Es una fiesta en honor al patrón Sant Donís que coincide con el Día de la Comunidad Valenciana
Mientras el resto del país prepara los actos de la Hispanidad y Del Pilar, en tierras valencianas se adelantan con sus propias fiestas celebrando el 9 d’octubre, el Día de la Comunitat. La conmemoración del la entrada a la ciudad de Valencia del rey de Aragón Jaime I El Conquistador coincide, además, con otra celebración más local que los valencianos y valencianas viven con especial cariño, el día de los enamorados, en honor a Sant Donís, San Dioniso.
San Dionisio, que también es patrón de París y de los fabricantes de vino -no confundir con Dionisio el Aeropagita-, es el patrón de los enamorados en Valencia y su veneración está, de hecho, muy vinculada a la propia festividad de la Comunidad, al menos en cuanto al origen de las fiestas. Y, como toda buena fiesta regional, la ocasión se endulza con un producto especial donde cobran protagonismo los ingredientes locales y la cultura tradicional, en este caso en forma de mazapán.
Vistosas bandejas de figuritas de mazapán llenas de colores inundan estos días las pastelerías valencianas y los hogares de quienes se atreven a prepararlas con sus propias manos en casa; la pasta de almendra cobra la forma de frutas y hortalizas de la huerta, pero también se cuelan dos figuras que parecen intrusas en este vergel, y cuentan con su propia historia.
El origen de la mocadorà
La tradición actual es un confluir de distintas costumbres que han evolucionado a lo largo de la historia, siendo difícil trazar una línea clara continua desde su posible nacimiento a cómo se vive hoy. Nos gusta explicar nuestra identidad cultural con un relato de nuestro pasado, pero desentrañar la historia no siempre es tan fácil.
Sí sabemos que el 9 de octubre de 1238 entraba Jaime I El Conquistador en la ciudad de Valencia, victorioso tras el sitio de la ciudad resistido por las tropas cristianas. Un año más tarde comenzarían los festejos en conmemoración de aquel evento, cobrando especial relevancia no anualmente, sino cada cien años, con la bajada de la Senyera como acto simbólico central. Sin embargo, en la ciudad valenciana la tradición de la fiesta pasaría cada vez a ser más un festejo anual al coincidir con la fiesta de su santo patrón.
Pronto la fiesta de Sant Donís se vinculó con una exaltación pirotécnica, tan del gusto valenciano. Los actos comenzaban ya la víspera lanzando cientos, miles de petardos y cohetes desde el Palau de la Generalitat, y las familias más adineradas compraban dulces para la ocasión. Así lo atestigua un manuscrito hallado por el investigador Luis Ramírez en 2011, demostrando que la celebración estaba ya arraigada en Valencia desde mucho tiempo atrás.
El pueblo humilde, como en media Europa, comía gachas dulces los días especiales, mientras que los más pudientes se podrían permitir adquirir dulces, que por aquellas fechas solían ser 'turrones de azúcar y canela', los primitivos mazapanes que irían derivando en el dulce artesanal actual para convertirse en pequeñas obras de arte pastelero.
Un dulce pañuelo para enamorados
Es costumbre de todos los pueblos y culturas agasajar al visitante, sea un dignatario oficial, un extranjero desconocido o un amigo o familiar, con ágapes culinarios, siendo antaño los dulces mucho más apreciados por ser productos de lujo reservados solo a las clases altas o para consumo muy puntual.
En Valencia, sin embargo, la presentación de estos presentes a huéspedes de importancia abandonó la tradicional bandeja de plata a la de cerámica de Manises, de elaboración local, colmándose de figuritas de mazapán que fueron adquiriendo con los años las más variadas formas y colores imitando productos vegetales de la tierra, de la huerta valenciana y, ocasionalmente, frutos exóticos que llegaban a través de comerciantes y viajeros de tierras lejanas.
Al ir haciéndome más accesible la compra de estos manjares, sin dejar de ser un producto de lujo, los mazapanes se vincularon a la propia fiesta de San Dionisio y de la Comunidad, particularmente al santo, convirtiéndose en una costumbre entre las parejas de enamorados en honor a su patrón. Así, la tradición mandaba que los caballeros regalasen a sus amadas mazapanes envueltos en un pañuelo tradicional, el mocaor o mocador, siendo el más tradicional el de cuadros blancos y azules.
Frutas de la huerta y petardos fálicos
En las bandejas de las pastelerías las frutas de mazapán conviven con dos figuras que, adelantábamos al principio, tienen su propia historia. Son los llamados piuleta i tronador, un recuerdo de esa pirotecnia que tan ligada a Sant Donís ha estado desde sus inicios.
En el siglo XVIII, finalizada la Guerra de Sucesión, los Decretos de Nueva Planta publicados tras el alzamiento del nuevo monarca Felipe V de Borbón prohibieron festejar el 9 de octubre, es decir, se vetó celebrar la fundación del Reino de Valencia. Y por consiguiente se acabaron los espectáculos pirotécnicos que también marcaban la fiesta de los enamorados.
En señal simbólica de protesta, el gremio de confiteros de la ciudad empezó a elaborar mazapanes con la forma de los dos tipos de petardos más comunes entonces, la piula o piuleta, más pequeño, y el tronador, un cohete más grande y ruidoso. Da la casualidad que piuleta es también una manera vulgar de nombrar al pene pequeño en valenciano, y a ambas figuras se les ha querido dar una connotación sexual por la forma fálica y curva que se vincula con los órganos sexuales masculinos y femeninos. Al fin y al cabo, es la fiesta de los enamorados.
Una tradición muy querida
El nombre de mocadorà para representar a los mazapanes envueltos o acompañados del pañuelo es más reciente, ya del siglo XIX, cuando se impuso la costumbre de usar ese pedazo de tela típico como soporte. Así se consiguen dos regalos en uno, y tras la ingesta del dulce la persona agasajada conserva el pañuelo como recuerdo y símbolo de ese amor. Algunas pastelerías lo regalan con la compra de sus mazapanes, y otras mantienen la bandeja de cerámica en los surtidos más de lujo.
Hoy en día la tradición de la mocadorà se mantiene año tras año en la ciudad de Valencia y zonas cercanas gracias a la labor de las pastelerías artesanales, obradores y aficionados reposteros que lo han convertido en un ritual propio local, más allá de la vinculación romántica original. El Gremio celebra desde hace años un concurso entre las pastelerías para elegir la mejor y animar a los valencianos a comprar este dulce.
Recordar el gesto de rebeldía de los artesanos y adquirir una mocadorà con sus mazapanes artesanales en una reivindicación de la cultura propia y del pasado, una celebración de la propia identidad valenciana, representada en la historia de su ciudad y de su pueblo, su huerta y su tierra. No se regala una mocadorà a cualquiera, y actualmente no es raro que se compre para ser compartida entre toda la familia.
Imágenes | Pastelería Galán - Joanbanjo - Horno Pastelería Cuenca - Gremio de panaderos y pasteleros de Valencia
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