La imagen se ha ido extendiendo por comercios de toda España a lo largo de las últimas semanas: estantes vacíos y lineales con una creciente falta de productos, especialmente aceite y leche UHT. Las consecuencias derivadas de la guerra de Ucrania y el paro del transporte han motivado esta falta de suministros, pero detrás del desabastecimiento también está la reacción del consumidor ante una posible situación de crisis.
Puede sonar paradójico, pero cuando hay escasez de uno o varios productos, aumenta notablemente su compra, y no es un fenómeno precisamente nuevo. Recientemente lo vivimos en condiciones más extremas con el primer confinamiento de la pandemia, y parece que ya se nos han olvidado las consecuencias de aquellas compras masivas sin control ni concierto.
El miedo al desabastecimiento nos impulsa a comprar más
Los datos lo corroboran, pues como ha declarado a Efeagro Bernardo Rodilla, experto en Retail de Kantar, hemos gastado entre un 15 y un 20 % más en gran consumo con respecto a la misma semana del año pasado. Se ha multiplicado rápidamente la compra de aceite de girasol y también de conservas, leche sin refrigerar y otros productos no perecederos, como pasta, harina, cereales y también otros aceites vegetales como el de oliva.
Lo que sucedió durante las primeras semanas de la pandemia, con las compras masivas de produciéndose días antes de declararse el confinamiento, fue un caso excepcional, ya que la cadena alimentaria no se detuvo en ningún momento.
Ahora es cierto que hay problemas de suministros concretos debido al conflicto de Ucrania, y que el paro de los camioneros ha puesto contra las cuerdas a diversas empresas, obligadas a reducir o paralizar su producción, pero el problema se acentúa cuando los consumidores reaccionamos en contra de lo que dictaría la lógica.
Si hay problemas de escasez, es insolidario acaparar productos sin medida que probablemente no necesitamos. Comprar de golpe cinco litros de aceite de girasol o llevarnos toda la leche que queda en nuestro súper, aunque no sea ni la que consumimos habitualmente, no tiene mucho sentido salvo que haya una justificación real. Solo estamos impidiendo que otros que quizá lo necesiten más puedan acceder a esos productos.
Este fenómeno, como decimos, no es nuevo, y de hecho está más que estudiado. Fue William Rathje, arqueólogo y experto en antropología, quien dio las claves en el trabajo de investigación titulado 'The Garbage Project', el "proyecto basura", desarrollado durante la década de 1970 en Estados Unidos. A través del análisis arqueológico de los cubos de basura de la población descubrió que, cuando el azúcar se encareció debido a la escasez de 1975, el consumo se triplicó.
Rathje explica el fenómeno bajo lo que denonimó Principle 1 of Food Waste and Waste in General ("el primer principio del desperdicio de alimentos y de desperdicios en general"), que también se manifestó con la escasez de carne de ternera al que se enfretó unos años antes el país. Había escasez, pero se multiplicó no solo la compra, también el desperdicio. La explicación era sencilla: ante el temor de no poder comprar carne, la población acaparaba todo lo que podía, incluyendo cortes de carne que no solía consumir.
La consecuencia no fue solo el desabastecimiento generalizado de carne en los comercios, también se tiraron a la basura muchos kilos desperdiciados de un producto demasiado perecedero. La gente había comprado tanto y piezas tan ajenas a su cocina habitual, que no sabía qué hacer con ellas, por lo que terminaron en la basura.
Los representantes de las empresas de gran consumo aseguran que están trabajando para mantener en funcionamiento la cadena alimentaria y piden, además de que se encuentre una solución urgente para el conflicto del transporte, "responsabilidad al consumidor" ante esta situación excepcional. A finales de la semana pasada el Gobierno y el Comité Nacional de Transporte por Carretera -ajeno a la plataforma que ha convocado el paro- llegaron a un acuerdo para la rebaja del carburante.
Imágenes | GTRES - Unsplash
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