Hoy en día los bulos alimentarios campan a sus anchas por las redes sociales, pero no son un fenómeno reciente. Todavía colean falsas creencias que siguen pasando de generación en generación, como aquella de que hay que beberse el zumo rápidamente porque "se le van las vitaminas". En Galicia pervive aún un curioso viejo mito casi convertido en costumbre, la de no beber agua para acompañar el pulpo.
Lejos de ser una mera excusa para maridar el cefalópodo con tragos más placenteros, esta particular práctica popular parece tener un origen concreto que hay que rastrear en la propia historia de un plato tan icónico gallego como es el polbo á feira o pulpo a feira.
Es una de esas frases que solían repetirnos de niños y que, en nuestra inocencia infantil, aceptamos como normas no escritas, asimilándolas como costumbres. Hasta que un día te planteas la supuesta veracidad que hay detrás, cuestionándote la lógica de las reglas que imponen los adultos. Así lo cuentan, por ejemplo, en Ancares Máximo o el divulgador escéptico Gerardo García, rememorando comidas familiares alrededor del pulpo en las que los niños tenían prohibido beber agua.
El motivo no era otro que la idea de que el pulpo, si se acompaña con agua, se hincha en el estómago, provocando supuestos malestares digestivos de diversa gravedad. Ante este temor, los mayores disfrutaban del banquete con vinos, cerveza y otras bebidas vetadas a los infantes, a quienes normalmente se daban refrescos como naranjada o leche.
Esta idea es, por supuesto, falsa, un mito heredado de los orígenes del pulpo á feira. Hoy en día los productos del mar se transportan refrigerados o congelados a cualquier lugar del mundo, pero antiguamente había que recurrir a otras técnicas de conservación, como la salazón o el secado, práctica que aún pervive en muchos puertos de España y otras zonas del mundo.
Los pulpos capturados en la costa solían secarse para su venta en el interior, y así llegaban a los diferentes pueblos para su venta, como ocurría en el municipio de Carballino (O Carballiño) en Ourense. Ya sabemos que fue allí donde nació la receta del pulpo à feira, cuando los monjes empezaron a cocer el pulpo seco para ablandarlo y ofrecerlo a los visitantes de la feria de ganado.
El animal había perdido unas tres cuartas partes de su volumen con el secado, y volvía a recuperarlo durante la cocción. De la observación de cómo la carne se hinchaba y crecía en contacto con el agua, nacería esa idea de que podría pasar lo mismo en el estómago del comensal incauto.
Los pulpos que se emplean para cocinar hace tiempo que dejaron de ser secos, pero el viejo mito aún pervive como parte de la cultura popular. Una historia curiosa con la que atemorizar un poco a los niños, y un pretexto simpático para maridar el pulpo con bebidas más festivas.
Fotos | Susanne Winter
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