Situada en el extremo sur, justo en la punta de la "bota", se encuentra una de las regiones más singulares de Italia y aún poco masificada por las hordas de turistas. Bañada por las aguas de los mares Jónico y Tirreno, con Sicilia al frente, Calabria sorprende por la belleza de sus costas, pero también el interior guarda secretos salpicados de un misticismo heredado de su pasado histórico.
Porque el territorio donde se extiende hoy esta estrecha región, con un paisaje típicamente mediterráneo, ha acogido a lo largo de los siglos a numerosos pueblos y civilizaciones, desde la Antigüedad Clásica de griegos y romanos hasta bizantinos y normandos, sin olvidar el paso de los españoles. Es un diamante en bruto para los amantes de la historia y la arqueología.
Y no solo para recuperar el patrimonio cultural, pues en Calabria también sobrevive una mítica criatura que parece sacada de relatos míticos. Es el extraño olivo blanco, un árbol antaño común en la zona que parecía condenado a desaparecer.
El Olivo della Madonna
Los lugareños conocen a este árbol singular como Olivo della Madonna, el olivo de la Virgen, un apodo que no hace sino reforzar ese carácter de antigüedad mítica rodeado de un halo sagrado, misterioso y sugerente.
El nombre académico por el que se conoce a este árbol es Olea leucocarpa, anteriormente Leucolea. Su denominación procede de las raíces del griego antiguo λευκός (leukos, blanco), Ἐλαία (elaea, oliva) y καρπός (karpos, semilla o fruto), pero para quienes conocen o recuerdan su existencia es, simplemente, el olivo blanco.
Es una de tantas variantes del árbol mediterráneo por excelencia que tanto ha marcado el desarrollo histórico y cultural de todos los pueblos que se han asentado a lo largo de sus costas. Pero, mientras que se desarrolló el cultivo de diferentes variedades de olivos en cada región, el leucocarpa fue desapareciendo.
La falta de fuentes históricas hace difícil rastrear su historia concreta y posible importancia en las civilizaciones antiguas, aunque sí se sabe que antaño estaba mucho más extendido, sobre todo en el sur de Italia, Grecia y norte de África. Sus distintivos frutos blancos marcarían su relación con el ser humano y también su destino, condenado a desaparecer en un mundo cada vez menos preocupado por los mitos y lo sagrado.
El sobrenombre religioso ya nos da una pista clara de su devenir. Este árbol, cuando aparecía en todo su esplendor, con sus ramas al viento cargadas de frutos perlados, se presentaba casi como una aparición mística. El color blanco siempre ha tenido un fuerte simbolismo con la pureza y lo sagrado, por lo que no extraña que se convirtiera en un objeto de culto y respeto.
Se cree que ya los pobladores antiguos usaban las aceitunas blancas como ofrenda a los dioses y que se elaboraba un aceite con ellas para ungir a personajes distinguidos o practicar diversos ritos. En épocas más recientes, estos olivos crecían cerca de las iglesias y comunidades religiosas, y se empleaba ese aceite para iluminar los templos y las viviendas, o como obsequio en bautismos y casamientos.
Una arqueóloga para salvar el olivo blanco
Natural de Calabria, la arqueóloga Anna Maria Rotella tuvo un encuentro casi místico con uno de los últimos olivos blancos que aún crecían silvestres en su tierra natal. Según cuenta a Gastro Obscura, había oído hablar de este mítico árbol, aún recordado por los más ancianos del lugar, pero jamás lo había visto en toda su vida por ninguna parte.
Aunque el último ejemplar conocido parecía haberse perdido en un incendio muchos años atrás, Rotolla se había empeñado en encontrar algún ejemplar viviente que atestiguara la presencia del mítico olivo en la región. Indagando entre los vecinos y consultando las escasas fuentes, logró trazar un mapa de posibles avistamientos, hasta que, un día, se le apareció.
Era un olivo blanco de unos 50 años de edad, silvestre, imponente y con las ramas repletas de frutos blancos, brillantes al sol calabrés. "Entonces comprendí el sentido de lo sagrado", confiesa. El efecto es casi mágico cuando la visión de olivos comunes es habitual, pero de repente uno de los árboles resplandece con olivas perladas, frente a las típicas oscuras de sus semejantes. Un verdadero rara avis casi sobrenatural.
Rotella habla de "milagro", pues no se puede expresar de otra manera ese vínculo sagrado que une a los calabreses con un árbol así, que fulgurante en su extraña belleza, sobreviviendo como el raro del lugar en una tierra de supervivientes. Religión, mito y folclore se mezclan en un sentimiento de apego por este árbol que se creía perdido.
La arqueóloga emprendió así un proyecto para salvaguardar este árbol, localizando otros ejemplares y fomentando su protección y desarrollo en la zona. Ya ha identificado más de 120 ejemplares silvestres en Calabria, y ha logrado implicar a las comunidades locales para proteger y cultivar nuevos árboles, sobre todo con el apoyo de las iglesias, recuperando su carácter sagrado. Ahora trabajan en extender la iniciativa por Italia y otras regiones mediterráneas.
Revalorizar la oliva blanca para proteger la diversidad
Más allá de ese carácter sagrado y simbólico, la aceituna blanca no fue nunca muy apreciada como producto agroalimentario. El aceite que se obtiene del prensado y extracción de estas aceitunas es muy claro, blanquecino, casi transparente, y por tanto poco valorado frente al dorado brillante del aceite de oliva común.
Además, según cuenta la misma Rotolla, organolépticamente hablando el aceite tampoco ha sido nunca muy del gusto de los calabreses, demasiado especiado y con un regusto algo extraño para el paladar local, habituado a un sabor más equilibrado y afrutado. Por el lado contrario, al calentarse y quemarse produce muy poco humo, por lo que era ideal para alimentar las lámparas de aceite. Una utilidad que cayó, lógicamente, en desuso.
La aceituna blanca solo parecía consumirse de forma muy puntual por los propios campesinos, sobre el terreno, fritas como aperitivo o complemento del almuerzo para recargar fuerzas. Pero rara vez se incluía en el recetario tradicional de forma deliberada; para eso estaban las otras aceitunas.
Es un fruto que solo permanece blanco cuando madura en el árbol y permanece fresco. Una vez caen o se recolectan van perdiendo el tono pálido, que también desaparece si se conservan en salmuera. La falta de color de la aceituna blanca se debe a la ausencia de clorofila y antocianinas, sustancias que sí contienen las aceitunas corrientes.
Aunque se está experimentando para lograr preservar ese color blanco más allá del árbol, y probando técnicas para procesar el aceite y las propias aceitunas con usos culinarios, lo que más interesa a biólogos, agrónomos y agricultores es la protección del propio árbol, y evitar su extinción.
Su desaparición supondría una pérdida irreparable para la biodiversidad y la propia historia y cultura de regiones como Calabria, donde el extraño olivo blanco parecía condenado ya a permanecer solo como un mito perdido en el recuerdo.
Fotos | Sheila Southcott - Rainhard Wiesinger - Masaneo Agricoltura
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