Tarragona, cuando de vino se trata, da el do de pecho en el panorama español, donde hay que rendirse a la evidencia de una tierra prolífica en vides, olivos y cereales, referente milenario de esta trilogía y de vinos que pasean su nombre por todo el mundo.
Quizá con menos fama turística que su Costa Daurada, el interior de la provincia es una concatenación de valles y sierras, salpicadas de viñedo, a los que el mundo ha puesto cara con denominaciones de origen tan potentes como la DOQ Priorat o la propia DO Montsant, que abraza a la anterior, o la también emergente DO Terra Alta.
Junto a ellas, iconos como la propia DO Vinos de Tarragona o el legendario uso que se ha hecho de la uva trepat, gran baluarte de Conca de Barberá en sus rosados, con rumbo a los espumosos de la DO Cava. Sin embargo, Conca de Barberá despierta a nivel comercial, consciente de su legado centenario -aquí se dieron las primeras cooperativas vitivinícolas de España-, y de un futuro prometedor.
Más allá de presentar una imbatible relación calidad-precio, eterna cal y arena del vino español, la zona se consolida con pequeños productores y bodegueros que han encontrado en los vinos de autor la salida perfecta para un vino con identidad propia, junto a las grandes casas de la Conca, que también impulsan el cambio.
Hablamos del paraíso de la uva tinta trepat, de gran rusticidad, fina piel y poco tanino, capaz de presentar rosados intensos y tintos frescos, de equilibrada acidez, y que es el valor seguro sobre el que desarrollar parte de este porvenir.
A su lado, opciones bien autóctonas como la ull de llebre y otras de origen internacional (merlot o cabernet sauvignon) y mucha uva blanca, poniendo sobre el tapete a parte de la uva blanca icónica como la parellada y la macabeo, que aquí empieza a desligarse de su habitual destino en cava.
Todo ello se sintetiza en crear una identidad propia, de vinos de autor, enorme expresividad mineral en blancos, tintos y rosados, con los que los vinos de Conca de Barberá se renuevan sin perder su esencia.
Casi milenios de enología, marcados también por esta zona de paso entre la Cataluña interior y la costa tarraconense, que lo puso en el mapa de la historia con la ruta de los monasterios del Císter, siendo de especial importancia para el Reino de Aragón el de Santa María de Poblet, donde yacen enterrados algunos de los grandes monarcas de la corona catalanoaragonesa.
Junto a ellos, las profanas catedrales del vino, erigidas a finales del siglo XIX y principios del XX bajo el paraguas del modernismo dominante, que las convierten en destino enoturístico de primer nivel para amantes de la arquitectura y del vino, reivindicando Conca de Barberá como un paraíso más que cercano.
El suelo y el viñedo
Enclavada en el norte de Tarragona, lindando con la provincia de Barcelona, la Conca es el producto de la evolución del terreno que delimitan los ríos Francolí y Anguera, tallando un valle cobijado por casi una decena de sierras como la de Miramar, la de Vilobí, la de Codony o las montañas de Prades.
Se yergue así un panorama de clima mediterráneo pero con notable influencia continental. Aquí los veranos serán secos, pero no exageradamente calurosos, gracias a la pantalla serrana, situándonos en una zona cercana al mar pero sin una gran influencia de éste.
Genera así un reducto de interior, generoso en el campo y en los cultivos de secano, cargado de microclimas, con viñedos que en ocasiones llegan hasta los 900 metros de altitud, y que se reparten por una quincena de pueblos como Barberà de la Conca, Montblanc, Vimbodí i Poblet, Solivella, l’Espluga de Francolí o Rocafort de Queralt, por mencionar algunos.
Esos mimbres sirven así de sustento a una tierra calcárea, a veces arcillosa, muy sueltos, que solo en las zonas más altas de la Conca rayan con la llicorella, habitual de las sierras tarraconenses, que recogen las precipitaciones anuales, más bien escasas (aunque benditas para la vid) de apenas 550 litros por año, condensados en otoño y primavera.
Mucho sol, como corresponde a una zona mediterránea, pero también notable altitud hacen que la uva de la Conca sea fresca, de buena acidez y que sus vinos acaben teniendo poco grado alcohólico, independientemente del color bajo el que elaboran las 23 bodegas auspiciadas en una D0 pequeña (solo 2.875 hectáreas de viñedo) con 647 viticultores.
Además, la mayor parte de la denominación está trabajando en ecológico, un requisito casi comercial pero que también entronca a la región con las prácticas de antaño.
Las uvas: la trepat, reina de la Conca de Barberá
Durante décadas la referencia de la región ha venido en sus vinos rosados, sean con aguja o no, a base de uva trepat, que se muestra fresca, muy vivaz y con notas de frutos rojos, sirviendo para espumosos vibrantes. Sin embargo, la tendencia es darle valor también en los vinos tintos.
El resultado son tragos con mucha frescura, con capa baja y no mucho color pero sí cargados de frutos rojos como la frambuesa y la fresa. Liberada de complejos, se empiezan a ver los monovarietales de una uva inusual (apenas se da en la Conca y en algunas poblaciones limítrofes) que no es una fruta explosiva en la nariz, quedándose luego corta en boca.
Una maravillosa progresividad se aprecia así, con sutileza, propia de vinos franceses en unos aromas delicados cuando se vinifica con mimo y que reivindica su rareza. No faltan tampoco otras uvas tintas, plantadas a finales de los 80, como la cabernet sauvignon, la merlot o la ull de llebre (la tempranillo en Cataluña) que aumentan tambien el cuerpo, la rotundidad y el grado de los vinos de la Conca.
No se repudian hoy, pero sí se consagra la nueva enología de la zona a una trepat preñada de unicidad y que genera vinos más amables, menos alcohólicos y a los que les viene de maravilla un punto de frío -muy ligero-, para convertirlos en magníficos vinos tintos de verano (aunque su finura los hace maravillosos en todo momento).
En cuanto a blancos también las cosas están cambiando; la toma de conciencia de la propia zona está permitiendo que la macabeo y la parellada que solían ir a cava ahora se queden en la Conca, apostando por vinos tranquilos de también acertada frescura, buen equilibrio en la acidez y muy limpios.
Aquí no se encontrarán explosiones tropicales tampoco, ni casi la beligerancia nasal de algunas uvas atlánticas demasiado contundentes, sino perfiles atenuados, que en ocasiones se ensamblan con otras uvas blancas como la viognier, la sauvignon blanc o algunos moscateles.
Incluso el eterno rosado de la zona vive buenos tiempos, aún posicionado como vino asequible, pero de marcadísima frescura y, cuando son con aguja, bastante respetuosa y refrescante.
Por dónde empezar con los vinos de Conca de Barberá
No es una DO grande, como habéis visto, ni tampoco es una DO fácil de encontrar -incluso en Catalunya es complicado encontrar referencias más allá de los lineales-, pero la compra online sirve como escaparate de estos tintos amables, expresivos y con las maderas siempre al servicio de la uva, y no al revés.
Personalmente me parece una zona perfecta para encontrar tintos no tan rotundos, de los que llenan el paladar, sino para dar oportunidades a vinos muy bien perfilados, de muy poco alcohol, y con un carácter fresco, lejos de los perfiles habituales del tinto de Tarragona, más engolado y poderoso.
Se presentan así los monovarietales de trepat como vinos fáciles, jugosos y limpios, capaces de desenvolverse igual de bien en copeos o en mesas gastronómicas, y también blancos de trago fácil, incluso en los que hay cierto battonage o barrica, que aún así se demuestran claros y no masticables.
Entre esos elogios hay nombres que sobresalen como podrían ser Mas de la Pansa, que hacen un trepat tinto finísimo (del que apenas hay 700 botellas), el de Celler Carles Andreu (popular en espumosos, pero con algún tinto interesante) o los de Mas Foraster 1923, en una buena evolución de blancos y tintos.
- Cara Nord Blanc 2019. DO Conca de Barberá. Cara Nord es un proyecto joven de varios viticultores muy reconocidos en Catalunya como Tomàs Cusiné, Xavier Cepero y Eric Solomon. Aquí miman cepas autóctonas, algunas viejísimas, como las de este coupage de macabeo, parellada y trepat (sí, una tinta vinificada en blanco). Fresco, fruta blanca y pimienta, salinidad y algo de crianza sobre lías, ideal para iniciarse.
Cara Nord Blanc 2019. DO Conca de Barberá
- Ànima Nua Cor Viu Blanc, 2019. DO Conca de Barberá. Celles Domenys pretendía haber salido al mercado en 2020 con sus dos debuts en la zona, un blanco y un tinto. La pandemia lo frenó, y ahora el tiempo ha acunado en la botella un año más a este coupage de macabeo y parellada en ecológico, fresco, accesible y asequible, con mineralidad y fruta de hueso que es un auténtico regalo.
Anima Nua Cor Viu Blanc 2019. DO Conca de Barberá
- Xipella Blanco 2019. DO Conca de Barberá. La mineralidad de la macabeo y la parellada se ensamblan aquí con una chardonnay, que ofrecen un conjunto muy aromático y largo para reivindicar la buena adaptación a estos terrenos de uvas foráneas, como demuestran varios ejemplos de los vinos de la bodega Clos Montblanc.
Xipella Blanc 2019, Bodega Clos Montblanc. DO Conca de Barberá
- Abadía de Poblet Blanco 2017. DO Conca de Barberá. Las bodegas Abadía de Poblet es el aterrizaje del grupo Codorniú en los vinos tranquilos de la zona. Aquí vamos al coupage macabeo y parellada: fresco, limpio, muy mineral, elegante y con estructura. Perfecto para arroces, pastas y carnes blancas porque tiene cierto cuerpo.
Abadia de Poblet Blanco 2017. DO Conca de Barberá
- Josep Foraster Trepat 2019. Aunque el portfolio de la bodega Mas Foraster es bastante amplio (y tiene blancos muy interesantes), nos detenemos en un monovarietal de entrada a la trepat muy accesible. Joven, ligero y perfecto ejemplar de lo que se puede hacer con esta uva en los tintos, donde la especia es muy ligera y la fruta no es invasiva, sino que tiene un buen equilibrio entre jugosidad y acidez.
Josep Foraster Trepat 2019. DO Conca de Barberá
- Carles Andreu Trepat. DO Conca de Barberá. Este celler fue de los primeros que se dieron cuenta de la potencialidad de la trepat, más allá de los rosados, para emular a los grandes y delicados tintos europeos como el nebbiolo o la pinot noir. Vino limpio, sin pretensiones ni músculo, fácil de beber y ejemplo de lo que una trepat puede hacer.
Carles Andreu Trepat 2018. DO Conca de Barberá
- Cup3 2019. Bodegas Vidbertus. DO Conca de Barberá. La liberación de las pretensiones de la trepat permite en esta nueva generación vinos sabrosos, frescos y fáciles, muy deslizantes, donde no hay un empacho de fruta en la nariz. Este Cup3 es ejemplo de ello, presentando además un precio muy competitivo para abrir la veda a la variedad.
Cup3. DO Conca de Barberá
- Pólvora 2019. DO Conca de Barberá. Crujiente, vital y casi explosivo. De este Pólvora, elaborado por Vins de la Memoria, apenas hay 1.600 botellas de un tinto trepat fresquísimo con un alcohol pírrico (solo 11,5%), fácil de beber, sedoso, elegante y que a una comida marinera, a arroces o a carnes blancas le irá de maravilla.
Pólvora 2019. Vins de la Memoria. DO Conca de Barberá
- Moli dels Capellans Trepat 2017. DO Conca de Barberá. Viñedos de casi 50 años sirven para un vino con una magnífica acidez, que aporta notable frescura, y que se trabaja en la bodega de forma respetuosa con la selección, el prensado y la fermentación. Otro de esos tesoros asequibles de los que apenas hay 8.000 botellas.
Moli dels Capellans Trepat 2017. DO Conca de Barberá
- Abadia de Poblet La Font Voltada 2016. DO Conca de Barberá. Una versión historicista de la trepat. Uvas sin despalillar, levaduras autóctonas y todo procedente de viñas más que centenarias. El resultado es una elegantísima, fina, vibrante y muy fluida, con magnífica acidez y aún tiempo de desarrollo en botella. Un tesoro que traslada al paladar a la finura de Borgoña. Todo ello en solo un 13% de grado alcohólico y poco más de un año en madera.
Abadia de Poblet La Font Voltada 2016. DO Conca de Barberá.
Imágenes | iStock / DO Conca de Barbera | Vídeo Turisme Conca de Barberá
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