Hasta el envase lo avisa, pero casi nadie hace caso: lo que les pasa a los frutos secos cuando los conservamos mal

Son uno de los grandes aliados de nuestra dieta, pero a menudo los maltratamos al guardarlos

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Jaime de las Heras

Editor Senior
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Jaime de las Heras

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Los frutos secos son uno de los alimentos más completos del todos los que tenemos en nuestra cesta de la compra. Da igual que hablemos de almendras, de anacardos, de pistachos, de nueces, de avellanas, o de cualquier otra variedad que, en general, van a tener unas grandes cantidades de algunos macro nutrientes como grasas, proteínas, hidratos de carbono y muchísimos minerales y vitaminas.

Perfectos para complementar nuestra dieta, los frutos secos son, sin embargo, un elemento al que vigilar más de la cuenta cuando los guardamos en casa, si no reparamos en cuáles son sus grandes bondades.

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No tanto porque estas propiedades nutricionales se vayan a echar a perder, sino porque sus capacidades gustativas se van a malograr a marchas forzadas, cometiendo un par de pequeños errores que, incluso, se advierten a menudo en los envases de los frutos secos que compramos.

Hay que concebir los frutos secos, del mismo modo que concebimos en gran manera a aceite de oliva: es decir, un alimento rico en grasa. En grasas que nos interesan nutricionalmente, pero grasas al fin y al cabo.

Por ese motivo, cuando nos fijamos en el envase de algunos frutos secos, vamos a ver que nos recuerdan insistentemente que los debemos conservar en un lugar fresco y seco. Muchos de ellos además explican que lo conveniente es alejarlos de fuentes de calor y de la luz directa, ya sea artificial o natural.

¿Y qué pasa cuando las grasas se enfrentan al calor o a la luz? Pues lo que nos sucede a menudo, cuando luego vamos a abrir un aceite, que lleva mucho tiempo expuesto, o un embutido, un queso o lo que es el caso de lo que hay, no se ocupa, que son los frutos secos. El oxígeno y la luz directa contribuyen a, lógicamente, oxidar las grasas de manera acelerada por esa exposición.

Razón por la que el sabor de estos alimentos, tras largas o intensas exposiciones a la luz o en el contacto con el oxígeno, acaban enranciándose y dando ese sabor tan desagradable que hace que los desechemos. Y sí, también pasa con los frutos secos.

Por eso, aparte del lugar fresco y seco, deberíamos mantenerlos en un envase lo menos expuesto posible a la luz –artificial o natural– y a la oxidación, dejando el paquete abierto y permitiendo la entrada de aire.

Imágenes | Imagen de 8photo en Freepik

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