La presencia de laurel en cualquier guiso es garantía de aroma y potencia. Contar con esta maravillosa hoja en la cocina, y hacerlo en abundancia, es un paso asegurado a finales y con nota.
Su sencillez y también facilidad de aplicación no transmiten, a priori, la complejidad de aromas que posan sobre el pescado, la carne y las legumbres estofadas con patatas. Echar una hoja de laurel a un guiso, al agua o incluso a una marinada es una garantía de éxito y una aportación de perfume desde el primer momento.
Basta con una sola hoja seca, conservada durante tiempo en cualquier tarro de cocina, para modificar por completo el aroma de todo un guiso de cazuela y darle una nueva y sabrosa vida al plato.
Aparte de su poder aromático, el laurel tiene numerosos beneficios en nuestro organismo como, según señala el Ministerio de Agricultura, Pesca y Alimentación, sus bondades para el sistema digestivo, la estimulación del apetito y de los movimientos intestinales y la prevención de la avidez estomacal. Mano de santo.
Pues bien, tener a mano suficientes hojas de laurel para la cocina semanal es mucho más sencillo de lo que parece, y no pasa necesariamente por comprarlo en bolsas de plástico en el supermercado, sino que este arbusto puede cultivarse en casa de manera muy fácil, en un proyecto que prácticamente es es un día para otro.
Rápida reproducción
El laurel se puede reproducir por semillas, pero esta opción, como es habitual, es la que toma más tiempo entre que la planta enraiza y crece. Por ello, la mejor solución es plantar un esqueje de laurel en nuestro hogar.
La tarea más difícil es en realidad localizar una planta de donde sacar esta rama (quizás en el jardín de un amigo, y también en bosques y zonas rocosas a su libre albedrío). Una vez encontrada la planta madre, hay que dejar dos o tres hojas en la parte superior y cortar una rama en diagonal.
En el corte de la nueva rama hay que colocar un poco de canela para aprovechar sus propiedades antifúngicas y preservar la salud de la planta, y después poner esta rama a reposar en un recipiente de agua durante un par de semanas, hasta que vaya echando nuevas raíces.
Estas pequeñas raíces de color blanco nos indicarán que ha llegado el momento de trasladar el esqueje a una maceta llena de tierra de sustrato universal, que dotará a la nueva planta de suficientes nutrientes.
Tras poner el esqueje en un hoyo con unos cinco centímetros de profundidad (siempre según la medida del esqueje que hayamos recabado), habrá que regar el conjunto y situar la joven planta en un lugar con sol de primera hora y semisombra durante la tarde, de manera que se garantice el aporte de luz, pero sin someter a la planta a la evaporación durante todo el día.
Al ser una planta habituada a la sequía y a los climas más bien secos, el riego deberá ser justo, dándole a la planta el agua necesaria para sobrevivir, pero sin encharcarla ni crear humedad constante.
Así, una vez la planta empiece a sacar nuevos brotes, y esté completamente (valga la redundancia) implantada, se podrá empezar a tomar prestadas sus hojas, de poco en poco, para dar ese delicioso toque a los guisos, previo secado.
Para obtener estas hojas secas, simplemente hay que arrancarlas (nunca las que estén enfermas o presenten defectos) y dejarlas sobre una servilleta de papel en un lugar seco, sin humedad ni luz solar directa durante una semana. Después, hay que guardarlas en el clásico recipiente de cristal y ya estarán listas para el consumo.
Foto | Azerbaijan_stockers/Freepik y Freepik
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