Más allá de lo que popularmente conocemos de Giovanni Giacomo Casanova, y del sentido en el que utilizamos la palabra Casanova, gracias a sus escarceos amorosos detalladamente descritos en su autobiografia, sobre este pintoresco personaje nacido en Venecia en 1725, sabemos que fue aventurero, escritor, diplomático y agente secreto veneciano, y muy famoso por sus hazañas novelescas y galantes.
Una de las cosas que más se desconoce de Casanova es que fue un gran amante de la gastronomía, fue un gran y atento observador de las costumbres de su tiempo y por tanto también de los hábitos de la mesa. Una parte muy importante de su obra autobiográfica – Histoire de ma vie – esta centrada precisamente en sus gustos culinarios.
Se sabe que fue el inventor de un vinagre especial para sazonar los huevos duros y las anchoas, decía que el roquefort debía ir acompañado siempre con cambertin (un tipo de vino francés) y afirmaba que su “vigor“ se debía a que tomaba habitualmente sobre todo antes y durante sus sesiones amatorias, chocolate espumoso.
Entre aventura y aventura, no dudaba en dar un rodeo para degustar algunos patés famosos como el raro hermitage blanco del Ródano, el licor de Grenoble, las setas de Génova o las brochetas de alondras de Leipzig.
Las trufas, las ostras, el champaña y el marrasquino, le deben en gran parte su reputación de afrodisíacos.
El príncipe de Ligne decía haciendo referencia a Casanova
A los setenta y tres años, como ya no puede ser un dios en los jardines ni un sátiro en los bosques, es un lobo en la mesa
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