Mucho ha cambiado la margarina desde que nació como sustituto barato de la mantequilla, cuando incluso se utilizaban grasas animales para su elaboración. Esta grasa untable industrial triunfó rápidamente por su bajo precio y sus supuestas bondades nutritivas, un éxito que no fue precisamente bien recibido por el sector lácteo, especialmente en Estados Unidos. La margarina era una amenaza; ¿cómo frenar sus ventas? Obligándola a tener un aspecto desagradable.
En España todavía muchos recordarán aquella pseudomargarina de tres colores, la cual, como la popular tarrina de helado al corte de tres sabores, tentaba a la juventud con una grasa untable de dudoso aspecto y aún más cuestionable calidad nutricional. Para los nostálgicos: el Tulicrem desapareció, pero aún se puede encontrar en algunos comercios la marca Cremtona de chocolate, fresa y vainilla.
Pero el caso que hoy nos ocupa nos lleva a una época en la que a la margarina se le obligó a teñirse de color rosa, una de las medidas que logró imponer el lobby lácteo estadounidense para tratar de frenar el fulgurante éxito de un inesperado rival difícil de batir.
El color amarillo como caballo de batalla
La comida entra por los ojos y en esa primera impresión visual el color juega un papel decisivo. Una buena mantequilla de calidad, elaborada con leche de vacas de pastoreo, alimentadas con hierbas y pasto, se presupone que tendrá un color amarillo natural más apetecible que una alternativa más barata de producción intensiva. Tenemos la misma impresión con las yemas de los huevos y el color del pollo, a pesar de que no son signos indicativos reales de la calidad.
Pero cuando la margarina cruzó el Atlántico y empezó a producirse en tierras estadounidenses y canadienses, los fabricantes eran conscientes de lo poco atractivo que resultaba su novedoso producto si se ofrecía con su tonalidad blanquecina original, recordando a la manteca y grasas animales de baja calidad, muy poco apetecibles. Por eso empezaron a teñirla con colorantes amarillos.
La industria láctea, que vio cómo las ventas de la nueva margarina subían rápidamente como la espuma, no tardó en reaccionar. Los productores, sintiéndose amenazados, presionaron a los políticos a nivel estatal y federal para imponer normas legislativas que frenaran sus ventas, poniendo el color amarillo como foco de sus contraataques. Argumentaron que teñir la margarina era engañar al consumidor y podía llevar a fraudes.
La ley federal conocida como The Margarine Act, publicada en 1886, impuso a nivel nacional un impuesto de dos centavos por libra a la margarina, quintuplicado a principios del siglo XX, y fueron muchos los estados que empezaron a prohibir que se coloreara. En 1902 ya eran 32 los estados que prohibían la producción y venta de margarina de color, y se obligaba a señalar claramente que era un producto vegetal (oleomargarine).
Tíñasela usted mismo
Hecha la ley, hecha la trampa. Los fabricantes de margarina no iban a quedarse de brazos cruzados, conscientes de que tenían en sus manos la nueva gallina de los huevos de oro. Si no les dejaban colorear su producto, sería el propio consumidor quien lo hiciera.
Así lo hicieron algunas marcas en diversos estados, presentando su margarina blanca en bolsas de plástico que contenían unas cápsulas o bolitas de colorante amarillo, animando al consumidor -o a las amas de casa directamente-, a que estrujaran el envase antes de abrirlo y así teñir la grasa untable a base de manoseos. Este curioso invento se bautizó como bolsas “Color-Kwik” y gozó de popularidad hasta después de la Segunda Guerra Mundial.
Audre Lorde, en ‘The Uses of the Erotic’le dio a esa acción de amasar la pasta blanda connotaciones eróticas en una estimulante metáfora de la sexualidad:
“Dejábamos la margarina fuera un rato para que se ablandara, y luego pellizcábamos la bolita para romperla dentro de la bolsa, liberando el rico amarillo en la suave masa pálida de margarina. Luego, tomándola con cuidado entre los dedos, la amasábamos suavemente de un lado a otro, una y otra vez, hasta que el color se había extendido por toda la bolsa de kilo de margarina, coloreándola por completo. Encuentro lo erótico como un núcleo dentro de mí. Cuando se libera de su intenso y restringido gránulo, fluye a través de mi vida y la colorea con una especie de energía que aumenta, sensibiliza y fortalece toda mi experiencia.”
La mantequilla es amarilla, la margarina ¿rosa?
Al margen de la normativa estatal que regulaba el color de la margarina, supuestamente para evitar fraudes, varios estados aprobaron normas aún más agresivas contra la nueva grasa untable que causaba furor en los hogares estadounidenses. No solo se prohibió teñirla de amarillo, tenía que ser claramente distinguible de la mantequilla . Así que se impuso el color rosa.
En algunos estados donde el lobby lácteo tenía más poder sobre la clase política, se aprobó paralelamente a The Margarine Act una normativa que obligaba a los fabricantes a teñirla de color rosa, con la idea de que sería desagradable y poco apetecible para el consumidor, bajo la excusa de que así se evitaban confusiones.
No sabemos si aquel movimiento habría tenido efecto a largo plazo en la ventas, pues la Corte Suprema no tardaría demasiado en legislar en contra, declarándola anticonstitucional. Si el Estado no tenía el poder de prohibir la venta de un producto, tampoco tenía la facultad de disponer que el mismo fuera coloreado por obligación, según dictaminó el tribunal en el caso de 1898 Collins contra New Hampshire.
La prohibición de teñir la margarina de color amarillo continuó durante la primera mitad del siglo XX y algunos años después, aunque las medidas federales se derogaron en la década de 1950. Costó más hacer desparecer las normativas estatales que trataban de limitar sus ventas, pero finalmente la margarina terminó por imponer su autoridad.
Wisconsin fue el último estado en derogar la ley anticoloreado en 1967, pero a día de hoy sigue manteniendo medidas muy restrictivas al uso de la margarina. Además de imponer estrictos requisitos a su fabricación, etiquetado y uso de colorantes, en este estado está prohibido a los restaurantes y cafeterías servir margarina salvo que se pida específicamente, y también se prohíbe su uso en servicios públicos (centros educativos, sanitarios o prisiones).
Aunque la margarina ganó la batalla a la mantequilla durante la segunda mitad del siglo XX, el cambio de milenio ha sido favorable al producto lácteo. La evidencia científica que alerta de los peligros de las grasas trans y el rechazo actual a los ultraprocesados e industriales han jugado a favor de la mantequilla, un producto visto como natural y más tradicional.
Ahora los estadounidenses consumen más mantequilla y menos margarina, aunque los productores están reaccionando con una reformulación de sus productos, igual que en Europa, reduciendo y eliminando esas grasas trans, incluso reduciendo la grasa total. Con las tendencias actuales que apuntan al auge del veganismo y las alternativas vegetales o de laboratorio, habrá que ver cómo evoluciona la industria en los próximos años.
Crema Holandesa 3 colores Cremtona. Chocolate, Fresa y Vainilla.
Fotos | iStock - Internet Archive Book Images - Alden Jewell - Kagor
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