Si eres de los que piensa 'no huele un poco raro aquí' cuando abres la nevera y te das cuenta de que el pescado que compraste hace un par de días está allí esperando, pero empieza a oler, no tienes por qué recurrir a la cruel basura para prescindir de él.
Hay un truco doméstico y al alcance de todos los públicos que, con un poco de química orgánica, permite recuperar parte de la frescura de un pescado que ya ha empezado a echarse a perder.
Como es evidente, también hay que tener sentido común y comprobar que se trata de un ligero olor que evidencia que no está tan fresco como el primer día. No nos referimos a pescados que empiezan a pudrirse ni a olores demasiado potentes, sino a una falta de frescura.
Válido para pescados azules y para pescados blancos, hemos de tener claro que el truco no hace milagros y que solo es apto cuando el pescado aún está comestible. Debe ser un ligero olor a pescado, algo más intenso de la cuenta, y no el olor acre y a amoníacos del pescado estropeado. Además, la carne también nos indica su estado, hablemos del pescado que sea, pues es aplicable a merluza, bacalao o cualquier otra especie.
Si está aún firme, que no blanda o chiclosa, y mantiene cierta humedad al tacto y al aspecto, serán señales de que el pescado aún se puede recuperar. Todo lo contrario si vemos que está seca o grisácea.
En el caso de que el pescado esté entero, también podemos fijarnos en los ojos. Si no brillan y están blancos es que no está en buen estado. Sus agallas también nos pueden guiar, claro. Si son rosas o rojizas, es buena señal, pero si amarillean y están pegajosas es que el pescado está para ir a la basura.
Aunque en muchas ocasiones recomendamos que el pescado se consuma en el mismo día que se compra o, en su defecto, que se congele, es cierto que algunas veces pueden acabar aparcados en el fondo de la nevera y nos demos cuenta tarde de que esa lubina o esa dorada están ya dirigiéndose a mejor vida.
Un truco de la leche
Para saber por qué nuestros pescados y mariscos empiezan a 'cantar', debemos prestar atención a la química orgánica y a una sustancia que se llama óxido de trimetilamina, que es incolora, inodora y se produce durante los procesos metabólicos normales de los seres vivos, siendo muy abundante en los tejidos de los peces.
El problema es que cuando se produce una reducción bacteriana cuando el pez ya está muerto, este compuesto orgánico se convierte en trimetilamina, que es un producto de la descomposición de animales y plantas y esa sustancia que genera los olores a pescado podrido y a amoníacos.
Por suerte, si cogemos un tazón de leche, vamos a conseguir reducir el olor de los pescados puesto que la caseína (la proteína de la leche) se una a esa trimetilamina y minimizará el hedor del pescado con un simple remojado de 10 o 20 minutos y posterior enjuagado.
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Insistimos en que no hace milagros, como contábamos al principio, pero sí con un pescado que no esté fresquísimo sin llegar al extremo de la podredumbre nos puede ahorrar algo de dinero y no tener que recurrir al cubo de basura.
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