Aunque este MasterChef ha arrancado con programas más aburridos que en anteriores ediciones, el concurso –que sigue cosechando más de un 20% de cuota de pantalla– va cogiendo ritmo, entre momentos donde (por fin) nos enseñan algo de cocina y el habitual histrionismo de teletienda.
El primer tramo del concurso ha tenido al pan como protagonista. Y, como la mayoría de veces que se promociona algo en este programa, la sensatez ha brillado por su ausencia. Los jueces han insistido en que los españoles “comemos poco pan”, que “no engorda” y “nuestra dieta es baja en carbohidratos”, algo que debería hacer temblar a cualquier nutricionista serio.
Después de esta barbaridad, los concursantes, agrupados en parejas, han tenido que cocinar un plato con el pan como protagonista. Y no un plato libre, sino elaboraciones concretas que solo conocía uno de los miembros de la pareja, que debía explicar la receta a su compañero dibujando, sin hablar. El chef Oriol Rovira, del restaurante Els Casals, con una estrella Michelin, ha supervisado el cocinado, pero no les ha servido de gran ayuda.
En general eran platos relativamente sencillos, pero los concursantes han presentado unos mazacotes de cuidado: torrijas secas, migas chungas, puddings amorfos... Hasta el salmorejo lo han hecho mal. Solo se han salvado las albóndigas de Lucía Dominguín, el único plato que se parecía al original.
Al campo a gritar
En la prueba de exteriores, también conocida como "prueba de promoción turística", el concurso se ha desplazado al pantano de El Burguillo, en el Valle de Iruelas (Ávila).
Divididos en dos equipos, los concursantes han tenido que elaborar sendos menús de picnic, utilizando solo pequeñas cocinas de gas y parrillas (algo prohibido en este espacio natural, como han tenido la sensatez de recordar los jueces).
El grupo azul ha tenido que elaborar salpicón de pez gato, conejo a la parilla y peras al vino. Y el rojo ceviche de esturión, magret de pato y arroz con leche.
Por desgracia, en este programa tocaba sufrir a niños gritones de capitanes, un infierno antipedagógico que, parece, toca sufrir ya en todas las ediciones del concurso. Entre Samantha, Josie, Ainhoa Arteta y la niña han llevado la contaminación acústica a cotas nunca vistas. Pobre fauna local.
Por lo demás, el cocinado ha transcurrido como siempre: con malas decisiones, pero buena voluntad. No es fácil manejar una parrilla, menos si no has hecho una barbacoa en tu vida, y el conejo del equipo azul quedó sequísimo, un error que les ha llevado directos a la prueba de eliminación.
A vueltas con el fogonero
De regreso al plató, los aspirantes con delantal negro se han enfrentado a una enorme mesa repleta de salsas y condimentos, que tenían que reconocer sin probarlas. Los dos aspirantes que más han acertado, Raquel Sánchez Silva y Nicolás Coronado, se han salvado de la eliminación, además de Raquel Meroño que, al haber ganado la anterior prueba, podría elegir salvarse a ella o a uno de sus compañeros.
Los cuatro concursantes que han quedado en cocinas (Jesús, Gonzalo, Juanjo y Josie) han tenido que elegir una de las salsas que habían identificado para hacer un plato libre con fogonero, el primo del bacalao, proveniente de Noruega, que está desembarcando con fuerza en España.
Ninguno de los concursantes había visto antes este pescado y se han manejado con él como han podido. Se nota, eso sí, quién está haciendo los deberes. Josie ha reconocido que está recibiendo clases en el catering de Isabel Maestre y su plato era bastante decente. Por su parte, parece claro que Juanjo tenía ya manejo en cocina y su plato de fogonero acompañado de setas con soja y puré de patatas tenía buena pinta.
Gonzalo y Jesús han presentado platos no muy horribles, pero con dos fallos importantes: el primero con demasiada grasa y el segundo con el pescado, que demanda una cocción muy corta, pasado. Al final, ha pesado más este segundo error y el actor ha sido expulsado.
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