Seguramente no creas que hay mucho en común entre la Antártida, el núcleo terrestre y tu microondas. Y, en general, te diríamos que no, que no lo hay. Pero un reciente estudio de la Universidad de Valencia ha comprobado que el microondas puede tener también su propia microfauna de unos diminutos organismos llamados extremófilos.
Hasta ahora se pensaba que determinados microbios sí conseguían sobrevivir en otros espacios de la cocina sometidos a grandes presiones y a temperaturas muy elevadas como cafeteras o lavaplatos, pero esta es la primera vez que se ha comprobado que los microondas también tienen su propia fauna.
Al contrario de lo que se pensaba, que hacía intuir que el microondas arrasaba con todo, no todas las bacterias ni seres vivos mueren sometidos a las microondas.
El estudio, que se ha publicado en la revista especializada Frontiers in Microbiology y del que se hace eco también Nature, supone un hallazgo importante, como declara un microbiólogo a Nature, pues "pone el foco sobre los patógenos potenciales de estos aparatos, especialmente en los compartidos".
Una reflexión que llega como corolario al trabajo de la Universidad de Valencia, que ha analizado 30 microondas distintos, tanto particulares como compartidos, cultivando en placas Petri la fauna allí encontrado para luego secuenciar su ADN y comprobar qué tipo y cuántos habitantes podían tener los microondas.
Hasta un total de 101 cepas bacterianas distintas crecieron en los cultivos, siendo las más abundantes las de los géneros Bacillus, Micrococcus y Staphylococcus. Estas bacterias, por ejemplo, suelen vivir en la piel humana y en las superficies que solemos tocar.
Sin embargo, no fueron los únicos hallazgos. También aparecieron bacterias asociadas a enfermedades transmitidas por los alimentos como la Klebsiella y Brevundimonas. Junto a ello, quizás el gran hallazgo haya sido el que apareció en los microondas del laboratorio, donde más diversidad genética bacteriana vio la luz y donde los investigadores han llegado a encontrar bacterias extremófilas que soportan la radiación, las altas temperaturas o la extrema aridez de estos electrodomésticos.
Más allá de lo que nos pueda parecer una cuestión de higiene o no, lo cierto es que el hallazgo es especialmente valioso para el equipo que Alba Iglesias y Manuel Porcar han liderado, ya que el estudio de estas bacterias extremófilas podría explicar cómo han sobrevivido a rondas de radiación repetidas e incluso a investigar posibles aplicaciones biotecnológicas.
En cuanto a la higiene, como recoge Nature de las declaraciones de Porcar, hay que dejar claro que "un microondas no es un lugar puro y prístino". Sin embargo, eso no significa que haya que temerlo como un reservorio de patógenos, pero sí limpiarlo tan a menudo como se friegan otras superficies de la cocina.
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