La recuperación de los grandes herbívoros que poblaron la Tierra puede ser clave en la conservación de la biodiversidad
Uno de los debates más encendidos que levanta polémicas entre ecologistas, agrónomos, biólogos y profesionales del sector agropecuario es el que enfrenta las posturas a favor y en contra de la ganadería. Pese a que parece evidente que la producción intensiva de las macrogranjas es muy contaminante, la ganadería extensiva sí puede ayudar a proteger y restaurar el medio ambiente natural.
Es lo que defienden asociaciones como la Plataforma por la Ganadería Extensiva o Ganaderas en Red en nuestro país, así como instituciones científicas como el Centro Vasco de Cambio Climático o el CSIC.
Como expone el manifiesto 'Pastoreemos cordura' de Ganaderas en Red, la ganadería extensiva se basa en una producción ligada y adaptada a la tierra y a sus pueblos, compatibilizando la producción con la sostenibilidad, adaptándose al aprovechamiento de los recursos naturales de cada zona y cada estación del año.
También contribuye a combatir el cambio climático, ya no solo porque precisa de menos insumos y genera menos emisiones contaminantes, fomentando el consumo de proximidad y de razas autóctonas, también cumple un papel clave en la protección y conservación de la biodiversidad local. Muy especialmente, de las zonas pastables.
Ahonda en esta cuestión desde una base científica Pablo Manzano, investigador y especialista en ganadería, ecología y medio ambiente.
No toda la ganadería es igual
En el artículo 'Dietas sostenibles: no importa qué como, sino cómo se produce' de la revista Soberanía alimentaria, Manzano analiza la complejidad de la crisis climática relativa a los sistemas ganaderos actuales, respondiendo a la falsa idea de que toda la ganadería funciona igual y afecta de la misma manera al medio ambiente.
Así, distingue tres tipos:
- Sistemas extensivos ligados al territorio: los típicos rebaños de pastoreo y trashumantes.
- Sistemas mixtos o intensivos ligados al territorio: pequeñas o medianas granjas con parte de su ciclo vital alimentados a pasto al aire libre o que practican trashumancia en verano para confinarse en invierno.
- Sistemas intensivos: macrogranjas o producciones industriales.
Los dos primeros sistemas, expone Manzano, no cambian el clima. Y la respuesta se puede resumir con una pregunta: “¿Cómo es posible que una actividad que tiene miles de años sea culpable de un problema que tiene solo dos siglos?”
Durante miles de años el ser humano ha vivido de la ganadería y son todavía muchas las poblaciones locales e indígenas que basan su economía y supervivencia en la trashumancia y el pastoreo. Reivindicar que renuncien al ganado y a su carne no sería solo condenar a las zonas más desfavorecidas a la malnutrición y a una mayor pobreza, también sería devastador para sus ecosistemas, ya afectados por la crisis climática global.
Imitando a los grandes herbívoros extintos
La evolución humana se ha desarrollado afectando directamente al medio que la rodea. Nos hemos ido adaptando a los propios cambios del planeta, como todos los seres vivos no extintos por causas naturales, pero también hemos modificado al propio medio ambiente. Y ha sido un proceso que se ha ido acelerando más y más conforme avanzaba la Humanidad.
La domesticación de los animales para desarrollar la ganadería fue fundamental en nuestra evolución, pero privando al planeta de sus grandes herbívoros salvajes estábamos rompiendo un eslabón clave de la cadena natural.
Por suerte, la práctica del pastoreo, la trashumancia y la ganadería extensiva sustituyó durante siglos a la desaparición de esos grandes herbívoros, ocupando su puesto ecológico en ese mecanismo. Aquellos animales salvajes ya extintos también emitían gases de efecto invernadero, y no por ello había riesgo de cambio climático. Al contrario, herbívoros ya desaparecidos como los grandes uros mantenían el equilibrio de amplias extensiones continentales donde la vegetación es más abierta, como dehesas, sabanas, zonas semi áridas, prados y llanuras.
La ganadería intensiva vino a sustituir ese papel natural, pero al industrializar la producción y abandonar poco a poco las granjas familiares y el pastoreo más tradicional, esos ecosistemas han quedado también huérfanos de un agente regenerador sin el cual difícilmente podrá recuperarse el territorio.
Regenerar la tierra volviéndola más salvaje
“Solo aquellos sistemas ganaderos que imiten eficientemente a los herbívoros silvestres serán capaces de proveer de servicios ecosistémicos similares”. Esta conclusión de Manzano es compartida por expertos en biodiversidad de todo el mundo, pero es en Portugal donde la están aplicando de un modo muy peculiar.
Fundada en 2019, la asociación Rewilding Portugal, ligada a Rewilding Europa y a todo el movimiento de la agricultura regenerativa, trabaja con el objetivo de promover la conservación de la naturaleza a través de medidas de 'resilvestración' (rewilding) en el país luso. Actualmente centran sus trabajos en el norte, en las zonas de Riba-Côa y Beira Alta, donde ha habido una gran tasa de abandono de la población rural generando la oportunidad de desarrollar proyectos para regenerar el medio ambiente.
La región del Gran Valle del Côa forma parte del Patrimonio de la Humanidad de la UNESCO por concentrar un gran número de manifestaciones de arte rupestre paleolítico al aire libre, casi toda mediante grabados en roca donde predominan figuras de grandes herbívoros. Además es un enclave natural de gran valor, un recorrido a lo largo del río Côa, desde el manantial de Fóios en Sabugal hasta el estuario del Duero en Vila Nova de Foz Côa. Alberga la primera área protegida privada de Portugal, la reserva de Faia Brava.
Sin embargo, el paisaje, aunque parece hoy un vergel protegido alejado de la actividad humana, dista mucho de cómo era hace miles de años, cuando los pobladores del Paleolítico dejaron su huella en esas rocas. Es un ecosistema dañado, sometido al estrés provocado por la actividad humana y el cambio climático.
Pedro Prata, de Rewilding Portugal, ve sin embargo esperanza para la recuperación de la zona, de que vuelvan a evolucionar hacia la resilvestración, a que recuperen su antiguo estado silvestre y más salvaje. "Pero necesitan los elementos que aporten las dinámicas que necesitan para que eso ocurra". Y uno de esos elementos es la presencia de los extintos grandes herbívoros que contribuían a la regeneración natural del ecosistema.
Reses prehistóricas para combatir la crisis climática
Si aquellos grandes animales están hoy desaparecidos, y no hay pastoreo en la zona, ¿cómo devolver al valle su salvajismo natural? Fácil: devolviendo a la vida a un animal prehistórico.
No es una historia de ciencia ficción, aunque bien mirado sí podría dar para un guion interesante. Es el gran proyecto pionero en el que llevan trabajando nuestros vecinos introduciendo en la zona un herbívoro que recupera la figura de las gigantescas reses que los humanos prehistóricos plasmaron en sus grabados de roca, el auroch o uro, considerado el ancestro de nuestras vacas, bueyes y toros.
Se estima que los uros que habitaban en el valle del Côa podían medir casi dos metros de hombro a hombro, más de tres metros de largo desde la cabeza a la cola. Fueron desapareciendo poco a poco muy probablemente por la caza y la expansión de las poblaciones humanas, que terminarían domesticando la especie hasta desarrollar el ganado bovino actual, mucho más pequeño.
Un proyecto desarrollado por la fundación holandesa Stichting Taurus, en colaboración con varias universidades europeas, ha logrado criar un animal que recuerda a aquel inmenso herbívoro, el tauros. A través de técnicas de selección artificial, con la práctica conocida como back-breeding o taxón reconstituido, el tauros se asemeja a su antepasado no solo en la apariencia física, también en su comportamiento. Y eso es precisamente lo que buscan en Portugal.
Más pequeño que el uro primitivo, el tauros vive en manadas en libertad y sabe encontrar su propio alimento y agua en el medio salvaje. Además son animales capaces de organizarse en grupo para defenderse por sí mismos de los depredadores y cualquier amenaza externa, ayudados por la gran cornamenta defensiva que exhibe cada ejemplar, muy distinta a las del ganado doméstico.
La asociación Rewilding Portugal introdujo la primera manada a principios de 2023 con 15 tauros, número que se ha incrementado hasta los 17 animales tras el nacimiento de dos crías. Los investigadores esperan que en pocos años los animales puedan aumentar de tamaño y peso hasta prácticamente equipararse a las dimensiones del uros primitivo original.
El impacto que dejan en el ecosistema está siendo ya muy positivo gracias a su gran tamaño y el comportamiento silvestre con el que actúan, como una manada perfectamente organizada. Se alimentan de la vegetación local, regenerando el suelo generando materia orgánica y también mediante sus propias acciones naturales de arrancar vegetación, abrir espacios o remover la tierra con sus poderosas patas y cuernos.
Y no solo están ayudando a que un medio alterado vuelva a su estado salvaje primigenio, restaurando el equilibrio natural. La huella que dejan en el medio también tiene efectos beneficiosos en otro de los grandes males que ha generado el ser humano en la naturaleza, el fuego. Los uros, como la ganadería intensiva ha demostrado, son una herramienta clave en la prevención de incendios, ya que evitan que se acumule materia seca combustible y ayudan a que el suelo sea más fértil y húmedo, fomentando el desarrollo de la biodiversidad.
Lonely Planet Portugal: Perfect for exploring top sights and taking roads less travelled (Travel Guide)
Imágenes | Rewilding Portugal/Rui Santos/Cláudio Noy - Unsplash/Hayden Walker - Abbie Cagle -
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