El calor del verano hace que sea tentador decidir descongelar fuera de la nevera cualquier alimento, pues al fin y al cabo es una opción rápida e implacable, pero sólo aparentemente, pues es una opción que la ciencia desaconseja.
Si bien durante gran parte del año uno se dedica, como una hormiga, a almacenar comida en el congelador como si no hubiera mañana, llegan las vacaciones y toca vaciarlo todo para limpiar.
En este contexto (marcado también por las olas de calor y las pocas ganas de cocinar), las semanas veraniegas son especialmente propensas a usar ingredientes del congelador que, mayoritariamente, no se han descongelado correctamente.
Para empezar, congelar es una operación de bajada de temperaturas que permite paralizar por completo el metabolismo de las bacterias que descomponen los alimentos y que se encuentran en estos.
En cuanto a su perfil nutricional, no se producen variaciones e incluso consiguen tener mejores perfiles que en el caso de algunos alimentos que pasan días enteros en el supermercado a la espera de ser seleccionados, perdiendo mientras tanto características nutricionales.
Ahora bien, cuando un ingrediente es llamado a la descongelación se encuentra con un ambiente totalmente proclive a su reproducción al juntarse un entorno húmedo y unas temperaturas, de repente, muy cálidas.
Este proceso puede controlarse cuando se descongela el producto en la nevera, donde se mantiene por debajo de los cuatro o cinco grados, y esa temperatura retenida es la que garantiza que no proliferen las bacterias.
En cambio, si uno deja un bistec descongelando sobre la encimera, estará promoviendo una fiesta reproductiva para esos microorganismos. Esto es todavía peor cuando se decide descongelar en un rincón cálido y soleado de la cocina.
Para quienes tienen mucha prisa y una descongelación en nevera no es una opción, lo mejor es descongelar en el microondas y cocinar de inmediato, así como hacerlo dentro de la freidora de aire, aunque se inviertan unos minutos de más.
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