El ejemplo de Matusalem es el hilo conductor del último siglo y medio de historia cubana
Quizá haya pocas canciones que levanten más ampollas –y emociones– que aquel clásico Cuando salí de Cuba que compuso el argentino Luis Aguilé en el año 1967. Ahora, varias décadas después, puede ser la misma banda sonora que acompañe la trayectoria más que centenaria de ron Matusalem.
Entre medias, desde que se alumbrara en el año 1872 en Santiago de Cuba hasta la actualidad, la historia de este destilado es una narración en primera persona (si fuera Netflix, daría para una serie) de este siglo y medio que haría entender el devenir del país caribeño. Independencia, florecimiento económico, revolución y expropiación, recuperación y exilio forman parte del hilo narrativo de la historia de un ron que permanece en las mismas manos desde su origen.
Todo comienza en el año 1872, como decimos, cuando un par de hermanos catalanes Eduardo y Benjamín Camp deciden, junto a Evaristo Álvarez, su socio asturiano, iniciarse en en negocio del ron pero con una singularidad que no era –ni es– habitual en este destilado: envejecerlo tal y como se hace el brandy de Jerez, es decir, con el sistema de criaderas y soleras.
Siguiendo esta premisa, los comienzos de Matusalem se valieron de esta técnica donde varias columnas de barricas van vertiéndose, año tras año, en la siguiente barrica, produciendo así mezclas únicas en cada 'salto'.
De la Cuba del mojito a la Cuba comunista
Con esa marca consolidada, aferrada al logotipo de la golondrina que aún hoy está en sus etiquetas, Matusalem se convertiría en una empresa 100% familiar en 1912, con el matrimonio de Eduardo Camp –sobrino de los dos anteriores– y Justina Álvarez, hija de Evaristo. Desde entonces, el apellido Álvarez se ha mantenido en la dirección de la empresa.
Bajo un producto diferenciado, Matusalem comenzaría a hacerse un hueco en el abigarrado mercado ronero cubano hasta el gran boom económico de la isla: los locos Años 20. Con un Estados Unidos acogotado por la Ley Seca, Cuba se convirtió en una especie de cielo en la tierra para los que buscaban beber –y para que triunfase el estraperlo– y justificaría el auge económico de muchas marcas de ron, que despuntarían con esta migración del pimple.
Matusalem, como tantas otras, se beneficiaría de esta realidad en el poderoso país vecino. Hasta el año 1953. La revolución cubana encabezada por Fidel Castro impondría su utopía socialista en la isla y con ella vendría la nacionalización de las principales empresas del país. Matusalem fue una de ellas y, al mismo tiempo, supuso el exilio para una familia Álvarez que se disgregaba.
En esa década mueren Eduardo Camp, pero también sus sucesores: Claudio Álvarez Lefebre y el hijo de éste, Claudio Álvarez Soriano. El testigo familiar, saliendo de Cuba, queda en las manos de Carmen Delfina Salazar, esposa de Álvarez Soriano, que emigra con sus cuatro hijos pequeños a Estados Unidos. Uno de ellos, el 'tercer Claudio', sería el que resulte relevante para seguir la saga.
El retorno desde el exilio
Allí se haría un nombre y un hombre el protagonista del resurgir. Claudio Álvarez Salazar, al que se apodó El Doctor –por su profesión– y que sería también el que en los años noventa busca defender el legado familiar. Primero, pleiteando por los derechos de la marca, que el gobierno cubano había 'vendido' a una empresa, buscando liquidez para sus finanzas. Segundo, tras recuperar la marca, volver al ruedo.
Estuche ron Gran Reserva 23 años Matusalem
No en Cuba, claro. Matusalem, como tantas otras historias de la isla, se narra en primera persona pero a distancia. Recurriendo a unas instalaciones en República Dominicana, ron Matusalem vuelve a la vida en manos del Doctor Álvarez, que apuesta por retomar el pulso al mercado con la misma premisa.
No es casualidad que el nombre de Matusalén, citado en la Biblia por su extraordinaria longevidad, sostenga la base del storytelling al que el ron apunta: rones muy viejos.
Así va remontando la historia. Ahora, aún en manos de los Álvarez –la quinta generación, donde lleva el pulso Claudio Álvarez Reynaud desde 2016–, mima sus raíces cubanas y el saber hacer que exportaron a República Dominicana basándose en un ron prémium con el sistema de criaderas y soleras en barricas de roble francés que ensambla Cynthia Vargas, la maestra ronera que se encarga de vigilar el descanso de estos rones más que añejos que, hoy, como hace 150 años, pretenden volar como la golondrina que aparece en sus etiquetas.
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