Repostería de Alcalá de Henares

Dios sabe que la oferta gastronómica de esta preciosa ciudad del noreste de Madrid no está, en mi opinión y salvo contadas excepciones, a la altura de la belleza de Alcalá de Henares, localidad Patrimonio de la Humanidad.

Pero hay una cosa que destaca por encima del mesón típico y del asado más o menos conseguido: su repostería.

Quizá por su tradición monacal, quizá por su milenaria existencia, Alcalá es una ciudad bien surtida de pastelerías y reposterías de esas en las que pierdes la noción del tiempo mirando el escaparate. Hay tres que es posible que destaquen sobre el resto: Salinas (Plaza de Cervantes), Riquelme (C/ Talamanca) y El Postre (C/ del Tinte).

La costrada (en la imagen), un pastel de merengue, crema y hojaldre, constituye la bandera de la oferta repostera junto con la deliciosa y célebre almendra garrapiñada (cuya elaboración por parte de las Clarisas de San Diego es tanto una tradición como una reliquia estupenda).

Caso aparte son las rosquillas de Alcalá: jugosas, tiernas, adictivas, su color anaranjado proporcionado por el azúcar meloso que las envuelve guarda el secreto de una bollería tradicional y exquisita, perfecta en cuanto a armonía y equilibrio. Son golosas, pero no empachosas, dulces y ricas, pero no empalagosas.

A través de estos dulces tradicionales, y gracias a la espectacular acogida que tienen tanto por parte de los locales como de los turistas, se fabrican otros dulces que van desde los Caprichos Cervantinos (pequeños bocados variados) hasta los penitentes, menudos cucuruchos rellenos de crema, trufa, pistacho, nata... y que se elaboran y venden en Semana Santa.

Si alguna vez tenéis la oportunidad de visitar esta maravillosa villa madrileña, haced caso de este humilde servidor y atreveos a probar la repostería alcalaina. No os defraudará...

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