Marcelino Serrano, el bodeguero electricista que ha puesto en el mapa los vinos de la Sierra Sur de Jaén

Meter en la misma ecuación a los Reyes Católicos, al rey Carlos I y a un humilde electricista llamado Marcelino Serrano y reconvertido en bodeguero es algo que solo puede ocurrir en Alcalá la Real, corazón de la Sierra Sur de Jaén.

Se condensan así casi 500 años de historia con un denominador común: el vino, al que Marcelino ha puesto desde su pequeña bodega y con ayuda de su hija Blanca en el epicentro de un resurgir vitivinícola en esta tierra fronteriza.

Una pequeña epopeya familiar que se cierra en las vides, el mismo lugar donde el idilio de Marcelino comenzó en la década de 1950 y cuyo sueño bodeguero se fraguó durante los primeros años del siglo XXI, compartiéndolo con su hija Blanca, enóloga de esta aventura familiar.

Ahí, lejos de pensar en una jubilación dorada tras ser electricista durante más de 30 años, Marcelino decidió volver a su casa y retomar un sueño de niñez: convertirse en bodeguero y conseguir ser profeta en su tierra.

Nos espera así la familia Serrano desde el Paraje Natural del Cascante (a escasos dos kilómetros de Alcalá la Real), lugar donde esta microbodega familiar con apenas 20 años de vida reivindica el nombre de los vinos de la Sierra Sur de Jaén desde sus inicios y que en la actualidad apenas pone 30.000 botellas de vino por año.

Confluyen así en sus viñedos (apenas cinco hectáreas) uvas como la pinot noir, la petit verdot, la chardonnay, la garnacha tinta y curiosidades como la torrontés, la graciano o la gewürztraminer con la que elaboran unos vinos de autor donde lo que se bebe es tan importante como lo que se cuenta.

La chispa de la 'vid'

A pie de cepa nos recibe Marcelino (Alcalá la Real, 1947), desplegando las vistas de su casa-bodega sobre el barranco de las Huertas y Santa Ana, que explica en unas pocas palabras el auge y declive de la uva en la zona.

"Siempre fue una zona donde se recogía la uva jaén negro, que era con la que se hacía el vino del campo en tiempos en los que no había cerveza. Ese vino era como el suspiro de la persona de campo cuando volvía a casa", explica.

"Era una uva muy productiva y de vinos de nueve o diez grados, casi un refresco, pero la filoxera acabó con casi toda la variedad. Y eso también permitió que la gente, aunque bebía luego vino del terreno, consumiera otros vinos. Los que tenían dinero bebían vinos de Montilla-Moriles o los traían de La Mancha", comenta.

La bodega, ubicada en Alcalá la Real, también ofrece catas guiadas en sus instalaciones.

"El vino en la zona dejó de ser rentable durante los años 50 y también estábamos en una España de posguerra, así que se transformó el viñedo en olivar y en campos de cereal porque había mucho hambre", lamenta.

Precisamente, en esa década comienza su relación con la uva, vigilando junto a su padre la uva cuando apenas contaba con siete años de edad. "Desde niño he tenido el vino en la mente. Cuando era chico, mi abuelo Ramoncico, el de los canarios, ya me ponía en esa mesa a beber vino desde chico", explica sobre esos tiempos pasados.

Sin embargo, el idilio vitivinícola se truncó cuando Marcelino hizo la mili. "Me destinaron a Barcelona, sacándome el título de electricista a través de un curso CEAC. Volví y monté mi empresa, y así funcioné hasta que me jubilé en la SAFA de Alcalá [donde impartía clases de Electricidad y Electrónica]", remata.

La bendita culpa de la administración pública

"La culpa de que yo haga vino la tiene la Junta de Andalucía", comenta con sorna y para bien Marcelino. "José Rosales, un amigo, me comenta: 'Marce, en Cabra [Córdoba] hay unos cursos de Enología de la Junta' y ahí ya me perdí, que sería el año 1996".

"Seguí haciendo cursos y moviéndome. Fui a La Rioja, a Aragón, a Jerez, a Vilafranca del Penedès... mientras íbamos haciendo vino porque, aunque la bodega es de 2002, ya hacía vino mucho antes". Toda una declaración de intenciones para una bodega que abrió sus puertas incluso antes de que la zona contase con la IGP Vinos de la Sierra Sur de Jaén [data de 2003], que alberga solo a dos productores de vino: Marcelino y Bodegas Campoameno.

Es aquí donde entra el segundo nombre de la casa, Blanca María Serrano, hija de Marcelino, que pone el contrapunto inquieto al carácter calmo del padre. Excorredora profesional de trail, incluyendo varios títulos a nivel autonómico y nacional, Blanca obtuvo su título de Enóloga en 2006, tras formarse previamente como ingeniera agrónoma.

Ambos forman el motor de dos tiempos con el que Bodegas Marcelino Serrano se pone en el mapa del vino local, elaborando vinos de autor en una microbodega bien provista. "Tenemos lo mejor del mercado, a pequeña escala, pero lo mejor", enseña Marcelino, demostrando que no son unas comparsas a la hora de hacer vino.

Origen familiar entre cubas

Tintos, blancos, rosados y espumosos comparten así el protagonismo de una bodega tan pequeña como inquieta donde padre e hija son igual de inconformistas. Prueba de ello es el viñedo experimental de apenas una hectárea que poseen, donde han plantado variedades inusuales para ver cómo se adaptan al terreno.

Blanca María. Blanco fermentado en barrica. IGP Sierra Sur de Jaén

"Tenemos graciano, merlot, gewürztraminer, chardonnay, torrontés, cabernet sauvignon...", enumera Marcelino. Con la torrontés, por ejemplo, hacen un espumoso, y con la chardonnay elaboran una de las joyas de la casa, un blanco fermentado en barrica bautizado como Blanca María, un vino que, en palabras de su propia creadora, es "de larga crianza y con mucho potencial".

Gran Reserva 'Mis Raíces'. IGP Sierra Sur de Jaén

Todos ellos con un detalle: son vinos sin clarificar, que representan así el poder de un terruño peculiar ya que sus viñas están a más de 1.000 metros de altura. "Nos permiten tener un ph bajo, muy buena acidez y tratar poco las cepas", comenta Blanca.

Junto a ellos, la apuesta tinta de la casa, donde se encuentran algunos de los best-sellers de la bodega como Privilegio de los Reyes Católicos y otras singularidades como Marcelino Serrano, 60 años menos, un vino que elaboran con uva petit verdot, o Mis Raíces, un tinto gran reserva con el que Marcelino homenajea a sus abuelos con uva garnacha tinta y cabernet sauvignon en 22 meses de barrica.

Lujos accesibles, diferenciales y con los que Bodegas Marcelino Serrano demuestra que Jaén, aparte de olivo, cordero y cereza, es un terreno virgen para reenamorarse del vino.

Imágenes | Jaime de las Heras

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