No hay que dejarse llevar por las ofertas aparentemente demasiado atractivas
A nadie se le escapa que, tras la vivienda, el mayor gasto de cualquier hogar está en la cesta de la compra. Nos gusta comer para sobrevivir, qué curioso. Con las últimas escaladas de precios no es de extrañar que las redes se hayan plagado de consejos y técnicas para ahorrar hasta el más mísero céntimo, pero, salvo que queramos delinquir, lo único que funciona siempre es leer con atención las etiquetas y cartelas. Todas.
El cliente no puede robar y el comerciante tampoco. Si algo no nos cuadra en los precios, carteles publicitarios o reclamos, hay que protestar; suelen ser errores -queremos creer-, pero hay que corregirlos, sobre todo si perjudican al cliente. Desafortunadamente, a menudo los fabricantes y grandes comercios juegan al límite con la legislación y usan triquiñuelas como la reduflación para confundir al cliente despistado.
Contra esa reduflación y cualquier posible oferta engañosa, todo lo que podemos hacer es leer con mucha atención las etiquetas de los precios, ignorar reclamos como el típico "segunda unidad al 50%" o "3x2", y buscar lo que cuesta el producto en cuestión por peso o volumen, no por unidad.
Por eso el gesto viral para ahorrarse unos céntimos que ha dado vueltas por las redes carece de sentido, más allá del efecto psicológico; si en una misma sección donde se ofrecen pechugas de pollo envasadas te llevas la más barata, tan solo estás comprando menor cantidad, o pechugas más pequeñas. El ahorro real estará en poder elegir entre el mismo producto de diferentes marcas o formatos, y comprar el que tenga un menor precio por kilo.
Así, puede que veas más económicos los solomillos de pollo que las pechugas enteras, pero los primeros pueden tener un precio de más de 8 euros el kilo, y las segundas de unos 5 euros el kilo. Cuanto más procesado o elaborado está el producto, más caro suele ser: pechugas fileteadas, pescado limpio cortado en lomos, bacalao ya desalado, verdura pelada y cortada, etc. No deja de ser algo discriminatorio para las personas con discapacidad o movilidad reducida que necesitan recurrir a estos formatos.
Guiarte por el coste por peso es también la única forma de esquivar la reduflación. El ejemplo más claro lo tenemos con los yogures. Es fácil identificar dos packs de cuatro yogures sabor natural de dos marcas distintas; puede que una sea unos céntimos más barata, pero si compruebas el precio por kilo es más cara. ¿Por qué? Porque una marca ha reducido sus yogures a 120 g, y la otra se mantienen a los tradicionales 125 g.
Casi siempre sale más a cuenta optar por formatos más grandes que, a priori, parecen más caros. Aunque no necesites medio kilo de pechugas o un bacalao entero, invierte en ello y congela o cocina con antelación y envasa lo que puedas. Solo hay que procurar que lo que te llevas no caduque o se estropee antes de tiempo, porque entonces sí que estarás perdiendo dinero y hubiera sido mejor comprar el envase más pequeño, aunque fuera más caro.
Imágenes | Freepik
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