Intentamos recuperar la filosofía de reutilizar y reducir el desperdicio, pero seguimos en la sociedad del usar y tirar, no solo de alimentos. Renovamos con demasiada frecuencia la ropa, los aparatos electrónicos o el menaje, pero hay una marca que sobrevive en las cocinas indeleble al paso de los años. Quien tiene una fiambrera de Tupperware en casa, tiene un tesoro. Y pronto puede que también una codiciada reliquia.
Pocas son las marcas que han logrado crear un icono internacional, marcando un antes y un después en la vida de millones de personas en todo el mundo. Menos aún son las que han ligado su nombre al propio producto en sí, como ocurre cada vez con menos frecuencia en alimentos como los danones o el pan bimbo. Los llamamos tarteras o fiambreras, pero casi todo el mundo los conoce como tápers o tuppers, unos recipientes reutilizables que nos cambiaron la vida.
Tupperware es una marca ya universal cuya historia suma 77 años de edad; echando la vista atrás y viendo el aspecto algo viejuno de los modelos más antiguos, casi nos parecen pocos. No es extraña la sensación de que el táper lleva con nosotros toda la vida, aunque, obviamente, no pudo aparecer ni expandirse hasta la democratización del plástico.
En el aprovechamiento de todas las posibilidades que ofrecía este material y un diseño innovador -y complejo- radica la base de su éxito, pero necesitó un pequeño impulso extra para ganarse a las amas de casa de millones de hogares. Suena sexista, pero es la pura realidad: si Tupperware se convirtió en ese icono mil veces imitado es gracias a la figura de la mujer en el hogar familiar.
La marca es de las que nos parecen destinadas a superar el siglo de vida, pero ni un nombre tan poderoso se escapa a los cambios de hábitos y el inestable mercado económico. El futuro de Tupperware, como sucedió con Duralex, peligra, y podría desaparecer.
Del campo de batalla a las cocinas
Pese a que corre por España la idea de que "táper" proviene de "tapa", este invento simplemente tiene el nombre de su creador. Earl Silas Tupper, más conocido simplemente como Earl Tupper, nació un verano de 1907 en las afueras de Berlín, Nuevo Hampshire (Nueva Iglaterra, Estados Unidos). Tras una infancia y juventud en diferentes granjas de Massachusetts, estudió en el Bryant College de Rhode Island antes de emprender sus primeros negocios en el mundo de la jardinería.
La Gran Depresión frustró sus primeros planes profesionales, pero logró encontrar trabajo pronto en la empresa química DuPont, donde tendría acceso a los medios necesarios con los que experimentar y crear nuevos materiales que serían de gran utilidad en la Segunda Guerra Mundial.
Porque los tápers no nacieron motivados por una necesidad culinaria, sino en el campo de batalla. La guerra, motor de muchas invenciones y avances recientes de la humanidad, impulsó a Tupper para dar con un material plástico ligero, flexible, irrompible y moldeable, que utilizaría para diseñar cuencos, tazas, recipientes e incluso máscaras antigás para los soldados.
Una vez finalizada la contienda y tras los primeros años de posguerra, el fértil terreno que despertaría a la economía estadounidense como potencia mundial frente a la devastada Europa lanzó a Tupper a aplicar sus avances a un terreno más práctico y cotidiano, las cocinas de la emergente clase media.
El nacimiento de Tupperware y el fervor de sus fiestas
El visionario Earl Tupper siguió apostando por sus innovaciones buscando nuevas aplicaciones a aquel material, que había logrado tras purificar la escoria del polietileno desechado del proceso de refinar petróleo. Las tapas herméticas basadas en los botes de pintura, que extraían parte del aire y se cerraban sin dejar escapar ni una gota, tenían muchas más aplicaciones potenciales.
Con vistas a crecer y expandirse, fundó su propia compañía, Tupperware Plastics Company, en 1938, y en 1946 lanzó al mercado los dos primeros productos que cambiarían para siempre la vida doméstica. Ya en 1942 había logrado moldear un vaso de polietileno por inyección, y saldría a la venta poco después bautizado como Bell Tumbler (Vaso Campana), junto con el Wonderlier Bowl, o "Tazón Maravilla". Ambos han vivido muchas reediciones desde entonces pero su diseño apenas ha cambiado, con el Wonderlier como el gran icono de la marca y millones de veces replicado.
Hasta entonces en las cocinas domésticas y profesionales se utilizaban recipientes de barro, terracota y, posteriormente, vidrio. El éxito del tupper no sería, sin embargo, inmediato, pues, como suele ocurrir, nos cuesta cambiar de costumbres y somos de naturaleza escéptica. Al menos, confiamos hasta que una voz familiar nos incita a lo contrario.
En aquellos días no había internet ni influencers que promocionaran el novedoso mundo del Tupperware, pero Earl se dio cuenta de que su producto necesitaba un pequeño impulso para adentrarse en el hogar estadounidense. Aunque llegaron a los grandes almacenes en 1948, el verdadero éxito llegaría directamente de la venta in situ de sus recipientes, pues todo cambió con la colaboración de otra emprendadora visionaria, Brownie Wise.
Wise ya tenía experiencia vendiendo productos de limpieza de casa en casa, y tuvo la buena idea de organizar reuniones o "fiestas" de Tupperware dentro de los hogares de las potenciales compradoras. Ante la buena acogida de sus propias concentraciones de amas de casa alrededor de los tápers, Wise contactó con Tupper y le convenció para cambiar de estrategia de negocio. Y así harían historia.
Tupperware pasó así en las primeras décadas a retirarse del comercio minorista para centrarse en un modelo de venta desarrollado por la propia Wise junto con Tom y Ann Damigella, conocido hoy como party plan marketing, marketing de planes de fiesta. Del salón de las amas de casa, al mundo.
De la conquista mundial al declive
El éxito de Tupperware responde a cómo un material funcional y revolucionario llegó para cubrir unas necesidades concretas en un momento muy específico de la sociedad estadounidense. El auge económico de los años 50 y 60, el baby boom y el crecimiento de las clases medias, con la tan mitificada vida de los suburbios y la american way of life, llevaba a las amas de casa a velar por su familia, a convertirse en madres, esposas, cocineras y anfitrionas perfectas.
La cocina adquirió un gran desarrollo en aquellos años, recibiendo todo tipo de innovaciones en materia de aparatos, electrodomésticos y utensilios, pero también con nuevos productos e ingredientes que prometían hacer la vida más fácil a las familias. Con su sellado hermético y su diseño irrompible y ligero, muy fácil de lavar y transportar, las amas de casa podían conservar mucho mejor la comida, evitando el desperdicio y permitiéndoles además trasladar los platos a fiestas familiares y vecinales, excursiones o barbacoas al aire libre. Pura vida americana.
Mientras que Tupper continuó esforzándose en desarrollar nuevos modelos y recipientes adaptados a las necesidades cotidianas, obsesionado con la calidad, Brownie logró desarrollar el negocio multiplicando las ventas a un ritmo escandaloso, con 20.000 mujeres trabajando para ella en 1954, y habiendo triplicado las ventas de la compañía en apenas un año.
Pero el éxito de la figura de Brownie molestó a Earl Tupper, quien sentía que le robaba protagonismo y se tomaba demasiadas libertades. En 1958 la despidió definitivamente, y poco después vendería su compañía a la empresa Rexall, con Justin Dall al frente. Tupper terminaría sus días en Costa Rica y renunciando a su nacionalidad estadounidense por motivos fiscales.
Con el paso de las décadas, Tupperware aumentó su catálogo y se expandió por todo el mundo, adaptándose a necesidades específicas de otras culturas, como la línea de cajas bento que lanzó en Japón. En los últimos tiempos han apostado por diseños más modernos, buscando una gama de colores más llamativa y adaptando sus recipientes a modas como la cocina en microondas, ganando terreno también gracias a las tendencias de comida saludable y el llevar el almuerzo a la oficina.
Sin embargo, en los últimos tiempos el panorama ha cambiado mucho. El sistema de venta directa ya está anticuado, la gente ha modificado sus hábitos de consumo y de compra de productos, y, aunque gracias a su forma de fabricación y gran vida útil son sostenibles, el plástico no tiene ya tan buena fama. Además, otros gigantes han entrado en juego, con empresas como Ikea o tiendas de venta online a precios mucho más baratos acaparando el mercado.
Las acciones de la compañía se han derrumbado en los últimos años y están a la búsqueda urgente de inversores que saquen a flote la empresa de las deudas que acumulan. La semana pasada era la propia empresa la que anunciaba la difícil situación a la que se enfrenta para encarar el futuro, y ya se están planteando despidos.
Un futuro incierto
Como comentábamos con el caso de Duralex, otra mítica marca que ha visto peligrar su futuro, Tupperware afronta un futuro a corto y medio plazo muy incierto, pues ya el nombre y su reputación no es suficiente para sobrevivir en un ecosistema económico tan agresivo con tantos competidores mucho más capaces de adaptarse a los nuevos tiempos.
De la misma forma que los tápers originales triunfaron gracias a una feliz confluencia de factores, una nueva combinación de circunstancias podrían desencadenar el cóctel molotov definitivo que arrase con la compañía. La dificultad para adaptarse a los cambios de tendencias, la fuerte competencia, la incapacidad para competir en precios y el alejamiento de un consumidor joven cada vez más distante con su producto, nublan las perspectivas de salir a flote.
Quizá sea la nostalgia de quienes crecimos con los productos de Tupperware en casa la salvadora de la marca, como ya ocurrió con Duralex. Sus modelos más antiguos despiertan todavía el ansia del coleccionista y amante de lo vintage, pero es que, además, los tuppers originales siguen siendo imbatibles.
El Tupperware es, simplemente, perfecto en su sencillez. De ello podemos dar fe quienes aún usamos el que heredamos de nuestras madres y abuelas, reusándolo sin pudor y sin que sufra ni un rasguño, mancha o defecto. No será el más bonito, ni moderno ni instagrameable, tampoco el más barato, pero es el mejor recipiente de cocina que, personalmente, atesoro.
Habrá que aferrarse a esos tápers que todavía conservamos o invertir en los que todavía podemos comprar antes de que la marca desaparezca, si finalmente lo hace. Ya no por afán coleccionista o con la idea de que se revaloricen en el futuro, es que son, de verdad, los mejores utensilios que podemos tener en la cocina.
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