España siempre ha tendido a mirar a Portugal por encima del hombro. Existe una relación filial, más cercana de la que tenemos con Francia y no digamos Marruecos, pero no solemos ponerles como ejemplo a seguir. Y en algunos aspectos deberíamos.
Esta semana Portugal ha sido elegido como el Mejor Destino Turístico del Mundo en los World Travel Awards (WTA), considerados como los Oscar del turismo. Es la primera vez en los casi 25 años de historia del premio que se otorga la distinción a un país europeo y confirma lo que muchos profesionales del sector venían anunciando: nuestro vecino es una potencia turística pujante. Portugal es cada vez más atractivo para los viajeros, no solo por su patrimonio, sino también porque se ha apostado por una forma de tratar al viajero que se ha perdido en muchas partes de España. También en lo que respecta a la comida.
Mi memoria es selectiva, pero siempre recuerdo las buenas comidas. Y en Portugal no recuerdo haber comido mal jamás. Tampoco me he sentido timado, como si me ha ocurrido visitando otras partes de la península.
Portugal tiene una cultura gastronómica honesta, con muchos más matices de los que podría parecer a simple vista, pero que ha sabido evolucionar sin hacer borrón y cuenta nueva, respetando la calidad de los productos y la autenticidad de su cocina. En Portugal puedes ir todavía a un pueblo de costa, preguntar a los paisanos y acabar comiendo el mejor pescado a la brasa que has probado en tu vida –una pista: Restaurante A Peixaira, en Sao Jacinto–.
Como explicaba en una reciente entrevista en Chic Gustavo Egusquiza, uno de los más conocidos periodistas de viajes de España, “cuando paseas por las calles de Lisboa y vas a una cafetería, existe aún esa amabilidad que hace 30 años había en España y ahora no existe”. Y yo diría más, se ha respetado una mínima calidad en la cocina, que brilla por su ausencia en la mayoría de los sitios turísticos de España. En Madrid, por ejemplo, no se puede escoger un restaurante al azar y pensar que vas a salir bien parado. Las posibilidades de comer rematadamente mal son muy elevadas. En Lisboa u Oporto es mucho más fácil acertar. Y del café ni hablamos.
Lisboa, capital gatronómica
En las calles de los pueblos y ciudades portuguesas siguen en pie esos restaurantes “de toda la vida”, con el menú pintado a rotulador en los manteles de papel, donde probar las especialidades locales sin tener que pagar una millonada. Pero Portugal también está dando la campanada en lo que respecta a la alta cocina.
Recientemente, The Economist ha declarado a Lisboa “Capital de la comida”, en su serie sobre destinos gastronómicos. “La comida aquí es estacional, respetada, amada”, apunta la periodista Mary Lussiana. “Es la espina dorsal de este largo campo de tierra orientado hacia el océano, y finalmente está alcanzando la mayoría de edad”.
Este año Portugal ha aumentado su nómina de restaurantes con estrella Michelín en un 50 %. A los cinco “dos estrellas” que ya tenía, se han sumado dos nuevos, Il Gallo d'Oro de Funchal, Madeira, y The Yeatman, de Vila Nova de Gaia (Oporto). Y a los nueve con una estrella, se han unido siete nuevos restaurantes: Casa de Chá da Boa Nova, de Leça de Palmeira; Alma y Loco, de Lisboa; William, de Madeira; L'And Vineyards, de Montemor-o-Novo; Antiqvvm, en Oporto y Lab, del cocinero español Sergi Arola, en Sintra.
Pero quizás el máximo representante de la gastronomía portuguesa es José Avillez, chef de Belcanto, en Lisboa. El restaurante, que tiene dos estrellas Michelín, fue el primero de la capital portuguesa en atreverse con la cocina más contemporánea y es ya toda una institución de la ciudad. Nada más abrir, en 2012, el crítico gastronómico de The New York Times, Frank Bruni, aseguró que había sido su mejor comida del año. Desde entonces acuden viajeros de todo el mundo a probar su cocina.
Pero la alta gastronomía está llegando también a pie de calle. El Mercado da Ribeira, un edificio del siglo XIX que funcionó durante años como mercado mayorista, se ha reconvertido en el paraíso de los gourmets de la capital portuguesa. Allí se puede degustar la cocina de chefs con estrella Michelín como Alexandre Silva, Marlene Vieira, Vítor Claro, Miguel Castro Silva o Henrique Sá Pessoa en filiales económicas de sus restaurantes.
Portugal sigue siendo el país del bacalao, los lombinhos, las francesinhas, los pastéis de nata y las guarniciones pantagruélicas, pero ha sabido evolucionar sin perder sus raíces. Y qué duda cabe de que merece una visita (y un aplauso).
Imágenes | Samu/Ann Wuyts/Chuck Moravec/Restaurante Belcanto
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