando echamos la llave de la vendimia ya te relajas”, explica, “pero es una tensión brutal”.
Moro ha sido el primer bodeguero de la historia en entrar en la lista Forbes España de los 100 empresarios líderes en innovación, gracias a un proyecto bautizado como Sensing4Farming que combina sensores en campo, big data y tecnología de imágenes de satélite para maximizar el rendimiento y minimizar el impacto ambiental de la producción de vino. Pero, pese a contar con una de las viticulturas más avanzadas de España, la producción de vino sigue estando a merced de las condiciones meteorológicas, cuya impredictibilidad ha llevado siempre a los bodegueros por el camino de la amargura.
Esta vendimia, asegura, ha sido una de las mejores de los últimos años: “No he visto tanta cosa buena junta”. Pero, como siempre, la viticultura ha tenido que ir adaptándose a las condiciones concretas de la temporada. “Cada año hay un matiz diferente”, insiste, “no he visto año igual”.
El tiempo no puede controlarse, pero lo que ocurre en bodega sí, y es en este punto en el que contar con más y mejor información puede ser determinante. “Queremos tener los suficientes datos para soportar con estos las decisiones que hoy tomamos por intuición y experiencia”, explica Moro.
En año y medio, asegura, empezarán a contar con el suficiente volumen de datos como para tomar mejores decisiones, pero por mucha tecnología con la que cuenten es imposible impedir que una lluvia o helada a destiempo merme la producción.
Si nada cambia, Moro seguirá teniendo septiembres y octubres igual de intensos, pero no hay más que verle para comprobar que, resfriados aparte, los disfruta como un niño. Y aunque asistamos a una vendimia de teatrillo, entendemos por qué hay mucha gente dispuesta a pagar por ello: cuando tomas un vino importa más el relato que lo rodea que el propio vino, y si nunca has conocido cómo se obra la magia es muy difícil entenderlo.
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