No hay época más propicia para tirar de nostalgia como las festividades navideñas. Da igual el año en curso: ya sea porque a todos nos gusta mirar al pasado o porque los periodistas se cogen vacaciones (quizás un poco por ambas cosas) es este el momento de repasar efemérides.
Por si no se han enterado, este año cumplen 50 años el Abbey Road de The Beatles, 40 el London Calling de The Clash y 30 el Desintegration de The Cure. La música evolucionaba, nuestras comidas navideñas no tanto.
Es difícil, por no decir imposible, encontrar documentación sobre el momento en que nuestras mesas navideñas se llenaron de langostinos congelados, canapés de sucedáneo de caviar y sidra achampañada, un menú que resiste hoy en muchas casas, pero es probable que los ochenta fueran la culminación de todo un proceso de sofistificación de la sociedad española que empezó en los 70 y culminó con la celebración en 1992 de una exposición internacional y unas Olimpiadas.
Hoy viajamos al año 1989, dos nocheviejas después de que Sabrina enseñara una teta en televisión. El dictador rumano Nicolae Ceauşescu acaba de ser fusilado junto a su esposa y se estrena en la Bolsa de Madrid el Ibex 35. En la era preramontxu, presenta la retransmisión de Nochevieja desde la Puerta del Sol Marisa Naranjo, que confundió las campanadas con los cuartos y no dio paso a las uvas. El error salva a un niño de morir atragantado.
Si tienes suerte, después de tragarte el especial Nochevieja de Martes y 13, estás escuchando Lef to My Own Devices de Pet Shop Boys, pero lo más probable es que suene Milli Vanilli, Eros Ramazzoti o Gloria Estefan, que alcanzó el número uno el 30 de diciembre con Don't Wanna Lose, una canción de la que hoy no se acuerda ni Panete.
Y en la mesa es probable que encuentres algunas de estas delicias:
1. Canapés de salmón y sucedáneo de caviar
Imposible fechar el momento en el que los canapés aparecieron en nuestras fiestas navideñas, pero es probable que no fuera hasta los años ochenta cuando las celebraciones –hasta el momento mucho más humildes– empezaron a abrazar la modernidad en la mayoría de hogares.
En mi casa se elaboran los mismos canapés desde que tengo uso de razón y están compuestos por un cuarto de rebanada de pan de molde, untado con mayonesa, con salmón (un pescado que solo se comía en Navidad), sucedáneo de caviar, tomate y anchoa, espárragos o almejas de lata. No se admiten otras combinaciones.
2. Embutido de aglomerado
Nuestra abuela lo ponía siempre en las fiestas, y nadie entendía muy bien por qué. Parece ser que hubo un tiempo en que la cabeza de jabalí o el pavo trufado eran chic. En la “mesa de los niños” –de la que algún padre de tres criaturas aún no ha logrado salir– nadie se lo comía hasta que se acababa el jamón y el chorizo, pero nuestra abuela seguía comprándolo año tras año. Tras su muerte desapareció del mapa.
3. Muchos langostinos
Aunque en España se comen gambas y langostinos desde tiempos inmemoriales, era un producto que solo se consumía en las zonas costeras y, desde luego, no durante todo el año. En el interior el único pescado que se comía era el bacalao y el bonito, verdel y demás pescado azul en escabeche.
Los langostinos no se popularizaron en los banquetes hasta que empezaron a venderse congelados y ya cocidos, una tecnología que permitió traerlos de Argentina y servirlos en enormes bandejas que para muchas casas son ya tan navideñas como el turrón o los mazapanes.
Rodolfo langostino es un icono ochentero, pero en realidad es algo anterior: nació en 1977, cuando Pescanova recurre a la agencia publicitaria Ecovigo para que creara un anuncio que diera salida a su stock de langostinos durante las fiestas navideñas. A la vista está que funcionó de maravilla.
Además de servirse a palo seco, los langostinos y gambas se comían también en forma de cóctel, que así cundían más. Pero sin sofisticaciones como echarle aguacate, que nadie sabía siquiera que existía. Salsa rosa y a correr.
4. Huevos rellenos
Esta preparación, consistente en rellenar huevos duros con alguna mezcla del propio huevo, mayonesa y, generalmente, atún, existe en formas parecidas en todo Europa. De nuevo, es difícil fechar el momento en que llegaron a nuestros hogares, pero es seguro que en la década de los ochenta seguían siendo un aperitivo festivo. Se trata, además, de un plato la mar de económico, que podía prepararse en cantidades ingentes sin mayor dificultad, perfecto para las comidas y cenas navideñas en las que se juntaban decenas de personas. La ensaladilla era también muy útil a estos efectos, y es otro plato que solía aparecer de una u otra forma en este tipo de fiestas.
5. Rollitos de jamón york y huevo hilado
El huevo hilado fue el rey de las mesas navideñas en los 70 y 80, pero desapareció sin pena ni gloria. Mal asunto, porque es un inventazo, que combina de maravilla con todo tipo de carnes y embutidos.
Hoy todavía se encuentra envasado, aunque dan ganas de atreverse a prepararlo casero. La técnica consiste en hervir agua con azúcar y poner un colador encima, sobre el que se vierte el huevo batido para que, nada más pasar por los agujeros del colador, se coagule en el agua.
6. Pastel de cabracho
El pastel de cabracho es un plato muy popular en Asturias, que debe existir en versiones similares al menos desde principios del siglo XX, pues aparece una versión muy parecida del mismo en el popular recetario de la Marquesa de Parabere (aunque esta lo elaboraba con merluza). No obstante, no fue hasta los años 70 cuando Juan Mari Arzak popularizó el invento como un plato sofisticado, que poco a poco fue llegando a los hogares en fechas señaladas.
Hoy el pastel de Cabracho no sobrevive en demasiadas casas, pero hubo un tiempo en que fue el rey de la fiesta.
7. Bandejas de turrón, mazapán y peladillas
El turrón ya se llevaba en los años 80, pero no encontrábamos cientos de variedades como hoy en día. Los turrones se compraban solo para las fiestas de guardar, no como ahora que se venden desde principios de noviembre, y solo había turrón blando, duro, de guirlache y el típico de chocolate –el turrón Suchard comenzó a venderse en 1960, pero tardó algo más en popularizarse–. Solo un tiempo después se introdujo el turrón de yema tostada. Todos los añadidos posteriores son de modernos.
Además de los turrones, era habitual hartarse a polvorones, mazapán y peladillas. Otro postre habitual era la piña, que por entonces era una fruta exótica reservada para las grandes ocasiones.
8. Sidra achampanada
La sidra El Gaitero, “famosa en el mundo entero”, empezó a producirse en 1890. El achampañamiento de la sidra asturiana se ideó para poder exportar la bebida y satisfacer la demanda de los numerosos emigrantes asturianos, pero poco a poco se convirtió en el champán del pueblo, que daba un halo de sofistificación a los fastos navideños hasta en las casas más humildes.
Hoy la sidra resiste en muchos hogares, donde se sigue prefiriendo al cava, pero hubo un tiempo en que era la única bebida con la que se brindaba, tras comer con vino tinto. En el 89 aún no había la conciencia actual en torno a los peligros del alcohol y disfrutaban de la sidra hasta los niños. Por supuesto, en una buena mesa anclada en los ochenta es obligatorio usar copas de las estrechas y alargadas, que todos los expertos recomiendan no utilizar para disfrutar de estas bebidas; o, mejor aún, las copas anchas de estilo Pompadour, hoy prácticamente en desuso.
9. Y para acabar: carrusel de magufadas
La tradición de comer las uvas en Nochevieja es única en España y tiene un origen la mar de prosaico: acabar con los excedentes de la fruta que nadie sabía cómo colocar.
La que podríamos calificar como la mejor campaña de marketing hortofrutícola de la historia sigue hoy dando pingües beneficios. Ya sea con piel o sin ella, porque si no “hace bola”, las uvas se siguen tomando porque, además de ahogar a la gente, se supone que dan buena suerte.
Otros elementos esotéricos que no pueden faltar consisten en beber los espumosos con un anillo o llevar alguna prenda roja. A partir de ahí hay combinaciones infinitas, como dejar las maletas en la puerta, poner piedras en un cuenco de agua o tirar huevos por la ventana. Buena suerte a quien le caiga en la cabeza.
Imágenes | Luis Quintero/Pexels.
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