Nos hemos acostumbrado a tomar estas infusiones en tazas acompañadas de un pequeño plato, pero quizá no sabemos cuál es su propósito
El café y el té, como bebidas que son, se pueden tomar en cualquier recipiente, al menos en teoría. Porque cualquier especialista o simple aficionado sabrá que cada elaboración tiene su taza ideal, que, exceptuando las altas y tipo mug, siempre van acompañadas de un pequeño plato formando una bonita pareja. Una taza sin platillo parece huérfana, desnuda, desposeída; y no es una mera cuestión estética, pues el plato mejora la experiencia de la degustación, y tiene su propia función.
Lo hemos llamado platillo para diferenciarlo de un plato corriente, no solo por su tamaño considerablemente menor. En medio mundo se conoce con el término de saucer, de origen francés aunque más difundido desde Reino Unido, un nombre que antiguamente definía únicamente a aquellos recipientes hondos sobre los que se servían salsas y acompañamientos más húmedos. Cuando se impuso el modelo de taza y plato, el saucer pasó a identificarse con este utensilio.
Visualiza una cafetería o bar corriente a primera hora, cuando las cafeteras echan humo. En la barra probablemente habrá una legión de platillos esperando a ser ocupados con cafés recién hechos, a menudo ya dispuestos con su cucharilla e, incluso, un sobrecito de azúcar. Los platos ayudan a agilizar el servicio en hora punta, facilitando el reparto de las comandas.
En un horario más distendido, el café o el té son servidos por el personal depositando la taza a través del plato, y mucha gente se toma su taza llevándose el mismo al regazo, manteniéndolo bajo la boca a medida que se toma la infusión caliente. Salvo si es un café espresso, que probablemente lo bebamos en un par de tragos directamente de la mesa. Quizá apoyemos en el plato la cucharilla con la que removemos el café o dejemos el sobre de azúcar o edulcorante vacío. Algunas cafeterías aprovechan para colocar en el platillo un dulce de cortesía, y muchos en casa hacen lo propio, sirviéndose un par de galletas o un bombón.
Pero el platillo no es un mero soporte para colocar cosas. Antes de que el consumo de café se popularizada por toda Europa y medio mundo, la bebida se preparaba normalmente con la taza turca, alta y sin asas pero con su platillo, lo que permitía tomar el líquido humeante sin quemarse los dedos. Cuando evolucionó la elaboración del café y se perfeccionó el arte de la porcelana, surgieron nuevos modelos de tazas ya con asas, pero el plato se mantuvo.
Hoy todavía nos quejamos muchos en España de que el café se sirve excesivamente caliente, una molestia habitual en otros tiempos, cuando controlar la temperatura era complejo. El platillo se convirtió en una herramienta muy útil para enfriar la bebida, ya que parte del calor de la taza se transfiere al plato. Además, hubo un tiempo en el que era habitual verter parte del líquido en el plato para enfriarlo, una práctica muy común entre los bebedores de té. Incluso no era raro beber directamente de él.
El platillo también es útil precisamente para lo contrario, retener el calor que se pierde por evaporación al tapar la taza con él, si nos gusta muy caliente o las temperaturas del ambiente son muy bajas.
La función primordial de controlar la temperatura del café o del té ha quedado algo desdibujada hoy en día, con preparaciones más precisas y mejores materiales, pero sigue siendo muy útil para no quemarnos, también al recoger las salpicaduras o derrames que a veces se producen. El platillo, además, protege la superficie donde colocamos la taza caliente y actúa como posavasos.
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