Independientemente del producto, este error puede arruinar por completo el resultado final
En el mundo cambiante de café o té, convertidas en bebidas eternas para desayunos y sobremesas, caben muchos más protagonistas. Hablamos también del terreno de las infusiones donde la manzanilla, la tila, el rooibos o el poleo menta llevan muchos años entre nosotros.
Quizá no sea España un país donde la cultura del té —ni de las infusiones— esté tan arraigada como en otros países de nuestro entorno. Incluso algunas culturas que nos rodean como la portuguesa o la británica, donde el té casi alcanza el grado de religión.
No hablamos ya de lo que sucede en algunos países de Asia como China —de donde los ingleses copiaron su ceremonial del té— o Japón, otro lugar donde reverencian casi como si fuera un producto divino a las hojas de la Camellia sinensis, que es el nombre científico del té.
Opciones hay casi infinitas, aunque lo más normal es que dividamos el mundo del té por colores como blancos, verdes, rojos o negros, que suelen obedecer a distintos grados de oxidación o incluso fermentación. Algo más sencillo, no obstante, es el mundo de las infusiones, que ofrece menos complicaciones en sus variedades.
Convertidas también las infusiones en bebidas con propiedades terapéuticas, su consumo en muchas ocasiones va aparejado a determinadas bondades como digestivas, carminativas, tranquilizantes o sedantes, razón que las ha hecho muy populares en las medicinas tradicionales.
El error que no debes cometer al hacer un té o infusión
Sin embargo, hoy vamos a descubrirte uno de los grandes errores que habitualmente cometemos con el té y con las infusiones en España y que, por desgracia, solemos repetir con frecuencia.
Lo malo de este error, aparte de su arraigo, es que empeora la calidad de nuestra infusión y de nuestro té. Lo cual es una auténtica pena si nos hemos gastado un buen dinero en comprar un producto de calidad y, al final, lo arruinamos a la hora de prepararlo.
No hablamos ya sólo de una cuestión de temperatura del agua o del tiempo de infusión, que son fundamentales, sino lo que hacemos al terminar de infusionar las hierbas en cuestión.
El gran fallo que cometemos es retorcer la bolsita —en caso de apostar por este formato— o de aplastar las hojas —si utilizas un filtro o infusor—. Al hacer esto, lo único que conseguimos es liberar el amargor que puedan tener, haciendo más ingrata la infusión.
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Dentro de nuestra buena fe, cuando hacemos este gesto pensamos que conseguimos un poco más de cantidad de infusión, pero os aseguro que el gesto —al que apenas le sacamos unas gotas más— es más perjudicial que beneficioso.
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