En un mundo globalizado plagado de dulces industriales que compiten salvajemente por atraer nuestra atención, la humilde galleta María sobrevive a todas las generaciones. Aunque acusada en ocasiones de sosa y aburrida, esta mítica pasta apenas ha necesitado cambiar en sus más de 100 años de historia para seguir haciéndose un hueco en los desayunos y meriendas de millones de familias, y no solo en España.
Contrariamente a cierta creencia popular, que vincula el nombre de este dulce a una supuesta nieta de Eugenio Fontaneda, fundador de la conocida marca, en realidad fueron bautizadas originalmente en inglés, y así se las conoce aún en medio mundo. Porque las galletas María tienen innumerables versiones bajo infinidad de marcas repartidas por los países más insospechados.
Una galleta en honor de una duquesa
La galleta María nació en Londres en el año 1874, obra de la empresa familiar Peek Freans especializada en pastas, cuyo legado es hoy propiedad de United Biscuits en tierras británicas y del gigante Mondelēz en Estados Unidos. La compañía lanzó ese año una galleta dulce sencilla bajo el nombre de Marie biscuit, en conmemoración del reciente matrimonio entre la Gran duquesa María Aleksándrovna de Rusia y el príncipe Alfredo I de Sajonia-Coburgo-Gotha, hijo de la Reina Victoria.
La galleta logró rápidamente una enorme popularidad y se extendió por todos los territorios británicos, colonias y más allá, difundiéndose pronto por toda Europa y parte de América, ya no solo de la mano de los productores originales. Aunque no existe una receta única como tal, pues surgieron pequeñas variaciones en cada territorio, era un producto tan simple que se convirtió en una elaboración muy fácil de replicar.
Y en esa aparente sencillez radica el secreto de su éxito y un legado que parece inagotable.
La pasta de té que aguanta casi todo
La Marie biscuit, aunque en ocasiones aparezca mencionada como cookie, responde perfectamente al tipo de pasta típicamente británica y que tanto se diferencia, precisamente, de la cookie definida por la repostería estadounidense. Ahondar en la historia y evolución de las biscuits anglosajonas daría para una tesis doctoral, pero basta decir que responden al tipo de galleta más bien fina, crujiente y resistente, de las que aguantan semanas y que son perfectas para mojar en té, leche o café.
Su antecedente más inmediato son las masas tipo cracker o hardtrack, que antes de incorporar azúcar -ingrediente que costó introducir en Gran Bretaña- eran simples pastas duras y crujientes que debían proporcionar energía rápida a marineros, soldados y comerciantes, resistiendo las largas travesías por mar. También alimento de la clase obrera, al añadir azúcar se volvieron más nutritivas, apetecibles y duraderas, perfectas para tomar con el té de la tarde, antes de la cena.
La galleta María tiene la textura perfecta para tomar sola sin dejarte los dientes y también para mojar en un líquido sin deshacerse al instante. Soporta una larga conservación y ofrece la consistencia ideal para llevar o también para cocinar con ella elaboraciones más complejas. Es dulce, pero no empalagosa; aporta energía sin empachar y suele sentar muy bien a estómagos convalencientes o delicados.
No es de extrañar que se popularizara como galleta humilde y familiar, casi un producto básico de la despensa y muy presente en desayunos, meriendas y sobremesas, ya fuera del ritual británico del té. Es una de las pastas que más se dan a los niños pequeños, ideal para chupar y mordisquear cuando comienzan a salir los dientes, e incluso se extendió como alimento para enfermos.
La equívoca idea de que es una galleta "nutritiva" sigue presente en el imaginario colectivo y no es raro encontrarla en los menús de los hospitales o dietas para niños, para tortura de los dietistas-nutricionistas.
Una superviviente de la posguerra
Muy queridas en medio mundo, en España es quizá donde la galleta María alcanzó su mayor popularidad gracias al éxito que consiguió de la mano de Fontaneda, la empresa que introdujo este tipo de pasta por primera vez en nuestro país.
Creada en 1881 por Eugenio Fontaneda en Aguilar de Campoo (Palencia), Fontaneda nació como un pequeño horno familiar en el que su fundador elaboraba diversos dulces y chocolates de forma artesanal. El éxito le llevó a expandir el negocio trasladando su actividad a una nave cercana donde se instalaría la nueva fábrica ya impulsada por su hijo Rafael, que centró el negocio en la nueva galleta María importada de Europa, de donde trajo también la maquinaria y los procesos necesarios para modernizar la empresa.
A las puertas de la Guerra Civil la compañía, bautizada como "Manufactura nacional de galletas, chocolates y bizcochos Hijo de E. Fontaneda", dominaba el mercado de la zona y logró que su producto estrella comenzara a ser muy conocido en comunidades cercanas, hasta que la contienda paralizó el negocio. Pero solo lo haría momentáneamente.
Ya en plena posguerra y a pesar de la crisis económica y social en la que estaba sumido el país, Fontaneda consiguió seguir creciendo gracias a sus buenas relaciones con el régimen y el buen manejo de los negocios de Rafael. Logró beneficiarse de la política de cupos fijada por el franquismo y también contaba con la ventaja de producir su propio azúcar.
La compañía siguió creciendo y expandiéndose, modernizando sus instalaciones y aumentando progresivamente la producción. Para mediados del siglo XX la galleta María ya era un producto común y familiar en casi todos los hogares y, fue tal éxito de la empresa, que otras marcas se instalaron en la zona, llegándose a conocer a Aguilar de Campoo como 'la capital de las galletas'.
Los herederos de la familia siguieron con el negocio hasta que la crisis del sector de los años 90 obligó a la empresa a cerrar varias instalaciones y vender la compañía a la multinacional Nabisco en 1996. Una década más tarde, sería Kraft, actual Mondelēz International, la que adquiriría definitivamente la marca.
Hoy Mondelēz sigue fabricándolas recogiendo el legado original, conservando la icónica marca y promocionando su galleta bajo el nombre de "La buena María", en un intento por diferenciarse de la competencia.
Marías en todo el mundo
Paralelamente a la historia de Fontaneda y sus míticos anuncios y emblemas ("¡Qué buenas son, las galletas Fontaneda!), la galleta María ha continuado su andadura internacional hasta convertirse en un producto extremadamente popular en multitud de países, con culturas gastronómicas tan dispares como las que podemos encontrar en México, Brasil, Suecia, China, Japón o Zimbabwe.
Con minúsculas diferencias en cada territorio, son diversas las marcas las que elaboran su propia versión de la primigenia Marie biscuit, casi siempre con forma redonda y adornada con un diseño geométrico recorriendo el borde, luciendo el femenino nombre propio grabado en el centro.
Además de ser la galleta favorita para desayunos y meriendas de innumerables generaciones, se ha convertido también en ingrediente básico de muchos postres tradicionales de carácter hogareño.
Así, son un icono de recetas como las natillas caseras, la llamada tarta de la abuela de los cumples, el pastel portugués, el salchichón de chocolate y dulce de leche peruano, el pavé brasileño, las galletas fritas o como complemento de helados, puddings y gelatinas.
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