Quiebra Duralex: auge y caída de la vajilla irrompible que revolucionó nuestras cocinas

Son muchos los objetos cotidianos que pueden dejarnos huella, pero pocos logran convertirse en un icono capaz de despertar una profunda nostalgia compartida por varias generaciones. La vajilla de vidrio Duralex inundó los hogares españoles en las décadas de los 70 y 80, sobreviviendo cada vez más como vestigio de una época pasada. Piezas irrompibles que visualizamos sobre manteles de hule en la casa de la abuela, vajillas de batalla para recién emancipados, objetos de culto para amantes de lo vintage y el llamado viejunismo. Duralex intentó adaptarse a los nuevos tiempos, pero, tras 75 años de actividad, la empresa se ha visto obligada a declararse en quiebra.

La decisión fue tomada el pasado día 23 y lo confirmaba el miércoles el Tribunal de Comercio de Orleans. Según el periódico francés Le Monde, se ha establecido un periodo de observación de seis meses, congelándose las deudas de la empresa tras efectuarse el debido inventario de sus cuentas, mientras se plantea un plan de recuperación. La compañía, ubicada en La Chapelle-Saint-Mesmin(Centro-Valle de Loira) seguirá trabajando presumiblemente durante este tiempo sin reducir, por el momento, su plantilla.

La respuesta a una necesidad latente

El éxito que lanzó a las piezas de Duralex a venderse en medio mundo se explica ya desde el propio nombre de la marca, toda una declaración de intenciones. Jugando con la conocida expresión latina, Dura lex, sed lex (la ley es dura, pero es ley), sus vajillas nacieron con el simple pero efectivo objetivo de resistir a un bombardeo. O casi.

Hoy nos puede parecer un básico de cualquier hogar, pero las vajillas y utensilios para servir y comer fueron durante muchos siglos un privilegio reservado a un reducido grupo de la población. Las clases altas competían también en su afán por exhibir riqueza y buen gusto en el arte de la mesa, a medida que se fueron creando los códigos de buenas maneras. La población más humilde tenía que contentarse con objetos puramente utilitarios, baratos y resistentes, con el mínimo de piezas y escasa o nula pretensión artística.

La situación fue cambiando con el surgimiento de las clases medias, la industrialización y el auge de la vida urbana, pero la inmensa población de mediados del siglo XX no estaba en situación de derrochar en objetos cotidianos. Las tradicionales vajillas de loza, o cerámica esmaltada, a menudo parte del ajuar nupcial, eran extremadamente delicadas. La cristalería fina para muchos ni siquiera era una opción viable.

Hoy reponemos sin miramientos los platos que se desconchan o se agrietan y engordamos la vitrina con piezas sueltas de marcas conocidas -preferiblemente en rebajas- que luzcan bien en Instagram. Pero nuestros padres y abuelos priorizaban la durabilidad y resistencia. Aún no habíamos sucumbido a la sociedad de consumo de usar y tirar. Las cosas servían para lo que servían, y cuantos más años durasen, mejor.

El secreto de una vajilla (casi) irrompible

Los orígenes de Duralex se remontan a la década de 1930. Saint-Gobain, una empresa nacida como compañía vidriera en el siglo XVII, adquirió unas instalaciones cerca de Orleans, utilizadas hasta entonces para elaborar vinagres. Sus trabajos perfeccionando la tecnología del vidrio templado, originalmente para lunas de automóviles, se consideran pioneros en la industria, especialmente desde que comenzaron a aplicarse a la fabricación de vajillas de mesa.

El vidrio o cristal templado se obtiene calentando el material paulatinamente hasta una temperatura de unos 575-635ºC, para después enfriarlo rápidamente mediante aire. Esto permite desarrrollar una resistencia hasta tres veces superior a la normal del material original, una gran ventaja para objetos de uso cotidiano como las vajillas domésticas.

Los buenos resultados obtenidos llevaron a la fundación de Duralex en el año 1945, iniciándose así oficialmente la historia de la popular marca. Los años de posguerra fueron la primera época dorada de la compañía, pues la población de la arrasada Francia necesitaba optimizar al máximo los recursos básicos mientras se encauzaba la recuperación.

Duralex ofrecía objetos de uso cotidiano ya esenciales en cualquier hogar, extremadamente resistentes y a un precio muy barato. Una vez dominada la tecnología, la fabricación de las piezas en vidrio templado no resultaba cara, y eso permitió ajustar mucho los precios.

El éxito local rápidamente se expandería por Europa y medio mundo, sobre todo a partir del crecimiento económico de las décadas siguientes. La adquisición de productos de buena relación calidad-precio, prácticos y también con cierto aire moderno, definió la nueva prosperidad occidental y la creación de un nuevo contexto social.

La conquista del hogar español

A España le costó más reflejar esa prosperidad de la que presumía la avanzada Europa y también Estados Unidos, pero era inevitable contagiarse de ese deseo por avanzar hacia una modernidad más libre. No vamos a incidir en nada que las primeras temporadas de 'Cuéntame cómo pasó' no hayan contado ya, pero basta con revisionar esas escenas familiares en el comedor original de los Alcántara para recordar cómo eran los hogares españoles en los años 60 y 70. Casi seguro que había unas cuantas piezas de Duralex en la alacena.

La cerámica y la cristalería fina se reservaron para ser exhibidas en la vitrina de honor, dejándose ver únicamente en Navidad y contadas ocasiones especiales, mientras que a diario se comía y cenaba -y desayunaba, y merendaba- con Duralex. Eran objetos baratos, prácticos y extremadamente resistentes, cualidades que no dudó en destacar la compañía en sus campañas promocionales.

"Duralex, el acero del vidrio", rezaban páginas publicitarias como las que recogía la prensa en 1966. "El niño y Duralex están seguros. Duralex inspira confianza porque es prácticamente irrompible. La vajilla Duralex dura más y se limpia mejor. Duralex es tan económico como cualquier plato, vaso o taza de otro material, y es aún más económico porque dura mucho más."

En efecto, facilitaban la ajetreada vida familiar, enfocada todavía sin pudor ninguno en el ama de casa ("segura con Duralex"). Aguantaban los golpes accidentales, resistían arañazos y rayaduras, no se inmutaban ante los guisos que salían hirviendo de la olla y se fregaban fácilmente, sin protestar ante el estropajo más arisco. Lo cierto es que el vidrio templado no es irrompible, pues puede acumular energía cinética y estallar a la mínima, pero, si ocurría tal infortunio, Duralex se rompía en pequeñas esferas, menos peligrosas antes posibles cortes.

Se podían adquirir vajillas completas, juegos de casos o tazas, packs de cuencos o piezas sueltas, como fuentes de todo tipo, jarras o bandejas. A la variedad de diseños se sumaba la posibilidad de elegir el color: transparente, verde o ámbar, del que hay modelos más claros y otros más oscuros, casi marrones. Cada familia asociará recuerdos propios a una tonalidad u otra, aunque no era raro atesorar una mezcolanza de varios.

Míticos son los vasos y tazas de café, con su platito a juego, o los platos con forma de margarita. Aunque mucho más famosos son dos modelos de vaso con nombre propio, el Gigogne (barrigón) y el más elegante Picardie (picardía), de vidrio transparente y más versátil, a menudo usado en hostelería y que incluso ha llegado al cine, de la mano del James Bond de Daniel Craig.

Volviendo a la -pretendidamente- emergente España de los años 60, la compañía vio en nuestra necesitada sociedad un filón para conquistar todos los hogares. Había mucha demanda, así que salía más a cuenta fabricar en el propio país. Se estableció la empresa Vidriería de Castilla en 1963, inaugurándose una fábrica de vidrio propia en Azuqueca de Henares (Guadalajara).

Duralex llegaría incluso a los pueblos, donde hoy, de hecho, permanecen aguantando como testigos de aquella época. Eran productos baratos, pero también modernos, actuales, de diseño extranjero y novedoso. Formaban parte de esos objetos que poco a poco fueron ocupando un hueco en la vida cotidiana, asimilados del extranjero, que ayudaban a salir del atraso económico y cultural que aún arrastraría al país muchos años.

Una vajilla moderna que a nuestros ojos de hoy parece antiquísima, debatiéndose entre lo viejo y lo vintage, entre un pasado gris y los recuerdos nostálgicos de otros tiempos. Todos los que crecimos con sus piezas, en mayor o menor medida, las asociamos con recuerdos de la infancia, sabores de platos tradicionales, o el hogar de algún familiar concreto. Y muchos de aquellos platos y vasos aún resisten, pasando de generación en generación, sobreviviendo a mudanzas, traslados y reformas.

Las dificultades para adaptarse a nueva sociedad

La década de los 90 supuso un duro revés para la compañía. Tras treinta años de fervorosa expansión, la internacionalización de los mercados, los nuevos competidores y una sociedad que cambiaba demasiado rápido, frenaron los beneficios. Saint-Gobain decidió deshacerse de su marca de vajillas para centrase en otros mercados, y Duralex fue pasando de manos entre diferentes compradores.

Ya avanzado el nuevo milenio, un grupo de accionistas tomó las riendas de la marca para tratar de adaptar la compañía a los nuevos tiempos, reestructurando la compañía y sus objetivos. Se modernizaron las instalaciones, se lanzó la tienda online y se intentó captar nuevos compradores transformando el diseño de sus productos.

Las viejas vajillas icónicas prácticamente desaparecieron del catálogo -aunque aquel estilo sigue presente en algunas colecciones-, enfocándose ahora los modelos a un estilo más acorde con las tendencias actuales. Predomina el vidrio transparente, con diseños más decorativos y menos bastos, añadiendo notas de color que actualizan las viejas propuestas.

El remozado vaso Gigogne, por ejemplo, se presenta ahora más refinado y decorado con un motivo de Vichy de colores; incluso se vende en la tienda del MoMA de Nueva York. El lanzamiento de nuevas piezas como fuentes con tapas herméticas a modo de táper, o vasos y cuencos de muchos tamaños, formas y colores, evidencian ese deseo de apuntarse a las tendencias de hoy.

Sin embargo, aunque la empresa remontó en ventas gracias a la última gran crisis económica -de nuevo había demanda de objetos baratos y prácticos-, la marca no ha podido terminar de adaptarse a las dificultades del mercado actual, agravadas por la crisis sanitaria del coronavirus, que ha reducido drásticamente las exportaciones.

Según el actual presidente de la marca, Antoine Ioannidès, tras declararase en quiebra, la compañía va continuar los próximos meses cumpliendo con sus planes de producción. Asegura que ya cuentan con potenciales compradores y confían en poder negociar una salida factible para hacer frente a las deudas.

Por el momento, los productos actuales de Duralex se siguen encontrando en comercios habituales y tiendas online. Pero no es mala idea hacer inventario de la casa de los abuelos o rebuscar en trasteros y cajas, para rescatar las posibles piezas de esta mítica vajilla que, seguro, muchos aún tendremos.

Fotos | iStock - Amazon - MoMA - Nachosmooth - Denkhenk - Pierre Gencey
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