La octava edición de MasterChef llegó anoche a su gran final que, como parece ser obligatorio en el concurso, se alargó hasta casi las dos de la mañana, cuando conocimos a la ganadora del programa. No ha habido sorpresas, ni en la forma, ni en el fondo: Ana, que llevaba despuntando varios programas, se ha proclamado ganadora.
Partía con ventaja, Entre los cinco aspirantes que han llegado al último programa solo ella tenía ya asegurada su puesto en el cocinado final, en el que este año había tres plazas, no dos, que se han decidido en las primeras pruebas de la noche.
En el primer reto, Iván, Luna, Alberto y Andy han tenido que cocinar un plato al ritmo marcado por Martín Berasategui, que es ya un clásico del programa.
Además de decir “garrote” cada medio minuto, el gran Berasategui les ha enseñado a confeccionar su mítica ensalada de bogavante, que lleva sirviendo en Lasarte más de 20 años. La receta tiene un porrón de elaboraciones: en concreto, además del bogavante cocido, tuétanos de verdura cruda, una infusión de tomate, esferificaciones de piparra, crema de lechuga de caserío, espuma de hinojo, vinagreta de ajo asado y perejil.
Los concursantes han tenido que cocinar siguiendo el ritmo del cocinero vasco, que ha explicado todo sin prisa, pero sin pausa. Sin ninguna pausa. Aunque los aspirantes han ido medio bien al principio, varios se han perdido a la tercera elaboración y ha comenzado el caos.
Aunque tanto Iván como Andy han presentado platos dignos, la primera chaquetilla de la noche se la ha llevado el abogado, el segundo clasificado junto a Ana para la final a tres.
Visita a El Bohío, de Pepe Rodríguez
En la prueba de exteriores los tres aspirantes que se jugaban el último puesto en la final se han trasladado a El Bohío, el restaurante familiar que Pepe Rodríguez regenta en Illescas (Toledo), que acaba de reformarse.
Cada uno de los aspirantes ha tenido que elaborador en 210 minutos dos platos de un menú de seis formado por gazpacho de aceitunas, sopa de hierbas y almendra; albóndigas de rape, calamar y gamba roja, con azafrán y el jugo de las cabezas de la gamba; emulsión de setas, con crema de cachahuete, boniato asado y papada confitada; tartar de atún en dos secuencias; ciervo asado, compotas de frutos rojos y queso de cabra; y, de postre, una versión del café asiático, la típica sobremesa de Cartagena en forma de pastel.
Los aspirantes han servido el menú a los duelistas que compitieron en las siete ediciones de MasterChef Junior (alguno ya adulto) que han valorado sus platos.
Lo cierto es que, con más espacio y tiempo, los concursantes han estado relajados y han presentado mejores platos. Parece claro que en la final se quiere transmitir que todos los que llegan a este punto saben cocinar, pero lo único que cambia es la presión sobre las pruebas. Con más tiempo y más ayuda -Jordi y Pepe han estado encima del cocinado- casi todos podían sacar este menú y cualquiera de los anteriores.
Pese a lo fácil que se lo han puesto esta vez, Luna se ha estrellado en el postre, que ha salido de milagro, así que la última chaquetilla estaba en juego entre Iván y Alberto. El veredicto entre ellos se ha decidido por pequeños errores en los tiempos de cocción y en las elaboraciones. Finalmente, ha sido Iván quien se ha llevado el último puesto que quedaba en la final. De nuevo, sin sorpresas.
Final a tres con Joan Roca
Pasaban ya 20 minutos de la media noche cuando se ha emitido la final en la que Ana, Andy e Iván han elaborado, como es costumbre, un menú libre en el que debían plasmar todo lo aprendido en el concurso. Y también, como es costumbre, la final se ha alargado hasta la extenuación con refritos de programas anteriores, las típicas promociones y los obligatorios momentos lacrimógenos con familiares.
A la hora de catar los platos, el jurado ha contado con la ayuda de Joan Roca, que se ha pasado por cocinas para comprobar que los concursantes tenían las cosas claras. Ningún concursante estaba cometiendo errores graves y parecía que todo se iba a decidir en la cata, con la pura valoración subjetiva de los jueces.
Los concursantes han presentado platos con bastantes elaboraciones, que debían llevar pensando meses: muy correctos y con nombres rimbombantes, pero bastante aburridos. Todos han usado técnicas aparentemente de vanguardia: bajas temperaturas, esferificaciones, texturizantes, deconstrucciones... Pero nadie se la ha jugado. Sin duda, platos muy dignos para aficionados, pero que no dejan de ser copias de libro de grandes chefs. Tampoco es que se le pueda pedir más a esta gente, pero de ahí a decir que están presentado platos de alta cocina...
Ningún concursante ha cometido graves errores, pero la final se ha decidido con el plato principal: el pichón de Ana, que Roca ha calificado de "plato de tres estrellas Michelin" y ha dejado claro el camino de la ganadora. Aunque su postre no mataba, tampoco lo hacían los del resto, así que, pese a que el veredicto se ha alargado otros diez minutos, no había mucho más que decir.
Ana se ha llevado el trofeo del programa, la publicación de su propio libro de recetas, cien mil euros en metálico, el máster del Basque Culinary Center y un puesto permanente en las compradreos que genere el programa mientras dure. Bien por ella.
Quizás lo más sorprendente es que Andy ha ganado a Iván y ha quedado segundo. Después de tanto meterse con el "pollito", su cocina pretenciosa ha quedado en buen lugar. Y es que ¿desde cuanto no gustan en Masterchef los pretenciosos?
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