Ese nombre ya no sale en los menús del día, ni siquiera se oye ordenar a cocina en los restaurantes y bares más de barrio
Decir postre pijama a muchos les puede sonar a chino, sobre todo a aquellos nacidos a partir de los años 2000, cuando en la sociedad española no solo cambió la moneda con la que se pagaban las cosas, lo que sucedió en 2002, sino que la llegada del nuevo milenio supuso toda una transformación de la que aún hoy se sienten las consecuencias.
Uno de estos cambios fue la modernización de la gastronomía, dejando atrás formas viejunas de tomar los cafés y carajillos o también, antiguas maneras de degustar los postres del menú de la casa. Uno de esos platos venidos a menos ha sido el pijama.
Ese nombre ya no sale en los menús del día, no aparece al escanear códigos QR en sofisticados restaurantes, ni siquiera se oye ordenar a cocina en los restaurantes y bares más de barrio. Es como si el pijama jamás hubiera existido.
No obstante, si viajáramos por un segundo a las décadas de los 80 y los 90 no había una forma mejor y más feliz de terminar una comilona que con un buen pijama. Su aparición eran fuegos artificiales en la mesa y, muy en la línea de la cocina actual, era perfecto para compartir.
Este postre consistía esencialmente en un flan acompañado de fruta en almíbar, especialmente melocotón y piña, así como una bola de helado y un poco de nata montada rematando el conjunto.
Mención aparte merece la fruta en almíbar, que también era un viejo recurso de opción de postre y protagonizaba macedonias con el azúcar por las nubes. Tampoco las frutas en almíbar son hoy caballos ganadores y han quedado reducidas a un uso más bien residual en la restauración víctimas de nuevas modas que premian postres como la carrot cake o la tarta de té macha.
Todo lo que fuera
Sin embargo, estos ingredientes no eran exclusivos, pues el pijama tenía todo aquello que fuera dulcemente delicioso que hubiera en la cocina, incluidos plátanos, barquillos, guindas y, en los casos más extremos, hasta sombrillas de cóctel e incluso bengalas.
En conclusión, el pijama era una especie de abrazo dulce que se hacía desde la cocina a la mesa del comensal como queriendo decir: “Esto es todo lo dulce que tengo para ti hoy”.
De Londres a Barcelona
Pues bien, el postre conocido en nuestras fronteras como pijama era una versión del Pêche Melba, que en realidad fue un postre inventado por el célebre cocinero francés Auguste Escoffier en 1892 cuando servía en el londinense hotel Savoy.
Escoffier creó este postre en honor a la cantante de ópera australiana Nellie Melba, que actuaba en la Royal Opera House de Londres, y originalmente combinaba el melocotón (pêche en francés) y frambuesa sobre una base de helado de vainilla. La receta original no llevaba nata montada.
Este postre fue rebautizado y reversionado por el responsable del mítico restaurante barcelonés 7 Portes Paco Parellada quien en 1951, para ofrecer su postre a la clientela americana del establecimiento, preparó este Pêche Melba con helado, fruta en almíbar, flan y nata montada.
Al llegar a la mesa, entre los clientes americanos, de la Sexta Flota Americana, y los camareros deformaron la pronunciación del término de Pêche Melba acercándolo al acento inglés, por lo que el nombre de este postre terminó sonando algo parecido a la palabra pijama.
Ese restaurante fue el difusor de la propuesta pijama, que con el tiempo adoptaron muchísimos restaurantes de todas las latitudes y especialmente los situados en zonas turísticas españolas. Su coste era escaso comparado con el gran resultado y satisfacción que ofrecía.
Sin embargo, esta gloria fue a menos con la llegada del nuevo milenio. Precisamente, el lugar donde este clásico frnacés del siglo XIX fue reversionado a la española, en 7 Portes, sigue hoy ofreciendo en su carta Pijama con la receta clásica como postre por 10,70 euros.
Más allá resulta realmente complicado encontrarlo, pese a que se trata de un postre muy fácil de montar con los ingredientes habituales de cualquier restaurante. Este postre ha quedado claramente extinguido y expoliado de las apuestas gastronómicas de los restaurantes porque, previsiblemente, ya nadie se acuerda de él ni de la cantante de ópera que lo inspiró.Foto | E.Clemente/ DAP
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