Vivimos rodeados de mensajes publicitarios que nos llegan de las más variadas formas, y es prácticamente imposible escapar a ellos, sobre todo los relacionados con los alimentos. Los anuncios en televisión y prensa, e incluso en los propios embalajes de los productos, intentan llamar nuestra atención. Y en los últimos años parece que el modo de venderse mejor es anunciar ingredientes “naturales” y rechazar los “conservantes y colorantes”. ¿Son realmente tan malos los aditivos?
Hace un tiempo mi compañero Pakus, reseñando la última legislación aprobada por la Unión Europea, ya comentaba que los aditivos no tienen por qué ser malos. Sin embargo, hoy en día la sociedad parece demonizar cualquier tipo de sustancia química, sobre todo como consecuencia de las estrategias de publicidad y promoción de la industria alimentaria. ¿Qué es realmente “lo natural”? ¿Qué entendemos por “artificial”? ¿Son los aditivos tan malos como nos quieren hacer creer?
¿Qué son exactamente los aditivos?
Como explica la propia UE, los aditivos alimentarios son sustancias que se añaden intencionadamente a productos de alimentación para llevar a cabo determinadas funciones, siendo las más comunes el aportar color, contribuir en el sabor o ayudar en su conservación. Generalmente se distinguen de los aditivos propiamente dichos las enzimas, que realizan reacciones bioquímicas específicas, y los saborizantes, que modifican el olor y el sabor.
Parece haber una idea generalizada de que los aditivos sólo se usan por los fabricantes para hacer más atractivo o más barato el producto, pero en realidad su uso va más allá. Son elementos con una función tecnológica, fundamentales en la cadena de producción alimentaria, ya que ayudan a estabilizarlo durante su elaboración, embalaje y almacenamiento, asegurando así las mejores condiciones para la salud del consumidor.
El uso de los aditivos en la elaboración de alimentos está regulado por las autoridades competentes, en nuestro caso la Unión Europea, mediante el Reglamento (CE) Nº 1333/2008 del Parlamento Europeo y del Consejo, con sus correspondientes anexos. Cualquier aditivio empleado se convierte en un ingrediente más del producto en cuestión y debe aparecer como tal detallado en el etiquetado, de forma correcta.
Uno de los problemas que se derivan de la normativa es la forma en que aparecen etiquetados. Para conseguir uniformidad en todos los países, los aditivos se recogen bajo denominaciones específicas que a veces pueden confundir al consumidor. Un aditivo se designa mediante el nombre de su clase funcional y su denominación específica o del número CE, los conocidos como "Es". Con frecuencia sólo aparece señalado el número E para simplificar el etiquetado.
El problema radica en que estas denominaciones se presentan al consumidor de una forma demasiado "científica" y fría, dando la impresión de que un ingrediente que se reconoce mediante una serie de números es "artificial". Sin embargo, si buscáramos a qué aditivo hace referencia cada número E, podríamos llevarnos más de una sorpresa. Por ejemplo, el E-330 corresponde al ácido cítrico, presente de forma natural en la fruta, y ocurre así con muchos otros elementos.
¿Son seguros los aditivos?
Los aditivos y otras sustancias permitidas en la industria alimentaria son aquellos que aparecen en la lista oficial de la Unión Europea, y que se puede consultar en su página web. Para que un aditivo aparezca en dicha lista debe haber pasado una serie de controles que garanticen que su uso es seguro para el consumidor en las cantidades permitidas.
Esa seguridad se somete al control del Comité Científico de la Alimentación Humana (CCAH) o la Autoridad Europea de Seguridad Alimentaria (EFSA). Cada aditivo se ha sometido a ensayos y a controles toxicológicos, y además se debe justificar tecnológicamente su uso. La legislación especifica además la dosis permitida para que no suponga ningún riesgo para la salud, y su uso tampoco puede inducir a error en el consumidor, sino que debe ser beneficioso para este.
Y es que el uso generalizado de aditivos en la industria alimentaria ha permitido grandes avances positivos para el consumo. Entre otras funciones, contribuyen a preservar la calidad nutricional, mejoran la estabilidad y las condiciones de conservación, alargando su vida útil y proporcionando una mayor seguridad para el consumidor final.
La hipocresía de la industria alimentaria
La sociedad está cada vez más preocupada por lo que se considera sano, y esto se ha visto reflejado sobre todo en el campo de la alimentación. Se promueven estilos de vida saludables apostando por alimentos sanos y naturales, y mercados como el de los productos ecológicos o artesanales están viviendo un auge cada vez mayor.
La industria alimentaria no ha vivido ajena a estos cambios, sino que, de hecho, ha contribuido a fomentarlos. Muchas compañías y fabricantes han cambiado su línea de publicidad y marketing, reduciendo grasas y azúcares, añadiendo vitaminas e incorporando en sus embalajes recomendaciones para un estilo de vida equilibrado y saludable, incluso tomándose la libertad de recomendar el ejercicio físico.
Seguro que a todos nos suenan frases y eslóganes como "100% natural", "sin conservantes ni colorantes", "nada artificial", "sólo ingredientes naturales", o incluso sentencias tan radicales como "sin porquerías" - afortunadamente la compañía que usó este eslogan reculó y lo retiró de sus productos -. No son más que algunos ejemplos de la actitud hipócrita que mantiene la industria a la hora de tratar de ganarse el favor de los consumidores.
Son hipócritas porque, en primer lugar, los fabricantes de productos de alimentación no habrían llegado a donde están sin el uso de esos aditivos que ahora demonizan. Pero es que además en muchos casos los siguen empleando, a pesar de rezar en contra de ellos. Lo que ocurre es que recurren a trucos baratos, como sustituir en el listado de ingredientes el famoso número E por el nombre completo de la sustancia, por ejemplo, indicando bicarbonato sódico en lugar de E-500. J. M. López Nicolás, Doctor en Ciencias Químicas por la Universidad de Murcia, que trata de combatir la llamada quimiofobia, lo explicaba muy bien hace unos meses en la página de divulgación científica Naukas.
Quizá la consecuencia más negativa de todo esto es la imagen equivocada que se está inculcando en el consumidor medio sobre las sustancias químicas y los aditivos. Se está creando una obsesión generalizada por "lo natural" que está llevando a rechazar cualquier elemento que se pueda relacionar con la química, cuando en realidad debemos a ella muchos de los avances de la sociedad, sobre todo en cuanto a salud y seguridad.
Porque, ¿qué es realmente natural y qué es artificial? Hace unos años la Royal Society of Chemistry prometía dar un millón de libras a quien encontrara una sustancia que estuviera 100% libre de sustancias químicas. Era una forma satírica de hacer ver a la población que "química" no tiene por qué equivaler a "veneno", como parece que quieren hacernos creer desde la industria alimentaria y su publicidad. Lo cierto es que todo lo que nos rodea está formado por sustancias químicas.
Gracias a la investigación y los avances científicos tenemos acceso en la actualidad a una mayor gama de alimentos que además son más seguros para su consumo. Al tener que pasar tantos controles y tener ciertos aditivos, se nos garantiza mucho más su seguridad. La publicidad nos quiere hacer creer que todo lo relacionado con sustancias químicas es malo, y lo supuestamente natural es bueno.
Esto esconde una paradoja no exenta de ironía. En una situación hipotética en la que un consumidor medio se encuentre con una persona desconocida vendiendo algún alimento producido por él, probablemente lo elija por encima de su equivalente "procesado" del supermercado. Pero ese producto supuestamente más casero, más "natural", no ha pasado ningún control y nada nos promete que sea totalmente seguro para su consumo.
En conclusión
Que no se me entienda mal, yo soy la primera que apuesta en mi casa por los productos naturales, eso sí, cogiendo el término naturales un poco con pinzas. Hago mi propio pan con masa madre, no compro precocinados, elaboro caldos caseros y me gusta comprar productos locales a productores artesanos. Pero eso no quiere decir que haya que criminalizar a los aditivos.
Me da mucha rabia que a los consumidores nos manipulen con técnicas baratas de mercadotecnia, y por eso me gustaría reivindicar que los aditivos alimentarios son tan seguros como válidos en la elaboración de productos. En muchas ocasiones los usamos nosotros mismos en nuestros hogares cuando cocinamos, por ejemplo, al añadir bicarbonato a un bizcocho, sal y vinagre a la comida, o determinados aromas a una receta.
Cada uno es libre de apostar por los productos que prefiera, pero procurando que sea siempre desde el conocimiento y sin dejarse engañar por la publicidad. Hoy en día nos machacan con tanta información contradictoria que es fácil sentirse algo perdido a la hora de elegir qué alimentos son más adecuados y más saludables, pero precisamente por eso hay que andarse con mil ojos para que no nos manipulen.
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