Si vivís o visitáis Barcelona, os aconsejo que pidáis mesa en el Restaurante Fonda Marina ubicado a pocos kilómetros de la Ciudad Condal. He probado la mayoría de sus platos, pues tengo la suerte de haber comido en él varias veces, y por eso puedo afirmar que la calidad de su cocina convierten a este establecimiento en una parada obligatoria para los amantes de la buena gastronomía.
Dario Pin, su propietario, lo regenta desde 1993, pero el restaurante lleva abierto desde 1929, entonces era una "casa de comidas" (me encanta esta denominación) y se llamaba Antigua Casa de Menjars Viuda de Roca. Cuando se lleva en la sangre la pasión por la gastronomía, como es el caso de Darío, descendiente de generaciones dedicadas a la restauración, a la fuerza tiene que dar como resultado un excelente profesional.
Y, como buen profesional, se ha sabido rodear de un gran equipo formado por el chef Jordi Forés, al mando de los fogones, y Patricia Sust, su esposa y responsable de los postres, además del resto de personal que atiende las mesas y la cocina. Si en algo se distingue Fonda Marina es en la calidad de las materias primas, en su mayoría procedentes del Maresme, con las que se elaboran sus platos y que garantizan tan deliciosos resultados.
El ambiente y la elegante decoración del local, con profusión de maderas que le aportan gran calidez, me resultan muy agradables. El establecimiento cuenta con diferentes espacios, que permiten jugar con las necesidades de cada cliente. Entre ellos destacaría una terraza chill out, provista de cómodos sofás (doy fe) que invitan a largas sesiones de sobremesa.
Como éramos varios los que nos sentábamos a la mesa, decidimos compartir un menú largo para saborear el máximo de platos. Empezamos con unas minicroquetas de jamón ibérico de bellota, unas tostaditas de foie micuit y carpaccio de solomillo que son mi debilidad, las pido siempre pues están deliciosas, y unos filetes de boquerón desespinados con tostadas de pan con tomate. Todo un acierto.
Las croquetas son algo que no preparo habitualmente, confieso que me da una pereza terrible hacerlas, pero tampoco es un plato que suela pedir en los restaurantes. Sólo como las que prepara mi madre, aunque después de probar las minicroquetas de Fonda Marina he de decir que he cambiado de hábitos. Lástima que me queden tan lejos de Ibiza.
Antes de pasar al plato fuerte de la comida, continuamos con cuatro entrantes más, aún a riesgo de no poder levantarnos de la silla al terminar: un salteado de pulpo, alcachofas y humus de garbanzos, unas alcachofas con chanquetes en tempura, una sepia de playa estofada con cebolla y puré de apionabo, y un salteado de colmenillas con espárragos y huevo ecológico.
Todos espectaculares, aunque si tuviera que resaltar uno de estos plato sobre los demás elegiría sin titubear el salteado de pulpo ¡Confieso que se me hace la boca agua sólo de pensar en él! Nunca hubiera pensado que tres ingredientes tan dispares (pulpo, alcachofas y garbanzos) conjugaran tan bien.
Fonda Marina cuenta con una bodega más que surtida, pues Dario es todo un entendido en la materia y ofrece una extensa carta con caldos de gran calidad. De hecho, las cajas de vino forman parte de la decoración del establecimiento y se encuentran amontonadas en distintos rincones. Hacía pocos días que Darío había llegado de realizar un curso de cata por el sur de Francia y fue un placer oír sus explicaciones sobre él.
Los dos vinos que tomamos durante la comida fueron recomendaciones suyas y, aunque diferentes, me gustaron por igual. Empezamos con San Vicente, un rioja elaborado con frutos de cepas de tempranillo peludo, y después pasamos a un vino catalán muy especial, Tramp, obtenido con un proceso de crianza más corto de lo habitual. Según nos explicó Darío, el nombre de Tramp es en honor a un perro que llegó vagabundeando a la finca productora y se quedó. Me encantan estas anécdotas.
Para acabar de "redondear" tan impresionante menú, elegimos, como platos principales, un tataki de atún fresco con sésamo, pistachos y cebollita confitada con teriyaki, un pescado a la plancha con patatas confitadas en aceite de oliva y aceitunas de Aragón, un solomillo de buey a la piedra y un plato de pasta fresca con gambas y sofrito de tomate natural y ajos tiernos.
El plato que elegí yo fue el tataki de atún, pues si algo distingue a Fonda Marina es la calidad de sus pescados. Me encantó el aliño de sésamo y pistachos, y la cama de cebolla confitada le ofrecía un contrapunto agridulce delicioso. El plato de pasta estaba también en su punto, que la salsa estuviera hecha con tomate natural dice mucho a su favor, y en cuanto a la carne, se deshacía en la boca de lo tierna que estaba.
Comprenderéis que ante tan opíparo menú fuéramos incapaces de pedir un postre, ni para compartir. Aunque por mis anteriores visitas al restaurante puedo dar fe de lo deliciosos que son. Para dejaros con un buen sabor de boca, os recomendaría el brownie de chocolate, plátano caramelizado y helado de vainilla bourbon, las fresitas del Maresme gratinadas con crema de vainilla y pimienta o la terrina de crema catalana y frutos rojos crujientes.
Espero que con esta crónica sobre el Restaurante Fonda Marina haya conseguido despertar vuestros sentidos y os sintáis lo suficientemente atraídos como para descubrir su deliciosa gastronomía en primera persona. Agradezco a Darío el haberme facilitado las dos fotos más pequeñas con las que encabezo mi entrada y que muestran cómo ha ido cambiando su establecimiento a lo largo de todos estos años.
Fonda Marina
Camí Ral, 151 (Ctra. N II 29) 08390 Montgat Teléfono de reservas 934-692-506 Precio medio por persona 45 euros
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