Hace unos días quise saber si os influía mucho la gastronomía del lugar a la hora de decidir vuestro destino de vacaciones. La intriga me vino mientras volvía de un viaje en el que pude vivir, entre otras muchas cosas, un día disfrutando de la gastronomía de la región centro del Valle del Loira.
Todo empezó una fresca mañana del finales de Junio. El cielo nublado nos recibía en la estación de Orleáns tras una larga noche en el trenhotel desde Madrid. Aunque ya habíamos desayunado en el tren, nos fue imposible rechazar la invitación a conocer la pastisserie les Musardises, donde caeríamos en la cuenta de que lo del tren no había sido un verdadero desayuno.
Además de la clásica bollería francesa, con ese aroma inconfundible a mantequilla que lo inunda todo, y los cafés au lait, pudimos catar una pequeña selección de macarons elaborados artesanalmente con los más variopintos ingredientes.
Había macarons de fresa y vinagre, de limón, pétalos de rosa y canela, de avellana y de pera, jengibre y canela. Todos muy diferentes entre sí, pero coincidiendo en una cosa: estaban deliciosos.
Tal vez la presencia del vinagre os haya sorprendido un poco, pero es que la región centro del valle del Loira se caracteriza por una producción de vinagre con denominación de origen propia, que comenzó en la época en la que el río abastecía Paris de vino (entre otras cosas), y este se estropeaba por el camino al mezclarse con el aire que introducían los marineros al comprobar el estado de la mercancía.
Hoy en día el vinagre de la región se sigue produciendo de igual manera, con el conocido método Orleans, mezclando el vino con vinagre y aireándolo, repitiendo el proceso a medida que el vino se va avinagrando.
Tras el rico desayuno tocaba dar un paseo por la ciudad y conocer algunos de sus monumentos como la estatua de Juana de Arco y la catedral, mientras hacíamos tiempo para el siguiente evento culinario del día: un mini curso de cocina en Le Panier se Crée, donde debimos preparar lo que luego comeríamos.
A las órdenes de Stephan, llevamos a cabo un menú muy propio de la campiña francesa, y en el que no podía faltar ni el foie ni el vinagre de "cours". Por un lado, pollo relleno de albaricoque, foie, pollo y frutos secos, regado por una salsa de vinagre y, por el otro, unos frutos del bosque con reducción de vino dulce y helado de avellanas.
La experiencia fue muy interesante, aunque he de admitir que la receta se me antojaba difícil de seguir por momentos, pues había muchos procesos que realizar de forma simultánea. Menos mal que éramos muchas manos trabajando.
Una vez dimos buena cuenta de la comida, regada por vinos de alguna de las muchas denominaciones de origen de la zona, nos llevaron a dar un paseo en bici (sí, a la hora de la siesta).
Menos mal que después del trayecto, que duró un ratito, visitamos los Jardines de Roquelin, donde pudimos tomarnos un zumo de manzana y unos dulces también de manzana que nos supieron a gloria.
Como guinda del pastel, faltaba la cena, que la disfrutamos en una pequeña isla en medio del río Loira, a la que llegamos en una barca tradicional, y en la que ya pudimos catar un delicioso rosé acompañado de algo de picar.
Una vez en la isla, nos dimos un atracón con todo lo que el bueno de Jean (el capitán) nos había traído. Primero unos patés variados, luego castor conejo a la parrilla con patatas asadas y ensalada y, para rematar, un magnífico surtido de quesos que hizo las delicias de los allí presentes.
El vino también fue una constante en la cena, todos ellos denominaciones de origen de la región. El rosé del aperitivo cedió el paso a un blanco muy afrutado que acompañó divinamente al paté, luego catamos un tinto muy alegre con la carne, y, para los quesos, un vino extremadamente dulce, cosecha secreta y que no se comercializa.
Por si eso fuera poco, rematamos la vuelta en barca con un vino blanco de aguja y unas pastas mientras el sol se ponía allí donde acababa el río, llenando de plata y rojo el agua y el cielo. Un broche perfecto para un día disfrutando la gastronomía del valle de Loira.
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