Se ha hablado largo y tendido sobre la posibilidad de transmisión del coronavirus en bares y restaurantes. Aunque los virólogos han insistido siempre en que son entornos poco seguros, lo que ha llevado a las autoridades a ser especialmente restrictivos en cuanto a su apertura, los hosteleros esgrimen que, en realidad, se han dado muy pocos brotes en sus negocios.
Las estadísticas del ministerio de Sanidad y las comunidades autónomas coinciden en señalar que solo en torno a un 3 % de los brotes registrados se ha producido en bares o restaurantes –casi una cuarta parte menos que los registrados en domicilios–, el problema es que estos datos solo tienen en cuenta los brotes cuyo origen es conocido: solo un 15%, en el mejor de los casos.
Su objetivo no ha sido solo valorar la eficacia de las medidas, sino también hasta qué punto las cumplieron los clientes
Entonces ¿cuál es el riesgo real de contagio en bares y restaurantes? Esta es la pregunta que ha querido responder un estudio que acaba de publicarse en el el Journal of Studies on Alcohol and Drugs, que ha analizado el funcionamiento de las medidas que las autoridades británicas exigieron a los bares para su reapertura tras la primera gran ola de la pandemia, medidas similares a las que adoptó España, como limitación de aforos y uso de mascarilla.
La investigación, dirigida por la Universidad de Stirling (Escocia), se llevó a cabo entre mayo y agosto de 2020 y su objetivo no ha sido solo valorar la eficacia de las medidas, sino también hasta qué punto las cumplieron los clientes.
“Nuestro estudio exploró las prácticas y comportamientos de clientes y personal de los locales para comprender si los riesgos de transmisión podrían gestionarse, y cómo, en los entornos donde se sirve alcohol”, ha explicado Niamh Fitzgerald, directora del trabajo, a la agencia SINC.
Numerosos incumplimientos en las medidas
Los autores del estudio llevaron a cabo, entre julio y agosto, 29 expediciones a locales con licencia para vender alcohol y, haciéndose pasar por clientes, vigilaron durante dos horas lo que allí ocurría. El estudio descubrió que, aunque los locales habían introducido nuevas disposiciones, como la mejora de ventilación, señalización, sistemas para hacer cola, gestión del ruido y de los aseos, y disponían de gel hidroalcohólico, estos se usaban con poca frecuencia.
La disposición de los locales y el movimiento de los clientes en su interior daban lugar a situaciones en las que era difícil evitar el contacto estrecho
La mayoría de los locales, apunta el estudio, exigían a los clientes que facilitaran sus datos de contacto para poder localizarlos (una medida que en España solo han adoptado algunas CCAA), pero un 31 % de los negocios observados no lo hacían, incluido uno de los locales visitados después de que el Gobierno escocés lo hiciera obligatorio en agosto. Si bien el personal llevaba equipo de protección personal en la mayoría de los locales, en varios de ellos los trabajadores no lo hacían, llevaba mascarillas de forma inapropiada o se las quitaba para hablar con otros empleados o clientes.
Casi todos los locales distanciaban sus mesas un metro o más, o habían instalado separaciones entre ellas; sin embargo, en varios tenían las mesas más juntas que sin las separaciones. La disposición de los locales y el movimiento de los clientes en su interior daban lugar a situaciones en las que era difícil evitar el contacto estrecho de unos con otros durante breves períodos.
El alcohol como acelerador de la transmisión
Como expone Simon Clarke, catedrático de Microbiología Celular de la Universidad de Reading (Inglaterra), “hoy sabemos que el virus se propaga fácilmente en el interior por los aerosoles y la proximidad física estrecha es un factor de riesgo importante. Pubs y bares presentan una serie de puntos de contacto que pueden actuar como fuentes de infección, incluso cuando la gente permanece sentada. Es más, el alcohol es un diurético, por lo que el viaje a los aseos supone un aumento del contacto con las manillas de puertas, los grifos, etc.”.
El efecto del alcohol, insisten los autores, fue además evidente en el aumento de las posibilidades de contagio. Los investigadores detectaron a clientes que gritaban, se abrazaban o interactuaban repetidamente de forma estrecha con otros grupos y con el personal, y que rara vez fueron detenidos eficazmente.
“Los riesgos potencialmente significativos de transmisión persistían en al menos una minoría sustancial de los locales estudiados, especialmente cuando los clientes habían consumido alcohol en exceso”, subraya Fitzgerald a la agencia SINC.
Qué podemos aprender en España
¿Es este estudio extrapolable a España? Desde luego, sus resultados no son directamente comparables: “El ambiente social y el alcohol son probablemente los mayores desafíos en estos locales”, explican los autores. “Sin embargo, puede haber estados con diferente cultura o en los que la gente sea más respetuosa con las nuevas normas relativas a la transmisión de la covid-19, por lo que reducir los riesgos allí será más fácil”.
“Resulta difícil garantizar el cumplimiento de estos requisitos por parte de los clientes”
Ahora bien, las conclusiones y recomendaciones que arroja el estudio son aplicables a cualquier lugar en que se sirva alcohol. El informe señala, por ejemplo, que las orientaciones del Gobierno escocés no detallan exactamente cómo se espera que el personal de bar o de seguridad intervenga de forma eficaz y segura en las infracciones de distanciamiento de los clientes, o en la gestión de situaciones que normalmente requerirían un contacto estrecho —como la expulsión de clientes borrachos o beligerantes—, algo que tampoco ocurre en España.
“Los propietarios están comprometidos con la creación de entornos seguros y en muchos locales se han realizado mejoras sustanciales tras su reapertura, como en la ventilación. Sin embargo, resulta difícil garantizar el cumplimiento de estos requisitos por parte de los clientes y, en ocasiones, de su propio personal”, apunta Paul Hunter, catedrático de Medicina de la Universidad de East Anglia (Inglaterra).
En general, para los autores hay motivos de incertidumbre sobre el grado de aplicación de las normas en un sector en el que la interacción entre mesas, hogares y desconocidos es normal, y en el que se consume alcohol de forma habitual. Pero cerrar los bares por completo, explican, tampoco parece la mejor solución, pues además de su impacto económico, los autores no descartan que el consumo de alcohol se desplazara a los hogares.
Lo ideal sería aprender sobre los principales fallos ocurridos durante verano, gracias a estudios como este, de cara a diseñar la reapertura de bares en los próximos meses (en Reino Unido, la hostelería sigue cerrada).
Imágenes | Gtres
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