Ponemos rumbo al sudeste patrio para descubrir un territorio donde la uva monastrell se está haciendo un hueco, no solo ya en lineales de supermercado, sino en grandes concursos incluso más allá de nuestras fronteras.
Uva mediterránea por definición, bien extendida por la Comunidad Valenciana, por Castilla-La Mancha y por la Región de Murcia. Es precisamente a la confluencia de estas dos donde ponemos rumbo para reivindicar Jumilla como denominación de origen protegida.
Una dualidad enológica y vitivinícola que se comparte entre algunos municipios de Albacete y la propia Jumilla, albergando unas 42.000 hectáreas de terreno donde la monastrell lleva la voz cantante.
Se convierte así en un territorio eminentemente tinto -aunque verás que hay opciones blancos-, con excelentes relación calidad-precio y que despuntan vinos jugosos y carnosos, muy frutales, con buena acidez y un importante potencial de guarda si se mima a la uva.
El suelo y el viñedo
Pocas precipitaciones, una gran oscilación térmica entre la noche y el día y mucho, mucho sol, con hasta 3.000 horas de insolación anuales. Todo esto forja el carácter del viñedo jumillano, distribuido por la altiplanicie que forma la DO entre seis municipios.
En ellos se condensa un viñedo amplio de unas 22.000 hectáreas, de las cuales el 40% se encuentran en suelo murciano, mientras que la mayor parte se distribuyen por seis municipios albaceteños (Albatana, Fuenteálamo, Hellín, Montealegre del Castillo, Ontur y Tobarra), de los que forman parte más de 1.800 viticultores y de donde sacan la uva para hacer vino 47 bodegas adscritas a la DO, de las cuales el 70% están en la zona murciana.
Suelos calizos y pardos, de buena retención hídrica y cierta permeabilidad, que permiten aprovechar bien las escasas aguas naturales de la zona (no más de 300 litros por metro cuadrado al año). Una condición que somete a un gran estrés hídrico a las vides, plantadas en vaso mayoritariamente cuando se trata de monastrell, generalmente de cepas muy viejas.
Los suelos son pobres y relativamente arenosos, lo cual les permite no sufrir la temida filoxera y razón que nos lleva a encontrar viñedos muy antiguos en esta zona de altitudes que van de los 400 a los 800 metros.
Las uvas
El 80% de Jumilla está plantada en uva monastrell, la tercera más popular de España después de la tempranillo (frecuente en Ribera y Rioja) y la airén (propia de los cultivos extensivos de La Mancha), que es responsable de hacer vinos muy carnosos, con mucho color y mucha frutalidad.
Son cepas erguidas, gruesas y de poca rama, que ofrece racimos compactos y generalmente pequeños, con granos muy redondos y muy coloridas, entre azul y negro, con una piel bastante gruesa (rica en antocianos, un pigmento natural que es el que carga de color el vino luego en las bodegas) y con pulpas tiernas, golosas, poco ácidas y con poco tanino.
A su lado, en el campo de las tintas, encontramos también otras uvas autóctonas como la cencibel, la garnacha y la garnacha tintorera, habiéndose adoptado también variedades extranjeras como la syrah, la merlot, la cabernet sauvignon y la petit verdot. En viñedo tinto, para estar dentro de la DO, solo se admiten hasta 5.000 kilos por hectárea, lo cual es una cantidad.
Menos notables, pero en creciente expansión y fama, los blancos de Jumilla también son eminentemente de uva autóctona como la airen, la malvasía o la moscatel de grano menudo, a las que se pueden sumar la macabeo, la pedro ximénez, la verdejo y otras variedades internacionales como la chardonnay o la sauvignon blanc.
Aunque residual, el peso de estos blancos, generalmente frescos y golosos, va en aumento y demuestra el buen hacer de viticultores y técnicos a la hora de salir del tópico de los corpulentos y frutales vinos de la región.
El tipo de vino
Los vinos de Jumilla no son novatos, ni recién llegados, pero sí son un redescubrimiento enológico. La DO tiene sus orígenes en los años 60 y la fama de los vinos de la región es secular, sobre todo gracias a su tipo de suelo, ya que la famosa plaga de la filoxera que arrasó Europa a finales del siglo XIX y XX apenas salpicó a este viñedo por las características de esos terruños, secas y arenosas.
Mucho sol, mucha rusticidad y ciertas variaciones en función del viñedo hacen que las vendimias jumillanas se extiendan en el tiempo, yendo desde el mes de agosto en el caso de las cepas más australes, hasta llegando incluso a noviembre en las que están más al norte de la DO.
Esa importantísima insolación llena la uva de azúcar natural, que es responsable en parte del carácter jugoso, carnoso y frutal de estos vinos, por lo cual es habitual verlos, sobre todo, en jóvenes y crianzas. Quizá también por un cierto complejo, sin razón de ser, de que el mercado no admitiría tintos de Jumilla con reserva, pero que en los últimos años llegan al mercado y demuestran la versatilidad de la monastrell.
Son vinos de graduación media, de intensísimo color y muy buena lágrima, yendo a rojos muy oscuros, rubíes y violetas, que en nariz siempre representan una jugosidad de fruta roja y fruta negra, independientemente de su añejamiento, y no son especialmente alcohólicos, oscilando entre los 12 y los 14 grados.
Abundan los monovarietales de monastrell, pero es frecuente jugar con la golosidad que dan uvas como la syrah, que refuerza ese carácter y ese cuerpo que ya la monastrell aporta. Menos comunes, pero también interesantes, son algunos monovarietales con la propia syrah como el Valtosca de Casa Castillo o el Casa de la Ermita a base de petit verdot.
Uvas frecuentes, también potentes y bien adaptadas a climas tan extremos, como la garnacha, cobran especial protagonismo en vinos muy minerales y largos, bastante balsámicos, pero con ninguna renuncia a la frescura, como es el caso del Enemigo Mío de Casa Rojo o el Molar de Casa Castillo.
Encontramos así vinos de gran tipicidad y mucha buena prensa actual, con una creciente popularización de estos en gastronomía y alta restauración, además de en distribución, como podrían ser los vinos de Juan Gil, los de Bodegas Cerrón, los de Bodegas Ego y también los mencionados Casa Castillo y Casa Rojo.
En todos ellos encontramos magníficos vinos, no tan populares y estupendas relaciones calidad-precio para iniciarse en unos tintos frescos, de fácil trago, muy carnosos -prácticamente como morder una vid-, que permiten además cierto frío, por lo que su evolución de fresquito a templado es maravillosa.
Iniciarse en Jumilla
Son buenos vinos de copeo, sobre todo en el caso de los jóvenes, pero también vinos gastronómicos cuando nos vamos a las gamas más altas de ciertas casas ilustres, algunas de ellas ya consagradas y que se han convertido en vinos más que codiciados
Como hemos insistido, los vinos de Jumilla presentan magníficas relación calidad-precio, que no dudamos en que irán aumentando en los próximos años porque podríamos llegar a decir que, para lo que ofrecen, son baratos.
En la DO encontramos grandes productores, muchos de ellos con historias centenarias, pero también pequeños viticultores y bodegas boutique con apenas 20 años de vida y muy pocas hectáreas, que permiten hacer una radiografía de lo clásico y lo moderna en este rinconcito del sudeste.
Vinos para dar el primer paso
Si no estamos muy familiarizados, ni con Jumilla, ni con el vino en general, no vamos a irnos a los jefazos de cada familia, pero aún así vamos a encontrar gamas de inicio muy interesantes y que seguro que habéis visto ya en alguna carta de vinos. Hablamos sobre todo de los Juan Gil, pero no están solos, sino que podemos ir más allá.
- Juan Gil Etiqueta Amarilla, 2019. Es difícil pedir más por menos. Este emblema de la bodega jumillana es perfecto para iniciarse. Fresco, sedoso, envolvente, frutal y extraordinariamente barato. Un vino para cada día, que no cotidiano, con el que descubrir las virtudes de la monastrell en vinos jóvenes.
Juan Gil Etiqueta Amarilla
- Altico, 2016. Aquí nos vamos a un monovarietal de syrah, de una única parcela, que es amplio en boca y refrescante, que representa bien ese carácter dulce de este tipo de uva, bien acoplada al terreno y en un magnífico precio, tras pasar 12 meses por madera.
Altico Syrah, 2016. Bodegas Carchelo.
- El Goru Tinto, 2018. Coupage de tres variedades: monastrell, syrah y petit verdot que tiene estructura, jugosidad y el frescor de este tipo de uvas, con una crianza corta en barrica americana pero que le aporta el punto justo de madera. Otro acierto para demostrar el buen hacer de Bodegas Ego y la versatilidad de este ensamblaje,
El Goru Tinto, 2019.
- Casa Castillo, 2019. Un 90% de monastrell y un 10% de garnacha se conjugan en un vino con nervio, frescura y mucha vivacidad, ideal comprobar la fluidez y finura que la monastrell puede alcanzar bien tratada. Un lujo en la gama de entrada de Casa Castillo que no deja indiferente.
Casa Castillo, 2019.
- Enemigo Mío, 2019. Fiel a la estética vanguardista de Casa Rojo, basando este vino en un monovarietal de garnacha muy aromático, intenso y redondo, perfecto para beber ya y para hacer comparativas con otras garnachas patrias, estando este muy marcado por el carácter mediterráneo y a un precio sensacional.
Enemigo Mío, 2019.
- Evol, 2019. El personalísimo proyecto de Elisa Martínez en el Paraje de los Clérigos, un viñedo diminuto, prácticamente un tesoro, sirve para elaborar este regalo vitivinícola de 100% monastrell que es sedoso, ligero, amable y con una carga frutal jugosísima que no debe faltar en cualquier iniciación -o continuación- de Jumilla.
Evol, 2019.
Vinos para ir un poco más allá
Los anteriores, aunque económicos, también son vinos con los que una persona que tenga ciertas tablas también pueda dejarse seducir por Jumilla, que demuestra un abanico, dentro de cada bodega, de muchas referencias con las que tocar determinados perfiles de vinos.
- Rabia, 2018. Bodegas Cerrón se encarga desde hace 70 años de dar buen lustre a Jumilla, y en este caso -no será la primera vez que los veas- nos entregamos a un vino de parcela exclusiva de petit verdot. Algo de raspón, fermentación espontánea y continuos bazuqueos, para luego dejar el vino 14 meses en roble francés. Una vinificación sincera, pero exhaustiva, que se traslada en un vinazo para dejarse sorprender.
Rabia, 2018.
- Paco Mulero Monastrell, 2016. Si la monastrell puede ser frescura y vivacidad, también puede ser una poderosa y carnosa uva. Es este caso, donde la madera potencia los aromas naturales, conservándolos pero añadiendo notas secundarias tostadas en un vino con mucho cuerpo, perfecto para acompañar guisos o asados.
Paco Mulero Monastrell, 2016.
- Remordimiento Blanco, 2018. En él encontramos otra de las particularidades de los viñedos de los Cerdán, propietarios de Bodegas Cerrón, que se traslada a una chardonnay aromática, vibrante y bien pulida en madera húngara, demostrando sedosidad, largura y un final fresco, fiel al terruño y a la propia variedad.
Remordimiento Blanco, 2018.
- Juan Gil Etiqueta Azul 2018. Seguimos subiendo de gama, pero seguimos encontrando el gran nombre de Jumilla, que ha extendido sus tentáculos también al Montsant y a los viñedos de Calatayud. Aquí nos encontramos una monastrell madura, muy pulida, larguísima y con buena madera, procedente de cepas viejas con las que honrar a esta centenaria bodega.
Juan Gil Etiqueta Azul, 2018.
- Macho Man Monastrell, 2018. Volvemos a la estética de Casa Rojo con otro de sus iconos. Redondo, afrutado y muy elegante, que representa la frescura habitual de la monastrell de Jumilla en una explosión frutal que bien vale para copeos como para extender durante toda la comida.
Macho Man Monastrell, 2019.
Vinos para coronarse
Aunque cualquiera de los anteriores habría bastado para hacer un regalo de órdago, o para comprobar la viveza de la monastrell y de Jumilla, reservamos un apartado para los reyes de esta DO entre Albacete y Murcia donde honrar a esta levantina uva.
- Casa Castillo Las Gravas 2018. Podríamos irnos a El Molar, considerado el gran vino de Casa Castillo, pero reivindicamos la finura, el equilibrio y una elegante mineralidad de un vino de terruño puro y duro para la considera mejor añada de la casa (a día de hoy).
Casa Castillo Las Gravas, 2018.
- Clio, 2018. Dentro del porfolio Juan Gil hay hueco para alcanzar el Olimpo con vinos aún más exclusivos. Así surgió Bodega El Nido y así aparece Clio, el capo de esta familia, que presenta un coupage inusual de monastrell y cabernet sauvignon. Todo ello en terroir elevadísimo, muy seco, que pone en danza un vino de frutos rojos y negros maduros, y recuerdos de tostados a café y chocolate. Un icono fundamental para entender Jumilla.
Clio, 2018. Bodega El Nido.
- Valtosca, 2018. Volvemos a la versatilidad de Casa Castillo con un monovarietal de syrah. Vendimia a mano, cultivo en espaldera y una fermentación espontánea (incluyendo en el mosto parte de raspón) hacen de él un vino vibrante, con nervio, capaz de engatusar con el carácter goloso de la syrah jumillana, pero manteniendo un pulso con lo ligero y bajo grado alcohólico que lo convierten en otro tesoro irrenunciable.
Valtosca, 2018.
- Infinito Tinto, 2005. La alquimia de Ego Bodegas se materializa aquí en un coupage a cuatro uvas (80% monastrell, 10% cencibel, 5% cabernet sauvignon y 5% syrah) donde cada uva se vinifica por separado, manteniendo la jugosidad, acidez, color y una capacidad de envejecimiento soberbia, aunque la bodega solo le da 18 meses de madera, pero en casa podrá aguantar varios años. El reto es no abrirla antes.
Infinito Tinto, 2015.
- Por ti autor 18 meses, 2016. Nos vamos a la estrella rutilante de Bodegas Luzón, un enorme y centenario producto (más de un siglo y unas 15.000 botellas), que aquí demuestra un carácter sutil, pero firme, a base de monastrell y cabernet sauvignon, algunas con cincuenta años, que se llena de color en la maceración y luego se acuna durante 18 meses. Otro de esos vinos para pasar a la historia y que reivindican el potencial de guarda en Jumilla.
Por ti autor 18 meses, 2016. Bodegas Luzón.
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