Ante un panorama donde el crecimiento en ventas es bajo, pero la producción se mantiene, las medidas drásticas pueden parecer la solución
Al vino, como otros tantos productos agroalimentarios, se rige por una sencilla ley económica que hasta se da en los institutos. La oferta y la demanda es la que posiciona a un producto y hace que su precio –que no coste– aumente o disminuya en función de cuántos agentes actores interesados haya en el proceso.
Sin embargo, el vino español –aunque ha presentado datos de moderado optimismo en 2023, con un repunte de crecimiento– parece estar en una encrucijada de la que, como es evidente, no se salva nadie: se bebe menos vino que nunca.
Al menos, en términos totales. Tanto como para que el consumo se haya desplomado en cuatro décadas. Francia, como productor, es un ejemplo paradigmático. En 1980, el consumo per capita de vino en Francia era de 80 litros anuales.
En 2021, un año marcado por la pandemia, 47,3 litros. Entre medias se han perdido más de 30 litros de consumo que, curiosamente, llevan cierto mantenimiento desde 2009, donde se llegó a los 46,7 litros, marcándose un mínimo histórico en 2018, con apenas 40 litros por persona y año.
A nivel histórico, sobre todo en términos diplomáticos, se solía decir que "cuando Francia estornuda, Europa se resfría". Pues algo parecido vuelve a suceder ahora y que, con otro refrán más castizo, también podríamos resolver.
Cuando las barbas de tu vecino veas pelar, pon las tuyas a remojar es el mejor resumen posible de lo que está sucediendo con el mercado del vino europeo. Tanto como para que Francia en 2023 tomase una drástica decisión para arrancar 10.000 hectáreas de viñedo en Burdeos. La cifra, gruesa, y la zona –relevante– redundan en la ley de oferta y demanda mientras en España nos enfrentamos a una vendimia negra, de gran rendimiento, pero mal precio donde vamos a llegar a producir hasta 38,1 millones de hectolitros de vino.
Lo que pretendió así el Ministerio de Agricultura francés es reducir la oferta de vinos de Burdeos de gamas de entrada, más baratos, y ajustar la producción de tal modo que el consumo no se resienta y los precios no bajen. No ha sido Francia el único país que apuesta por algo que, a priori, puede parece dramático: arrancar viñas.
De hecho, no es el único sector en el que se realiza y es, por desgracia, muy frecuente en los primeros peldaños de la industria agroalimentaria. También sucede en España con la famosa pica de los plátanos de Canarias, donde se quitan plátanos inmaduros para no desplomar los precios finales. No obstante, no son ni el vino ni los plátanos los únicos afectados.
En DAP te hemos contado que también le ha sucedido, por ejemplo, a una excepcional campaña de limones en 2024, que ha acabado desembocando en pérdidas ante una cosecha que el mercado ha sido incapaz de asimilar.
Una solución que el ministerio aún no contempla
Justo la misma diatriba en la que ahora se encuentra el vino español y que hace que sean distintas las voces que piden arrancar viñedo para controlar la producción. Como es evidente, no todo el mundo piensa igual y la discordancia, de momento, ha sido desoída por Luis Planas, ministro de Agricultura, Pesca y Alimentación que "este no es el caso" cuando se le preguntó por la posibilidad de arrancar viñas tras su reunión en Francia con miembros de la Organización Internacional de la Viña y del Vino.
Ante ello, el ministro comenta que España ya ha tomado otras medidas preventivas para controlar la producción de vino como la vendimia en verde (tirar uva para reducir la productividad de la cepa) o destilación de vino para producir alcohol, que permitiría recortar el stock de las bodegas. Medida que, por ejemplo, se implementó en la pandemia para aliviar al sector vitivinícola.
La cuestión es que Francia, que parece tomar la delantera en este planteamiento, ha insistido en la necesidad de arrancar hasta 100.000 hectáreas de viña. No es una cifra menor. Se calcula que actualmente hay 800.000 hectáreas de viña en Francia. Unas 100.000 menos de las que, según datos del ministerio de Agricultura español, habría en nuestro país, que ronda las 902.000 hectáreas.
El ejemplo francés: arrancar para proteger la calidad de la oferta
Dos velocidades y dos formas de entender el sector que chocan en su política de decisiones. Francia, a priori, apuesta a nivel público por reducir la producción de uva para así mejorar el precio del vino al ofrecer productos de mejor calidad. Un factor diferencial, en el que ha insistido la ministra Annie Genevard –que ha tomado el testigo de Marc Fesneau– y donde se especula con arrancar, de inicio, hasta 47.500 hectáreas de viñedo.
Una realidad que, de momento, Luis Planas no concibe. A pesar de que haya voces en el sector que así lo demanden como puede ser lo que comentó José Luis Lapuente, director general DOCa Rioja, en declaraciones a Cadena Ser el pasado mes de agosto.
Algo que también considera Juan Carlos Sancha, vicepresidente de Bodegas Familiares de Rioja, que defendía en el mismo medio, ante la aclaración de "más vale tarde que nunca" para justificar que "hay que arrancar viñas porque es la única manera de dignificar los precios de la uva y del vino en Rioja".
Las voces son, además, variadas. También el gurú del vino Tim Atkin puso el ejemplo de que Rioja necesitaría arrancar 10.000 hectáreas de viñedo. O, sin salir de Rioja, otras asociaciones como Asociación de Bodegueros de Rioja Alavesa han propuesto que se arranque "el 10% de viñedos plantados en los últimos diez años en zonas sin vocación vitícola" o que se prohíba la etiqueta de vino de mesa.
Lo cierto, además de estas sugerencias, es que el sector del vino debe estar en un necesario replanteamiento. Aunque suene irónico. No solo se bebe menos vino que nunca, sino que se bebe vino más diferente que nunca y aquí España sale perjudicada.
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