El gratin dauphinois es uno de los platos más conocidos de la gastronomía tradicional francesa. Como su nombre indica, es originario del Delfinado, en los Alpes franceses, aunque ya forma parte del patrimonio de todo el país.
La receta original consiste, tan solo, en un gratinado de patatas con ajo y nata, pero yo aprendí a hacerla con mi familia política como un plato de aprovechamiento en el que se añadía los restos de queso que se iban acumulando en la nevera en verano, que se pueden meter sin mucho orden ni concierto en este plato. Para darle un poco de sabor extra, además le echan beicon. Vamos, que este plato no flota en el espacio, pero está buenísimo.
La única dificultad de esta receta, por decir algo, reside en pelar y cortar las patatas en láminas bastante finas, de unos 2 mm de espesor. Lo importante, en cualquier caso, es que sean uniformes, para que la patata se cocine al mismo tiempo. Para esto podemos usar una mandolina, pero vale con un cuchillo bien afilado. Una vez listas, las salpimentamos y reservamos.
En una fuente grande para horno, vamos a pasar un ajo por la base y, después, un poco de mantequilla. Cubrimos el fondo con una capa de patatas repartimos por encima ajo machacado, trozos de queso y el beicon en trocitos (lardons, lo llaman en Francia). Repetimos esta operación hasta terminar con todas las patatas.
Entonces, vertemos un brick de nata sobre las patatas y, si no llega a cubrir todo, un poco de leche entera. Lo metemos en el horno durante unos 50 minutos. Probamos si las patatas están hechas pinchando con un tenedor.
Este plato está rico recién salido del horno, aunque tampoco está mal para llevar de tupper porque se calienta bien en microondas. Eso sí, si lo congeláis es un desastre, que la patata no aguanta bien las bajas temperaturas.
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