Numerosos estudios científicos, y las más importantes autoridades sanitarias –incluida la Organización Mundial de la Salud–, llevan décadas advirtiendo de los peligros que conlleva un consumo excesivo de carne roja y procesada, que se asocia a un aumento de las enfermedades cardiovasculares, algunos tipos de cáncer y otras enfermedades.
Pero, en un polémico giro de los acontecimientos, una revisión de estudios internacional, publicada hoy en la revista Annals of Internal Medicine, asegura que las evidencias en las que se basan estas recomendaciones no son en realidad lo suficientemente solidas.
Si existen beneficios para la salud derivados de una reducción en la ingesta de ternera y cerdo (las consideradas carnes rojas) estos son pequeños, y no hay suficientes datos como para recomendar a los individuos que cambien sus hábitos alimenticios. Las recomendaciones de estos expertos son, por tanto, que los adultos continúen comiendo carne en las mismas cantidades que lo hacían antes.
“La certeza de las evidencias sobre estas reducciones de riesgo es de baja a muy baja”, asegura Bradley Johnston, epidemiólogo de la Dalhousie University de Canadá, y autor principal de la investigación.
Críticas inmediatas
Aunque estamos bien acostumbrados a los cambios de guión en lo que a recomendaciones nutricionales se refiere, las reacciones a este estudio, publicadas en una reputada revista, editada por el colegio de médicos estadounidense, han sido especialmente virulentas.
Organismos de renombre como la American Heart Association, la American Cancer Society o la escuela de salud pública de Harvard han publicado sendos comunicados en los que critican amargamente al estudio y sus autores y piden, incluso, la retirada del mismo.
Para los científicos de Harvard no cabe duda de que las conclusiones de la investigación “dañan la credibilidad de la ciencia de la nutrición y erosionan la confianza pública sobre la investigación científica”.
¿A quién debemos creer? La respuesta no es sencilla, y es que no es una cuestión de blanco o negro.
Un problema inherente a los estudios dietéticos
Como explica Sergio Parra en Xataka Ciencia, las conclusiones contradictorias de los estudios sobre el consumo de carne va más allá del debate sobre las pautas dietéticas: ponen en evidencia cuán complejo es saber si un solo componente en la dieta es bueno o malo para la salud en términos generales.
Un solo estudio no basta para poner en entredicho un sólido consenso científico
Para saber con certeza cuál es el efecto de un alimento sobre la salud de una pesona habría que realizar un ensayo clínico, en el que un grupo siguiera una dieta, y otro otra (o ninguna en concreto). Pero es casi imposible pedirle a la gente que se adhiera a una dieta asignada el tiempo suficiente para saber si afecta a su salud.
Es por ello por lo que la inmensa mayoría de los estudios sobre nutrición son de tipo observacional y, generalmente, autorreportados: los investigadores preguntan a las personas qué han comido en un periodo de tiempo dado y observan cómo ha ido evolucionando sus parámetros generales de salud. Un método limitado, que puede dar lugar a numerosos errores, pues es imposible establecer una relación causa-efecto entre el consumo de un alimento y el efecto que, por si solo, tiene en la salud.
Esto no quiere decir que ahora podamos comer carne sin control. Un solo estudio no basta para poner en entredicho un sólido consenso científico sobre la conveniencia de limitar el consumo de carne, no solo para cuidar nuestra salud, sino también la del planeta (un tema en el que esta revisión no entra). Y, en ningún caso, podemos quedarnos solo en el titular.
“No están diciendo que la carne tenga menos riesgos, lo que están diciendo es que el riesgo con el que todo el mundo está de acuerdo es aceptable para las personas”, aseguraba a la CNN Marji McCullough, directora científica de epidemiología de la Sociedad Estadounidense contra el Cáncer. Y eso no es lo mismo que decir que sea bueno para nuestra salud comer carne sin control alguno.