Llegas al trabajo, sacas tu táper de plástico con los macarrones en salsa boloñesa y lo calientas en el micro de la cocina. Regresas a casa, tienes un bebé y recurres al micro para calentar en un biberón de plástico la manida fórmula…
Así un día tras otro. Quizá no te des cuenta, pero es posible que te estés envenenando lentamente y, sobre todo si tienes hijos pequeños o bebés, podría ser que estén consumiendo una cantidad de microplásticos realmente peligrosa.
Es lo que considera una reciente investigación, publicada en la revista científica Enviromental Science & Technology, de la que se hace eco el site estadounidense Wired hablando de los millones de diminutos trocitos de plástico que se desprenden de este tipo de envases.
Microplásticos y nanoplásticos que, al ser sometidos al microondas —calor, rayos UV e hidrolisis— pueden romper y quebrar estos átomos de plástico y acabar transportándolos a la comida y, por tanto, pasar a nuestro organismo.
Aunque, como comentan en Wired, no está claros los efectos que la exposición al plástico para la salud humana, hay teorías que apuntan a que no tiene visos de ser bueno. Para ello, Hussain y su equipo decidieron hacer la prueba con tres envases plásticos. Dos de ellos, en teoría aptos para microondas según la Agencia Estadounidense de los Alimentos y otro de ellos reutilizable, pero sin la garantía de esta agencia.
Se tomaron con ellos dos tipos de muestras distintas. Por un lado, un agua desionizada, cuya textura se asemeja al yogur, y por otro utilizaron ácido acético, asemejado a productos ácidos como las naranjas. Con estos ejemplos, probaron a conservar la comida a temperatura ambiente, a meterla en la nevera y a dejarla en una habitación caliente. Además de someter los dos envases aptos para el microondas durante tres minutos a máxima potencia y luego lo ultracongelaron para poder observar las partículas.
El resultado fue que se obtuvieron entre 4,2 millones y 1.200 millones de partículas de microplásticos y nanoplásticos por centímetro cuadrado tras el microondas, en comparación con las otras circunstancias, donde no se apreciaron efectos similares.
Como es lógico, la teoría apunta también a que almacenar a altas temperaturas comida en envases de plásticos puede generar también estas nanopartículas en comparación a lo que sucedería si se almacenan en la nevera. Para ir más allá en una hipotética relación del cuerpo y su reacción con los microplásticos, recrearon un ejemplo.
Para ello, utilizaron células embrionarias de riñón y las rociaron con estos residuos plásticos. El motivo de elegir células de riñón es que se trata del aparato excretor y filtrador por excelencia. Tras dos días de exposición a estos microplásticos, el 75% de las células murieron, suponiendo eso hasta tres veces mayor mortandad que las que pasaron dos días en una solución menos concentrada de microplásticos.
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En este caso, el estudio de Hussain es el primero en analizar la toxicidad de los plásticos en las células, pero no es la primera de las investigaciones que apunta a esta realidad, pues en 2022 se publicó un artículo en Journal of Hazardous Materials donde se hablaba de que la exposición a los microplásticos puede suponer muerte celular, inflamación y estrés oxidativo.
Imágenes | Freepik
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