Es el truco de cocina más tonto del mundo, pero te permite aprovechar al máximo una cuña de queso

Adiós a trozos de corteza que esconden pequeños tesoros lácteos

Hay cientos de trucos de cocina. Algunos son la mar de ingeniosos. Otros son muy evidentes. Algunos, y lo asumo, son tontos. Pero de tan tontos que son, resultan extremadamente funcionales.

Precisamente lo que le pasa a este truco de cocina para aprovechar al máximo cualquier cuña de queso. Valga primero el recordatorio de que las cuñas de queso son un invento relativamente moderno.

O, al menos, en mi casa. Cuando yo era pequeño, recuerdo que el queso se cortaba, aunque fuera en casa, como si estuviéramos en el campo y el corte fuera a navaja. Es decir, en vez de cuñas –como ahora vemos por todas partes–, el tajo que se hacía era más a lo ancho, de forma parecida a como se suele cortar el melón.

No sé si es un caso excepcional, pero en mi memoria de infancia, siempre que recuerdo a mi abuelo Vicente o a mi abuela Edesia cortando cualquier queso en casa, el procedimiento era similar.

La cuña, por tanto, se me antojó algo relativamente moderno y que no he visto popularizado hasta años más tarde. Tanto como para que las propias marcas hayan decidido facilitarnos la tarea y directamente vender queso ya cortados en cuñas, un pequeño detalle que hace que el precio del queso aumente por esta consideración.

Tampoco sé cuánto ahorramos cortándolo en casa o no, pero sí es cierto que una de las cosas que más rabia me da cuanto cortamos queso es que las cuñas no queden bien aprovechadas. Algo que con el queso precortado que vemos en los supermercados pasa muy a menudo.

Tanto como para que haya una parte del queso que siempre se desaproveche. Por suerte, el truco de cocina más tonto del mundo viene a solucionar este drama cotidiano de quesos desaprovechados.

Lo único que hay que hacer, cuando tengáis la cuña en la tabla, es aprovechar y cortar los dos extremos de la corteza. De esta manera, al tener más superficie de queso, podréis apurar al máximo el borde de la corteza –siempre con un cuchillo bien afilado– y así cortar los dos extremos en un primer momento.

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Si haces esto, que es un gesto tontísimo, te evitarás tener que pelearte con el queso y la corteza en los últimos cortes, cuando tengas que hacer equilibrios con el cuchillo.

Imágenes | Jaime de las Heras

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