Es algo tan cotidiano que asimilamos desde la golosa infancia, que ni reparamos en ello. Para acceder al placer que nos ofrecen las tabletas y barras de chocolate, las chocolatinas y los bombones, casi siempre tenemos que atravesar una capa de papel de aluminio, más o menos protector con el tesoro tentador que guarda.
El exterior de los chocolates comerciales puede presentarse con envoltorios de plástico, papel o cartón, pero rara es la tableta que no está protegida con papel de plata. Y es algo que sucede mayoritariamente a nivel industrial y con marcas de amplia distribución, aunque también es un material recurrente en el chocolate artesano y profesionales del bean to bar.
¿Por qué se mantiene este envoltorio como algo ya icónico y tradicional? ¿Es simple costumbre, porque es lo que el consumidor espera encontrar? En una industria alimentaria que lleva años apostando por las ventajas económicas del plástico, y con las recientes tendencias de cambiar a materiales más sostenibles o "naturales", llama la atención que el aluminio se mantenga imbatible en el campo chocolatero.
Pero como todo -o casi- en esta vida, tiene su explicación, y no es casual.
La delicada naturaleza del chocolate
Independientemente de su pureza o de si se trata de negro, con leche o blanco, el chocolate es un producto graso, compuesto de manteca de cacao y otros ingredientes (azúcar, pasta de cacao, leche...). Esa grasa condiciona su naturaleza, su textura y su conservación.
El chocolate y el verano no se llevan muy bien, y tampoco los cambios de temperatura, que provocan que surjan manchas blancas. La grasa es extremadamente sensible al calor, como hemos podido comprobar cualquier al sacar la mantequilla de la nevera en pleno agosto, apenas necesitamos unos minutos para que deje de estar dura como un ladrillo.
Con la subida de temperatura el chocolate deja de estar sólido y se reblandece, derritiéndose al tacto, fundiéndose y estropeando su textura. Pero tampoco se recomienda conservarlo en refrigeración, tal y como vemos en cualquier tienda, para evitar los problemas de manchas, fat bloom y sugar bloom, ya mencionados.
Se necesita por tanto un material que lo proteja al máximo. Es aquí donde el papel de aluminio se revela como el jugador ideal, pues ofrece excelentes propiedades aislantes tanto frente a la temperatura como a la humedad y la luz, elementos que pueden estropear rápidamente las cualidades organolépticas del chocolate, muy sensible a cualquier agente externo.
Se recicla mejor que el plástico, es barato de producir, no deja olores, ni sabores ni residuos en los alimentos, apenas pesa, es muy maleable y crea una protección muy fuerte a pesar de su grosor fino.
Se ha convertido además en todo un icono de la imaginería popular colectiva ligado al chocolate y las chocolatinas, visualmente es muy atractivo y no pone dificultades para abrirlo, ni para los niños. También permite jugar con acabados dorados, logotipos o mensajes, y algunos fabricantes lo combinan con papel o plástico.
A pesar de todo, algunos fabricantes prefieren prescindir del papel de plata para destacar su producto como algo especial. No es raro que el chocolate más rústico, el típico a la piedra, se presente solo envuelto en papel o cartón, y los autores más artesanos cuentan con envases cada vez más personalizados con materiales sostenibles. Aunque eso implique renunciar a vender su producto en pleno verano.
Por el momento, seguiremos asociando el papel de aluminio al bocadillo, las sobras en la nevera y muchos de nuestros chocolates favoritos.
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Fotos | Unsplash - Marco Verch
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