Comienza un nuevo curso, y con él la vuelta al cole y el deseo de tener a los hijos bien alimentados. No es tarea fácil, porque los hay muy tercos, así que he decidido compartir con vosotros unos pequeños trucos psicológicos para que los niños coman de todo.
No obstante, antes de empezar, os aclararé que no soy padre, ni tengo niños a mi cargo, pero la infancia está aún lo suficientemente cerca como para recordarla, y como mi hermano y yo hemos sido buenos comedores, he pensado que os gustaría conocer los trucos que con nosotros usaban mis padres. Hoy os revelaré mi favorito: el ingrediente prohibido.
Esta claro que los niños no sienten especial amor por las verduras, tal vez quizás por una cuestión evolutiva, como apunta nuestro compañero Aitor, aunque es probable que tenga mucho que ver con su sabor y textura.
Sea como fuere, no podemos permitir que los niños se alimenten solo de lo que les gusta o apetece en ese momento, porque además de que coman bien, hay que educarlos para que en el futuro sigan también una dieta equilibrada, y así lo transmitan a sus hijos y a sucesivas generaciones.
Recuerdo nítidamente la frustración que sentía cuando veía en la mesa algo que no me apetecía comer, o cuando muerto de hambre preguntaba por la comida y anunciaban el plato que más odiaba por entonces, que no era otro que las lentejas. Aún puedo oír a mi madre replicar a mis quejas: “Lentejas, comida de viejas, o las tomas o las dejas”, a lo que yo respondía con la suficiencia que otorgan los cinco años de edad: “pues las dejo”. “Pues no, te las comes” “Y si no, para cenar”, zanjaba.
No era yo un niño muy remilgado con la comida —más bien un tragón de tomo y lomo— pero tenía algunos platos e ingredientes atravesados, y me parecía que mis padres los preparaban “aposta” constantemente . Eso podía haber desencadenado una desconfianza en mí hacia sus sugerencias y recomendaciones gustativas del tipo “prueba esto que esta bueno”, pero supieron resolverlo de una manera que aún me parece genial: el ingrediente prohibido.
Sencillamente, mi hermano y yo teníamos derecho a escoger un ingrediente que podíamos no comer, con la condición de que no fuera genérico (tipo “pasta”, “legumbres”, “pescado”), así que como no me dejaron elegir las lentejas, me quedé con las alcachofas, y mi hermano el repollo.
Eso no quería decir que mis padres lo quitaran de sus comidas, o que yo tuviera que apartármelo del plato, sino que cuando preparaban algo con ese ingrediente, a mí me hacían otra cosa, algo que me gustara. Lo cual puede parecer un engorro, pero el poner de manifiesto que me estaban dejando no comer eso, les otorgaba un punto de comprensión y un aura de benevolencia con la que se ganaron mi confianza.
Obviamente, el truco se puede adaptar, y ser dos o incluso tres los ingredientes prohibidos, pero la clave es que esa concesión quede patente. No conviene en absoluto dejar de preparar comidas “porque al niño no le gusta”, porque entonces estaremos malcriándolo, ya que el niño no percibirá la consideración que estamos teniendo con él, y seguirá quejándose airadamente cuando se encuentre en la mesa algo que no le apetece.
Espero que os hay gustado el comienzo de esta serie de trucos para psicológicos que los niños coman de todo. Desde luego, conmigo han funcionado todos, y aunque hay cosas que me gustan más y otras menos, jamás pongo mala cara a una comida. Incluso me vuelven a gustar las alcachofas y me acabo los platos de lentejas.
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