Aunque a Baeza se la conoce por ser el epicentro de la hegemonía olivar de la provincia de Jaén, es un ciudad monumental. Patrimonio histórico de la UNESCO y sede universitaria desde el siglo XVI, algo de lo que uno se da cuenta nada más sale de la puerta del hotel, camino del restaurante Villalar, dispuesto a comerse Jaén entre olivos.
Para poneros un poco en contexto, la cena era parte de la expedición de diversos bloggers gastronómicos a la que la Organización Interprofesional del Aceite de Oliva Español amablemente nos invitó, para convencernos de las exquisitas bondades del aceite de oliva, como si hiciera falta tal cosa.
Sea como fuere, allí estábamos todos, contando anécdotas y riendo, a la espera de que salieran los primeros platos, pues apretaba el hambre a pesar de haber ido a tomar unas cervecitas y probar los típicos ochíos de Baeza, entre otras cosas.
Lo primero que nos sorprendió en la mesa fue un paté de perdiz, por ser poco habitual. Como diría mi madre, era bastante castizo. Intenso de sabor, con una textura tosca, pero agradable en el paladar. Con un poco de pan, entraba a las mil maravillas.
También tenía una pinta maravillosa la ensalada de tomate y habas tiernas que acompañaba el paté. No me esperaba yo unos tomates tan sabrosos —últimamente, me da vergüenza los tomates que compro en Valencia, será posible— que se deshacían en la boca mientras las habas tiernas le daban ese contraste de firmeza y sabor tan característico.
Tras los deliciosos entrantes, llegaron dos platos a cada cual más típico. Por un lado, el clásico salmorejo, hecho con aceite de oliva virgen extra, of course, acompañado de una deliciosa berenjena frita cortada en láminas. Una combinación magnífica.
En mi casa es bastante habitual la berenjena rebozada, pero esta lo estaba mucho más, llegando a hacer verdaderas “papas” de berenjena. Crujientes y muy sabrosas. Para acompañar una sopa fría como el gazpacho o el salmorejo, son perfectas.
Tampoco se quedaban atrás las espinacas esparragás, plato por excelencia de la zona, y que consta básicamente de espinacas, pan, pimientos choriceros y huevo, con ajo, comino y poco más. Estas llevaban también piñones, aunque por lo que pude entender, lo suyo es que sean almendras.
Era la primera vez que las probaba, y la verdad es que me encantaron. Paraban un poco fuerte, quizás por exceso de ajo o pimiento choricero, pero ricas igualmente. También pasaron por nuestras manos unas siempre fieles croquetas, que no por habituales fueron menos queridas.
Ya para terminar, pudimos disfrutar de unas deliciosas habas con jamón, un plato que cuando las habas son buenas, como era el caso, desbanca a muchas virguerías de la alta cocina. También catamos un lomo de orza —siempre me ha gustado esa palabra— acompañado de patatas confitadas, aunque este, quizás por llegar tarde, pasó un poco sin pena ni gloria por la mesa.
De postre, un surtido variado, entre el que destacaba sin duda la leche frita, por cuyos trozos hubo una lucha de tenedores que ni el mismísimo Gladiator. Después, una agradable conversación bien aderezada con unos chupitos de pacharán y orujo de hierbas, un paseo hasta el hotel con parada técnica en forma de gin-tonic, y a descansar para disfrutar de la cata de aceites que me aguardaba al día siguiente.
Restaurante Villalar en Baeza
Calle Puerta de Córdoba, S/N
23440 Baeza, Jaén
Tel. 95 374 01 26
Precio medio: 25€ por persona
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