Para poner la brocha final a todas las celebraciones familiares de estas fiestas, el día de Reyes fuimos toda la familia a comer al restaurante Xiri en Monovar, un pequeño pueblo cerca de Elda, en Alicante, que es donde viven mis abuelos paternos, y donde yo he pasado muchos veranos de mi vida.
El local es bastante grande, decorado con gusto pero sin ostentación. Grandes ventanales a través de los cuales el sol del invierno calentaba la estancia y la convertía en un lugar muy agradable en el que disfrutar del menú.
Una vez sentados todos en una gran mesa en U, nos entretuvimos con unas almendras fritas mientras llegaba el primer entrante, que para nuestra sorpresa era aceite de oliva y sal.
Claro que no era cualquier aceite de oliva ni cualquier sal, sino que ambos eran de una calidad muy reseñable, especialmente las pequeñas laminas de sal, que se deshacían en la boca junto con el trozo de pan impregnado en aceite.
Huelga decir que rebañamos cada gota de aceite de esos pequeños cuencos ayudándonos con el rico pan de pueblo que acompañaba al plato.
Tras el aceite, aparecieron ante mi dos tristes croquetas, una de patata y la otra, si no recuerdo mal, de jamón. Esta última estaba bastante rica y jugosa, aunque tampoco nada espectacular, pero la de patata se hacía difícil de terminar, pues estaba demasiado seca y poco ligada. De la hoja de lechuga solitaria que las acompaña no diré nada.
Con esa pequeña decepción en el cuerpo, pusimos nuestras esperanzas en el siguiente plato, que no venía en el menú, porque por lo visto no había “pescaíto” ese día en el mercado y tuvo que ser sustituido por lo que al final resulto ser la sorpresa del día.
Esa sorpresa no era otra que una tempura de gambas que rozaba la perfección. No estaba nada aceitosa y albergaba en su interior un sinfín de matices y sabores que inundaban el paladar, chisporroteando aquí y allí.
Iba acompañada de una salsa que podría confundirse con salsa rosa, pero que no lo era, y que hacía las veces de perfecto secuaz de la magnífica tempura. Muy rica, de verdad, de esos platos que te hacen volver a un sitio solo para volver a comerlo.
Tras las insuperables gambas, disfrutamos también de una ensalada cuya foto omitiré porque, aunque estaba muy buena, era una ensalada bastante normal. Creo recordar que llevaba queso de cabra, frutos secos y reducción de vinagre de Módena, pero ya es un clásico.
Cerraba la serie de entrantes un salmón en aceite de oliva, con cebolla y alcaparras. Al contrario de lo que pensé en primera instancia, no era ahumado, sino completamente fresco, y las lonchas estaban cortadas de forma generosa, por lo que se podía disfrutar de la textura y el sabor inconfundibles del salmón, bien secundado por el resto de ingredientes.
A pesar de que con todo lo que habíamos comido hasta ese momento, ya no debíamos tener tanta hambre, la entrada de los dos platos principales levantó una pequeña ovación en toda la sala. La verdad es que no era para menos, porque todo tenía una pinta estupenda.
Por una parte, una gran paella con arroz negro, una forma de preparar el arroz a la que le tengo mucho cariño, aunque últimamente me está defraudando un poco. Como en esta ocasión, ya que aunque el grano estaba en su punto, le faltaba un poco de “punch” al sabor, como si llevara poca “chicha”.
El arroz al horno, por contra, esta muy bien de sabor, intenso a la par que suave, algo que es muy difícil de conseguir, pues suele pecar de demasiado “potente”.
La pena era que el grano estaba prácticamente deshecho, algo que no me acabo de explicar como pudo suceder, pues normalmente al hacerse en el horno, tienda a quedar realmente seco y suelto. No me había pasado nunca que se pasara tanto, valga la redundancia.
Tampoco quiero que os llevéis la impresión de que los platos principales estaban malos, simplemente es que no estaban a la altura de las exigencias, pues alguno de los entrantes habían puesto el listón bastante alto.
Para compensar esa pequeña desilusión, nos deleitaron con un postre maravilloso, unas torrijas caramelizadas que estaban buenísimas. Dulces no, lo siguiente, de las que te hacen pensar en tu nivel de azúcar en sangre. Si no recuerdo mal, me comí dos, la mía y la de mi padre, a quien le resultaron dulces en exceso.
En definitiva, el restaurante Xiri en Monóvar deja patente que no todo lo bueno está en las grandes ciudades —algo que ya sabíamos, todo sea dicho— y es un magnífico lugar al que ir a disfrutar una buena comida si se pasa por ahí, aunque tampoco tanto como para hacer un viaje ex profeso. El precio lo desconozco, porque mi abuelo nos invitó a todos a comer, pero eché una ojeada a la carta y diría que su nivel de precios es el habitual en un restaurante de este tipo.
Restaurante Xiri
Parque Alameda S/N
03640 Monóvar (Alicante)
Tel. 965472910
Más información | Restaurante Xiri
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