Si se pregunta a cualquier italiano, te dirán que la mejor cocina es la del sur, ya sea la de Nápoles o la de Sicilia. Es verdad que la muy apreciada pizza tiene origen napolitano, aunque ya sea un plato nacional e incluso internacional. Pero, como ocurre en España o en Francia, no hay que dejar de apreciar la riqueza de las cocinas locales. Malas lenguas dicen que la Lombardía, en especial la muy comercial ciudad de Milán, nunca aportaron nada a la gastronomía italiana, ya que sus habitantes prefieren trabajar todo el día antes de detenerse a disfrutar de una buena comida y un buen vino.
Pero en los días pasados en esta región, compuesta de nueve provincias, se descubren muchas maravillas, no solo culinarias. Los Alpes se ven el horizonte lejano cuando se visita alguno de los increíbles lagos de origen glaciar, como el Lago de Garda, o el lago de Iseo, de 25 kms de longitud, el mayor y quizás el más bello de Italia. Extensos pastos nutren una abundante cabaña bovina, y más parece que estemos en Suiza que en la árida Italia del sur.
El paisaje está dominado por cultivos de trigo, maíz y viñedos. El arroz es parte importante de la cocina lombarda, ya sea en sopas o en risottos, dejando muchas veces en segundo plano a los platos de pasta.
También es costumbre tomar queso de postre, ya sea un robiola, queso cremoso de vaca de sabor intenso, o el muy apreciado grana padano. Además el uso de la mantequilla está más extendido que el de los aceites vegetales, y las salsas se enriquecen con nata en muchas ocasiones.
A diferencia de la cocina del sur, en Lombardía se disfrutan mucho las buenas carnes de vacuno, así como platos de caza, que en Bérgamo, Brescia y Valtellina se suelen acompañar de la dorada polenta, especialidad a base de harina de maíz cocida que se comparte con la vecina Suiza. En Mantua se sirven, en las ocasiones especiales, los tortelli di zucca, raviolis rellenos de calabaza y cubiertos con mantequilla derretida, seguidos de carnes asadas y pavo relleno.
Un simple pero delicioso risotto a la milanesa, entre los arroces, o platos de carne tan sabrosos como la cottolette alla milanese son suficientes para justificar una visita gastronómica a estas tierras. Pero no olvidemos los abundantes embutidos, como la bresaola de Valtellina, los quesos, y dulces tan conocidos como el panettone, de origen milanés, turrones y biscotti. Y poco que decir de una de mis bebidas favoritas, el Campari, un bitter de aperitivo que se tiene su origen en el café Campari de Milán. ¿Quién se atreverá a decir que los lombardos no son buenos sibaritas?
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