El método infalible para lograr las amapolas más espectaculares del verano (ahora que todavía es invierno)

Estas bonitas flores que generan tantas simpatías son difíciles de hacer crecer pero muy sencillas en lo que a sus cuidados se refiere

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Pocas flores despiertan tantas simpatías como la amapola. Quizá porque no necesita aparentar nada: ni huele como una rosa ni se cultiva con los mimos de una orquídea, pero ahí está, cada primavera, tiñendo de rojo campos enteros con una naturalidad y espontaneidad casi insultante.

Sin embargo, cuando uno pretende trasladar ese despliegue silvestre a su propio jardín, descubre que, detrás de tanta modestia, la amapola exige su técnica. Y marzo es el mes clave para empezar con buen pie y probar suerte.

Aunque a simple vista parezca que basta con esparcir un puñado de semillas y esperar milagros, lo cierto es que, si se busca un verdadero espectáculo floral a la altura de Instagram, hay que hacerlo bien.

Y hacerlo bien significa conocer los métodos adecuados para sembrar amapolas y lograr que pasen de ser una vaga promesa en sobre de papel a convertirse en plántulas robustas y listas para florecer con fuerza en verano.

El primero de estos métodos, el de toda la vida, consiste en sembrar directamente al aire libre, aprovechando los primeros días templados de marzo. Aquí la clave está en encontrar un suelo ligero, bien drenado y expuesto al sol. Se distribuyen las semillas sin enterrarlas demasiado (porque necesitan luz para germinar, por lo que agradecen estar cerca de la superficie), se riega con delicadeza y, después, toca esperar. Estas semillas pueden tardar entre 10 y 20 días en dar señales de vida, pero la recompensa merece la paciencia.

El segundo método, más controlado y pensado para los perfeccionistas del jardín, es la siembra en bandejas de plántulas. Aquí se prepara un sustrato ligero, se reparten las semillas de forma espaciada y, una vez germinadas y con varios centímetros de altura, se trasplantan al exterior cuando las temperaturas lo permitan.

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La ventaja de este sistema es que permite seleccionar las plantas más fuertes y evitar que las imprevistas heladas de última hora arruinen semanas de trabajo.

En ambos casos, conviene recordar que las amapolas odian el exceso de agua. Por más que el impulso de regar a diario sea fuerte, mejor olvidarse de ellas un poco y dejarlas hacer. Si el suelo está bien preparado, con un riego moderado bastará para que crezcan sanas y sin hongos que arruinen el invento.

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Una vez crecen, poca intervención

Una vez en marcha (un paso nada desdeñable), lo mejor de cultivar amapolas es que apenas exigen mantenimiento. No piden podas complicadas ni tratamientos especiales. Su fragilidad quiere solamente sol, espacio y la promesa de no ser ahogadas por plantas invasoras que les roben protagonismo.

Y si todo sale bien, aunque no sea evidente, en pleno verano ofrecerán un despliegue de color que hará que cualquiera se pregunte por qué no empezó antes a cultivarlas. Además, no hay que olvidar que la amapola, más allá de su estética, es una planta que atrae polinizadores y aporta biodiversidad al jardín. Un detalle que, en tiempos de jardines minimalistas y céspedes artificiales, no está de más reivindicar, pues no sobra.

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