Los dos candidatos, opuestos en casi todo, dejan un resquicio para el entendimiento en un tema controvertido
Podríamos decir que Donald Trump y Kamala Harris son como el agua y el aceite. 2024 está marcado en rojo en el calendario político estadounidense con unas disputadísimas elecciones presidenciales que tendrán lugar el próximo 5 de noviembre y que, aunque nos pudiera pesar, van a condicionar enormemente a la política de terceros países.
Lo irónico de la situación es que aunque Donald Trump, el candidato republicano y ex presidente, y Kamala Harris, la contender demócrata, estén en las antípodas políticas en la mayor parte de sus postulados, resulta que tienen, al menos a priori, un punto en común que se niegan a mover.
Si bien es cierto que sus visiones de la economía, de la política exterior, de las alianzas y de temas tan controvertidos como el medio ambiente y la ecología suelen ser antagónicos, la realidad es que hay un punto que parece haber unido a ambos candidatos y que, curiosamente, está aliñando más de la cuenta una campaña electoral convulsa: el mundo de las propinas en la hostelería.
A día de hoy, Estados Unidos tiene un peculiar sistema de remuneración dentro de la hostelería. Aunque hay estados que lo han regulado en mayor o menor medida, la realidad sigue siendo que buena parte de los camareros y otros empleados que trabajan de cara al público en bares, cafeterías o restaurantes dependen de las propinas, que conforman la mayor parte de su sueldo.
Tanto es así que son muchos los trabajadores estadounidenses dedicados a este sector que perciben el salario mínimo –de 2,13 dólares la hora, implantado en el año 1961 bajo la administración demócrata de Lyndon B. Johnson– y que complementan el resto de su remuneración con lo que los clientes dejan o aportan.
Un concepto controvertido, sobre todo para el público no anglosajón, pues no terminamos de entender que el trabajo de una persona se mida en ese detalle –más bien obligado– que ha de tener el cliente con el empleado en cuestión.
Propinas vs. salario mínimo: una cuestión que viene de lejos
Algo muy arraigado en la cultura hostelera estadounidense que provoca, entre otros choques culturales, que al turista europeo se le antoje exagerado encontrar recomendaciones de propina del 10% –o más– en algunos establecimientos estadounidenses.
Si bien la propina en países como España está más enfocada a dejar parte de las vueltas de la cuenta o, en caso de un servicio extraordinario, como agradecimiento; el concepto estadounidense está ligado al servicio, pero también a la obligación.
Obligación que, como explican desde el medio Fortune, no tienen intención de regular ni Trump ni Kamala Harris en el caso de ocupar la Casa Blanca a partir de noviembre.
Sin embargo, que ambos candidatos vayan de la mano en la intención de no gravar con impuestos las propinas no significa que no haya polémica detrás. En Fortune se hacen eco de que se trata de "una cuestión de justicia, no de una cuestión económica".
Desigualdad frente a cálculo político
Muchos analistas concuerdan en que no tasar las propinas supone una desigualdad de cara a otros empleos que tributan completamente en base a sus remuneraciones. Algo lógico de entender. Abogados, profesores, deportistas, políticos, albañiles, trabajadores de supermercado… No hay profesión en Estados Unidos que, por categoría, no deba tributar. Salvo el personal de sala de hostelería.
De hecho, incluso un cocinero que no dependa de propinas habrá de pagar impuestos por su salario, ya que las personas que están en las cocinas no suelen concurrir de las propinas.
La cuestión que Fortune pone en el candelero es que no gravar las propinas supone una inequidad económica, que lo es, pero ante la cual los hipotéticos presidentes de Estados Unidos no parecen por la labor de corregir. La cuestión es el por qué.
Se estima que en Estados Unidos trabajan unos dos millones de camareros. En esta cuenta están presentes todo tipo de camareros, desde la alta hostelería hasta los locales más humildes y es aquí donde vamos a encontrar el quid de la cuestión. O la razón por la que Donald Trump y Kamala Harris no tienen intención de gravar las propinas, como ambos han mostrado en distintos discursos.
En el caso del candidato republicano, lo manifestó el pasado mes de junio, mientras hacía campaña en el estado de Nevada, aprovechando la coyuntura de una tournée por distintas ciudades como Las Vegas. Mientras que Harris hizo lo propio en un mitin el pasado 10 de agosto.
Un nicho de votantes indecisos. Así se podría catalogar a buena parte del electorado estadounidense, especialmente en clases medias y bajas, que es donde entra el factor hostelería.
Por eso, agitar el avispero de obligar a tributar las propinas puede suponer para las cábalas políticas de ambos candidatos un varapalo. En unas elecciones que se anticipan como muy reñidas, desequilibrar la balanza por una cuestión aparentemente menor –para el conjunto del país– podría suponer perder el apoyo de un electorado muy poco significado políticamente. Motivo por el que ni Donald Trump ni Kamala Harris están por la labor.
Imágenes | Kamala Harris / Donald J. Trump
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