Suena impactante pensar que, de una forma u otra, has podido estar consumiendo, sin saberlo, castor. Más aún si piensas en la asquerosa forma de hacerlo, convertido en natillas, flanes o yogures de todo pelaje y, quizá, nunca mejor dicho.
Tanto como para que sea necesario presentar al castóreo, una sustancia que los castores secretan entre el ano y la cola, similar a un almizcle, y que ellos tienen a bien utilizar para acicalarse. La industria estadounidense se dio cuenta de que esta sustancia oleosa, de aroma dulce y ligeramente almizclado, podía ser utiliza para perfumar y mejorar sabores artificiales a vainilla, fresa y frambuesa.
No es la primera vez que la industria lo usa. De hecho, el castóreo, igual que sucede con el propio almizcle, ya era de uso frecuente en la cosmética y la perfumería, buscando esos matices dulzones y aterciopelados que, años más tarde, llegaron al sector alimentario.
Tanto como para que el mundo haya sospechado que, durante décadas, el culo de castor pudiera ser un elemento primordial en la elaboración de determinados lácteos. Sin embargo, la realidad es, evidentemente, algo menos asquerosa. Y, sobre todo, menos dañina para los pobres castores, que bastante tienen con sobrevivir al ser humano como para, además, convertirse en su postre.
Todo parte de ese boom industria sesentero y setentero, donde el gusto a vainilla se cotizaba al alza y las empresas se percatan de que no había tanta vainilla vegetal como para satisfacer la demanda. Y, evidentemente, sin repercutir en el precio.
Motivo por el que aparecieron alternativas y es aquí donde entran los almizclados culos del castor. Lo irónico de la historia es que el castóreo era realmente un subproducto derivado de la industria peletera, que utilizaba sus pieles para hacer abrigos. Lo que parecía un círculo virtuoso pronto demostró su ineficiencia.
El sector peletero, ya de capa caída durante esas décadas, había dejado de lado la producción de castores de granja para abastecer los armarios y, por tanto, el castóreo tampoco abundaba.
Por eso, la clave estaba en encontrar la forma de dar con la vainillina sin pagar una fortuna y sin matar castores. La industria lo encontró y de una manera tan barata como exitosa. Tanto como para que en la actualidad, los pretendidos aromas de vainilla apenas sean naturales. Se calcula que apenas el 0,3% de los productos que llevan este tipo de sabores sean realmente vainilla.
También, por suerte para los castores, estos simpáticos roedores constructores de presas, el castóreo dejó de utilizarse. Eso no quita que la FDA estadounidense lo mantenga aún como aditivo, pero su uso es nulo.
No obstante, si anda dándote asco pensar que hay bichos extraños en tu flan de vainilla, seguirás manteniendo la cara. Al menos en parte. Lo habitual hoy en día es que se extraiga a través de la síntesis del guayacol, un compuesto natural presente en el guayaco, un árbol caribeño, pero también de las langostas del desierto e, incluso, como un subproducto de carbón de hulla. Pero de culo de castor, ni rastro.
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