Daimalos. Pequeña localidad en el corazón de la Axarquía malagueña (léase Ajarquía), tiene ocultas joyas, como su torre nazarí del siglo XIII. Pero su bien más preciado son sus viñedos, soleados, orientados al mar, cuidados con mimo durante generaciones por sus habitantes. Antonio Sánchez, a sus casi 80 años de edad, ha vivido épocas mejores, en las que llevaba a los almacenes malagueños muchas arrobas de su excelente vino moscatel, que desde allí se exportaban a todo el mundo. Con lágrimas en los ojos, nos habla del abandono del campo, de sus viñedos, del pasado no tan lejano en el que en su lagar artesano se producía uno de los mejores caldos de la región.
Le preguntamos si alguien nos vendería vino “del terreno” y, amablemente, nos abre las puertas del sancta santorum de su casa, la bodega en la que guarda barriles de castaño y roble americano de más de 200 años, heredados de sus antepasados, en los que madura el más autentico vino moscatel, procedente de las pocas viñas que conserva. En seguida nos sirve unos vasos de un moscatel claro, seco, de color ambarino, casi dorado, seco al primer contacto con el paladar, pero dulce de aromas, con matices de maderas nobles del barril en el que han envejecido estos vinos.
Notamos el “dul”, como Antonio designa al dulzor de estas uvas moscatel. Este que nos sirve es un vino joven, de un año. Para el final nos tiene reservado un moscatel oscuro, envejecido en barrica durante años, de forma natural, que nos asombra por sus aromas intensos, su intenso contenido en azúcares que dejan en nuestro paladar un recuerdo de vinos que ya no se hacen.
Hablando hablando acabamos probando una morcilla casera, elaborada en casa, que nos ofrece Antonio hijo, y que nos ayuda a bajar este potente vino que se sube a la cabeza si se toma con el estómago vacío. Más amabilidad, imposible.
En la siguiente entrega hablaremos de la elaboración de las pasas de Málaga: La pasa moscatel de Málaga.