Hay lugares a los que siempre volvemos, aquellos que nos deparan buenas experiencias, en los que nos sentimos como en casa, y de los que no nos cansamos nunca. El Restaurante Caserón de Araceli es uno de esos lugares a los que por más que vaya, siempre quiero repetir, y es el que escojo cuando quiero celebrar algo importante.
Situado en la provincia de Madrid, a unos cuantos kilómetros de la capital, está enclavado en un caserón en el que nada más entrar nos recibe una enorme chimenea de piedra, que en invierno hace aún más acogedor el bar previo al comedor. Este se encuentra en una sala muy grande en la que se ha sabido mantener el acento íntimo a pesar de su gran extensión.
El personal es atento, eficaz y cercano, procurando un buen servicio sin caer en el encorsetamiento. Este fin de semana teníamos algo que celebrar y como me tocaba escoger a mí el lugar, decidí que el Caserón de Araceli era el lugar perfecto para ello. Reservé una mesa bajo la claraboya, uno de mis lugares preferidos dentro de la sala, y una vez instalados nos dispusimos a disfrutar de la carta.
Casi siempre compartimos entrantes, así la primera parte de la comida es más caprichosa y probamos un poco de todo. En esta ocasión nos decidimos por unas habitas con huevo y jamón ibérico, pura delicia, uno de los platos más sorprendentes de la jornada, por la ternura y sabor delicado de las habitas.
Para tomar algo fresco escogimos la ensalada Bakartegi, en la que destacaban unas yemas de espárrago blanco tan grandes como suaves y deliciosas, alojadas en hojas de endivia y cuajadas de un picadillo de verdura y huevas, sobre un lecho de salmón ahumado. También un pantumaca de anchoas,anchoas, que no probé por que no me dio tiempo, pero a la vista se apreciaba la frescura y brillo de las anchoas. No quedó ni una miga.
Un clásico de la casa que nunca sale de la carta es el picadillo de matanza, servido con huevo y patatas que llega a la mesa ya mezclado. Casi siempre lo pedimos, sobre todo cuando somos más de dos, que es un plato contundente y todavía queda mucho que comer.
Una vez que tuvimos los segundos platos en la mesa nos dimos cuenta de que cuando comemos aquí siempre pedimos pescado, a pesar de tener buena fama por sus carnes. No supimos encontrar la razón, quizá sea por que siempre salen frescos y en su punto, aunque algún día probaremos su cordero. Prometido.
Mi marido pidió unas kokotxas de merluza en salsa verde, que llegaron emplatadas a la mesa y quizá por eso perdieron temperatura demasiado pronto, pero a pesar de ello, me comentó que estaban muy buenas. Mi hijo se decidió por una cola de merluza de pincho al horno, y yo por una lubina salvaje a la plancha, ambos platos en su punto justo, y doy fe de que mi lubina estaba exquisita.
La carta de postres es muy clásica con referencias variadas y conocidas. Una tarta de chocolate y una leche frita fueron nuestros postres, muy bien resueltos. Con los cafés llegaron unas tejas con pasas, y un orujo invitación de la casa. La cuenta arrojaba un saldo de 55 euros por cabeza, que tratándose de una comida de tanta calidad merece la pena pagar.
El caserón de Araceli
Calle Olivar nº 8 San Agustín de Guadalix 28750 Madrid 91 841 85 31 Precio medio: 55 euros.
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