Hay muchas personas que afirman que son capaces de distinguir un buen vino de uno malo o la coca cola zero de la normal, o de la pepsi. La cuestión es bajo qué condiciones somos capaces de distinguir los sabores y si somos realmente objetivos. La realidad es que estamos muy lejos de la objetividad cuando hablamos de sabores o sensaciones y hoy os voy a explicar los motivos. Veamos algunos ejemplos, y las consecuencias que podemos sacar de los mismos.
Vino caro, vino barato
El primer estudio del que os voy a hablar lo realizó la Asociación para el estudio del vino de USA. El estudio es muy curioso. Se trataba de ofrecer el mismo tipo de vino a un grupo de personas, pero había un truco. En un caso, se les decía previamente que el vino era uno de 10$ la botella, mientras que en el segunda caso, se les decía que costaba 80$ la botella. ¿Imagináis el resultado? Efectivamente, aquellos a los que se les había dicho que era más caro el vino, lo valoraban con notas más altas que el otro vino. ¡Pero era exactamente el mismo vino!
Pues bien, la cosa no acaba aquí y ahora es cuando se pone interesante. Resulta que los investigadores fueron más allá, y analizaron las reacciones químicas que se producían en el cerebro de las personas participantes. Resulta que cuando se les decía previamente que el vino era caro, su cerebro se estimulaba más que cuando les decían que era barato. Es decir, que se producía una alteración física real en sus cuerpos ante la perspectiva de tomarse un vino más caro, y claro está, esto también influía en el propio gusto del vino. ¿Increíble no?
Cocacola y Pepsi
Ambas marcas han mantenido guerras fratricidas de marketing durante muchos años. En una de ellas, Pepsi lanzó una campaña en la que retaba a los consumidores a probar un vaso de pepsi y cocacola, pero sin saber cual era cual. Solo los diferenciaba una etiqueta Q para Cocacola y M para pepsi, pero los probadores no conocían la relación. El resultado inicial fue que a la mayoría de la gente le gustaba más la pepsi, aunque dijeran que eran fans de cocacola. Cocacola contraatacó como no podía ser menos, y logró desmontar el experimento. Resulta que los consumidores eran incapaces de distinguir entre ambas, y parece que lo que finalmente les llevaba a decantarse por una era la preferencia por la letra M en vez de la Q. Lo mismo ocurría si ponían 1 y 2 (ganaba el 1) o A y B (ganaba A).
¿Qué conclusiones podemos sacar?
La primera y principal es que somos mental y físicamente influenciables ante una opinión que se nos de una comida. Por tanto, parece buena idea que algunos restaurantes de lujo, más allá del trabajo del sumiller en determinar los mejores vinos, lo usen para reforzar el mensaje y con ello la experiencia del vino.
De la misma forma, en nuestras propias comidas, no es mala idea “vender” como excelente lo que vamos a comer y de esta forma reforzar la experiencia sensorial que provoca la comida. Sí, ya sé que la presentación hace tiempo que se reconoce como algo importante, pero lo interesante del caso es que hay estudios y conexiones físicas que lo demuestran.
Para terminar. Puede que te estés haciendo una pregunta. Si los mortales consumidores no somos capaces de distinguir un vino bueno de una malo, ¿pueden hacerlo los sumillers? La respuesta a esta pregunta la tendréis la semana que viene, pero de momento, ¿qué pensáis vosotros y por qué?
Imagen | Por cristine crapanzano, Por Roadsidepictures
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