Lo que comenzó como un plan intervencionista para ayudar a los productores lácteos se convirtió en un problema que salió muy caro
Son muchos los mitos que rodean al Gobierno de Estados Unidos prácticamente desde que George Washington estrenó el cargo. Leyendas convertidas hoy en teorías de la conspiración rocambolescas, y eso que el Federal Government sí guarda historias reales que nos harían dudar de su veracidad. Por ejemplo, que acumula cientos de toneladas de queso bajo tierra.
Si la imagen de miles y miles de piezas de queso almacenadas en mágicas cuevas subterráneas se te antoja algo así como lo más cercano al paraíso en la Tierra, has de saber que semejante acopio lácteo ha dado muchos quebraderos de cabeza a las autoridades estadounidenses. Concretamente fue el presidente Ronald Reagan quien tuvo que lidiar con uno de los episodios más absurdos de su ya animada carrera política. Y eso que venía de Hollywood.
No es que el Gobierno quisiera hacer negocio produciendo y vendiendo su propio queso, ni el resultado de una compra exagerada para consumo oficial bajo mandato de algún presidente muy quesero. La acumulación quesera federal comenzó como un primitivo plan de ayuda económica estatal que terminó por irse de las manos.
Estadounidenses y queso, una historia de amor
En Estados Unidos se produce y se consume mucho, mucho queso. Resulto obvio solo con visualizar lo típico que el mundo entiende como típicamente american food -que no deja de ser cierto cliché injusto-: hamburguesas, pizzas, contundentes platos de pasta, bocadillos y sándwiches pantagruélicos como el Sloppy Joe, gratinados de todo tipo, perritos calientes... siempre con salsas, aderezos, aliños, rellenos y coberturas de queso o sucedáneos.
Pero también hay un sector del país que conoce y cultiva la cultura quesera como la concebimos más en Europa, que aprecia las variedades locales de granjas más pequeñas, que acude a tiendas de especialidad o invierte más en quesos que no salen de paquetes de plástico o, peor, de un bote de espray. No hay más que observar el palmarés de los más prestigiosos concursos de quesos internacionales, con numerosas referencias estadounidenses ganando premios. Lógicamente, a España no nos llegan muchos, pero haberlos, haylos.
Sea como fuere, Estados Unidos es un país que ama el queso y también es el mayor productor del mundo. Limitado al principio a la producción casera y más artesanal, con la inestimable ayuda de los inmigrantes europeos, el panorama cambió drásticamente cuando el país comenzó a industrializarse. Desde que se abrió la primera fábrica de queso en 1851, el país ha aprovechado sus mejores bazas para liderar la producción mundial.
El sector lácteo en su conjunto uno de los motores económicos del país y tanto la leche como sus derivados han formado parte indispensable de su dieta y su cultura. Durante décadas se consideraron alimentos esenciales en la dieta del estadounidense y se ha fomentado su producción y consumo con inversiones millonarias en las que el lobby lácteo ha jugado su esperable papel.
Comprar queso para evitar la ruina
La acumulación de queso gubernamental responde a los vaivenes económicos de su materia prima, la leche, verdadera impulsora de esta problemática. Todo comienza en las granjas de vacas lecheras y las dificultades a las que se enfrentan los productores cuando las cosas no van tan bien como le gustaría al país.
Gracias a la invención y desarrollo de las cámaras frigoríficas y otras tecnologías refrigerantes, el sector lácteo vivió un gran crecimiento en las primeras décadas del siglo XX. Por fin se podía transportar de manera segura la leche y sus derivados por todo el país, lo que provocó cierta locura expansionista de los productores que, sin embargo, tuvieron que hacer grandes inversiones económicas. Justo en una época en la que la economía mundial iba a enfrentarse a épocas convulsas.
Las dos guerras mundiales trastocaron por completo al país, especialmente el segundo conflicto. En los albores de la Segunda Guerra Mundial, el sector lácteo ya estaba recibiendo un trato preferente por parte del Gobierno, pues sus productos se convirtieron casi en una herramienta patriótica para alimentar los cuerpos de los americanos que iban a combatir en la guerra, o a mantener a flote el país.
Pero las dificultades que pasaban los productores y el inicio de los racionamientos levantaron las alarmas ante una más que probable escasez alimentaria. Al Gobierno Federal le preocupaba además el suministro a largo plazo, ya que los quesos no se pueden hacer de un día para otro. Había que proteger a los productores, y para eso había que intervenir los precios.
La Ley Agrícola de 1949 con el Programa de Apoyo al Precio de los Productos Lácteos permitió la compra federal de productos lácteos para estabilizar los precios, de tal modo que el sector siguiera funcionando y no dejara al país con el culo al aire en las décadas siguientes. Como no se puede almacenar leche a medio o largo plazo, se compraron sus derivados: mantequilla, leche en polvo y, sobre todo, mucho, muchísimo queso. Y así la rueda siguió girando.
Políticas intervencionistas que salen mal
Como cuenta a Atlas Obscura Andrew Novaković, del departamento de Economía Agrícola de la Universidad de Cornell, el plan intervencionista salió bien hasta que todo se fue al garete en la década de 1970. La inflación galopante y una nueva crisis hizo tambalear, otra ver, la economía nacional. El precio de la leche estaba por los suelos y los productores se enfrentaban a la ruina.
El entonces presidente, Jimmy Carter, dio un paso al frente y prometió dar un respiro igualitario al sector. “El resultado de todo aquello fue la sobrecompensación en el uso de este programa para ayudar a los productores, hasta el punto de que acabamos creando el excedente lácteo más masivo de la historia de Estados Unidos”, señala Novaković. Se estabilizaron los precios, impidiendo que se hundieran y también que subieran demasiado, pero el programa cada vez daba más problemas al USDA (Departamento de Agricultura de los Estados Unidos, por sus siglas en inglés). Era muy caro y decidir cuándo y cómo dar salida a lo almacenado se convirtió también en una herramienta política
Así llegamos a 1981 y volvemos a Ronald Reagan, con más de 25.000 toneladas de queso bajo su poder cuyo almacenamiento, según publicó entonces The Washington Post, costaba un millón de dólares al día a las arcas nacionales. “Probablemente lo más barato y práctico sería tirarlo al océano”, declaró un funcionario del USDA. En lugar de eso, Reagan anunció que se destinaría al Programa Temporal de Asistencia Alimentaria de Emergencia, dirigidos a la asistencia social para la población más vulnerable y a los comedores escolares.
No serviría de mucho para solucionar la situación a corto plazo. Además, el llamado american cheese, con su característica forma de bloque prismático y color anaranjado, no era precisamente del gusto de la población.
Queso por doquier
Aunque sigue destinándose un porcentaje del queso federal a los programas sociales, en las últimas décadas se ha recurrido a otros métodos para dar salida a los excedentes. En los años 90 y principios de la década de 2000, cuenta Atlas Obscura, una empresa de marketing creada y financiada en parte por el USDA dio millones de dólares a compañías de comida rápida como Taco Bell y Domino's para 'animarlas' a multiplicar la cantidad de queso en sus platos. Y todo en medio de campañas sanitarias alertando sobre los peligros de las grasas saturadas.
Poco a poco las toneladas de quesos almacenados fueron disminuyendo. El Gobierno ya no compra ni acapara cifras tan astronómicas de lácteos como décadas atrás, pero los excesos de la industria siguen siendo un problema. La falta de previsión comercial y las dificultades que tiene el sector para adaptar la producción quesera a las fluctuaciones del mercado provocan excedentes ante los que incluso muchos productores optan por tirar la leche.
El país continúa guardando gigantescos alijos de queso bajo tierra, reunidos casi todos en antiguas minas y canteras de Springfield, Missouri. Algunas siguen siendo estatales, otras muchas están alquiladas a empresas privadas, como Kraft Heinz. Pase lo que pase en el futuro, parece que Estados Unidos tendrá siempre toneladas de queso a las que recurrir.
Imágenes | Freepik/usertrmk - Septagram - @fightfor15 - Joseph Corl - Oak Grove Dairy
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